ELOGIO DE EL AMANTE

ELOGIO DE EL AMANTE

por - Ensayos
02 Jul, 2023 01:01 | comentarios
Sobre viejas y actuales revistas de cine, también sobre polémicas y modos de discusión. O sobre el presente de la crítica y la tradición.

No prolonguemos el equívoco, si es que alguien no captó la ironía: el título solo funciona como clickbait. Pero no se sienta engañado, lector. Hablaremos entre otras cosas de El Amante, sí, pero el elogio será a un modo de entender la crítica que excede a esa revista, que lo ejerció de la peor manera (con su arbitrariedad y canchereo de cahierismo mal entretenido). La crítica –no solo de cine, aunque aquí hablaremos de cine– tiene una tradición, y a ella queremos reivindicar, en tiempos en los que nadie parece querer disputarla. Borges dijo en alguna ocasión que ‘la única manera de hacer una revista es que unos jóvenes amen u odien algo con pasión, lo otro es una antología’”. Esta es la única conclusión posible, pero para los no ansiosos por concluir hagamos un breve racconto.

La crítica moderna se inicia en Argentina con la revista Tiempo de cine, continúa con Cinecrítica y llega hasta el fin de los sesentas con Cine y medios, para volver hacia el fin de la dictadura con Cine libre, todos nombres que permiten leer algún eje preciso: la modernidad, la politización, la posdictadura… Recién El Amante inaugura un título lateral, aunque sus tapas amarillas remitían inequívocamente a los Cahiers, a tono con su negación del pasado reciente argentino. Ese juego de disociaciones y asociaciones, más o menos libres (a las que lamentablemente sólo El Amante sobrevivió), dominó los 90 y buena parte del nuevo siglo, hasta que sus cabecillas se fueron a Seul. Ese nombre (que remite a no ser confundidos con “Corea del centro”, y que colocaría a sus opositores del lado de la Corea comunista), tiene al menos un sentido más preciso que Taipei (por mencionar un emprendimiento crítico más reciente que reúne a otra generación de críticos, que no se resignan abandonar el papel).

Pero si vamos a hablar también de publicaciones digitales, habría que empezar por su etapa previa. Y no me refiero a los primeros sitios dedicados a la crítica de cine (como entre nosotros fue Cineismo) sino a los blogs, que no hace mucho (diez o quince años atrás, digamos) parecían haber llegado para quedarse. Fue antes de Twitter, que tal vez sí haya llegado para quedarse, al menos en cuanto a su abuso de camarillas y cinismos. No es que no las hubiera ya en los blogs, cuyos espacios de comentarios podían ser batallas campales, pero también podían albergar enjundiosos debates (mientras que en Twitter todo se pierde o se enreda en el mero fuego cruzado). Todo estaba mezclado también en los blogs, pero al menos existía la posibilidad de una discusión a la que otros se podían sumar, o reencontrar o revisar mucho después. Y aunque había que separar la paja del trigo de entre los 500 comentarios que podía llegar a tener una nota (a veces derivando muy lejos del tema inicial), siempre se podía seguir o retomar el hilo, y reencontrarlo en otras notas, reunidas en el archivo del mismo blog. En fin: como sucedía hasta entonces con las revistas, se podía con cada nuevo texto y comentarios tomar el pulso de los tiempos. Eran como entradas de un diario colectivo. 

Fogwill y Ricagno

Hablo de un blog como La lectora provisoria, que llegó a ser leído por todo el mundo, aunque lamentablemente su mejor época se perdió en el ciberespacio (cuando Quintín quiso hacer de ese blog una página punto.com y fue hackeado). O tal vez no fue su mejor época (ya no hay cómo saberlo), y simplemente esta es mucho más pobre. Porque antes ahí podían cruzarse por ahí Fogwill, Rubio o Ricagno, junto a los ignotos o no tanto polemistas que empezaban a hacer sus armas o buscarse un lugar bajo el sol. Por ejemplo, el poeta noventista Martín Rodríguez (que sigue cultivando su estilo descuidista, aunque ahora cuide sus modales), que pasó de oscuro asesor a notorio articulista, aunque siempre tuvo la misma coherencia de pedir un busto para Menem (como ahora hacen también desde Seul, por aquello de que “Dios los cría y…”). 

El hoy columnista injurió a este escriba en los comentarios de una nota suya (es decir, con perdón de la sintaxis, mía). Pues sí, yo también escribí en el blog de Quintín. Fue antes de que el ex Amante se volviera un furioso anti (progre, “comunista”, K…), como muchos de sus compañeros. Él dirá que la “grieta” se lo tragó todo (incluida la polifonía de su blog), y algo de razón tendría viendo la lógica polarizadora de Twitter, pero aquellos no eran tiempos menos exaltados: solo sucedía que la gente solía cruzarse aunque estuviera en veredas opuestas (y Noriega podía debatir con Cuervo, por solo mencionar dos extremos). Eso fue antes de que existiera el kirchnerismo y su encarnación anti (el macrismo o lo que ocupe ese lugar, incluso dentro del peronismo, una vez más).

Lamentablemente, esos cruces ya no se producen en ningún espacio (más bien se expulsa hasta a quien quiera salir de esa lógica): Ahora todos le hablan a su propia tribu, denigrando a la antagónica. Y esa falta (de argumentos y modales) alimenta un discurso cada vez más cargado de inconsistencias de todo tipo y autopercepciones erróneas, por decirlo amablemente. De ahí la necesidad de recuperar el viejo arte de la polémica. Que puede ser ríspida pero tiene sus reglas. Aunque su carencia no es solo un problema en las redes: ya no hay discusiones ni siquiera en los suplementos culturales (que sólo resisten en base a gacetillas de prensa). Se escribe sobre lo que gusta. Y lo que no gusta queda para el escarnio (aunque más no sea en Twitter). Pero también se produce un efecto simétrico: la facilidad con que cualquier crítica se toma por ofensa. No sé si esto es achacable a la llamada “generación de cristal”, pero si a la generación del 90 le costó reintroducir la política en sus vidas, a las posteriores les está costando asumir la confrontación que conlleva. Son hijos del 2001, pero muchos parecen criados en cuna de seda.   

“Si de cada cien veces que se te ocurre opinar de algo una decidieras no hacerlo, el cine argentino sería un país mejor”, me sugiere un (ya no tan) joven crítico en Twitter. Lo dijo sin haber tuiteado antes en mucho tiempo, y sólo escribiendo alguna nota para el único número anual de la revista de la que forma parte. Tal vez esa forma de intervenir tenga que ver con la imposibilidad de fijar posición o dar cuenta de ella. Yo le(s) diría que es mejor opinar, o –mejor– argumentar, que pedir “no hacerlo”. Pero ciertamente es más productivo hacerlo fuera de las redes, o en todo caso sin límites de caracteres. El cine argentino sería un país mejor si se hablara más sobre él, y en presente. Eso hacían aquellas viejas revistas: estaban más en la ofensiva que en defensiva. Proponiendo miradas fuertes y precisas sobre el propio campo.

Cuando escribí aquí sobre la “encuesta de cine argentino” pasó algo parecido. En vez de discutir lo que esa larga nota planteaba (sólo un crítico atinó a dejar un breve comentario, y hablando por supuesto en su nombre), alguien deslizó que ese silencio se debía a una «chicana improcedente». Se refería a una línea inicial del texto, pero aun si la dejáramos de lado tampoco habría habido otra respuesta… Reafirmo, de paso, que no era chicana ni improcedente: mencioné que algunos de los proyectos de los hacedores de esa encuesta se aplicaban a «temas vaporosos e impropios». La definición de vaporoso es «tenue o ligero», y así considero un libro sobre las nubes en el cine, sin que eso sea un juicio de valor: el libro puede ser un bello objeto, pero uno lo imagina como –por decir algo– una publicación del festival de Viena, o alguno de esos lugares donde ya tienen todo resuelto y se pueden dedicar a buscar temas extravagantes. 

Daddy Longlegs

Del mismo modo, impropio se le dice a lo que «no es adecuado, acertado u oportuno», como por ejemplo un libro sobre Mumblecore, presentado como uno de los primeros volúmenes editados en el mundo y el primero en habla hispana”, como si eso fuera un mérito y no la evidencia de que ese asunto no interesa ya ni a los iniciadores de ese movimiento, como lo prueba que ni siquiera podamos encontrar bibliografía en inglés, la que abunda sobre casi cualquier tema, ya que desde esos centros económico-culturales se pueden dar el lujo de dedicar su tiempo hasta a analizar cinematografías de países periféricos, con más dedicación que la evidenciada en esos mismos países, que suelen malgastar sus esfuerzos en iniciativas como esta…  

Entiendo que parezca antipático “opinar” estas cosas, pero deberían entenderlas quienes acaban de realizar una encuesta de cine argentino y no desconocen que –además de Cinemateca– tampoco contamos con extensas bibliografías sobre cine argentino. Como ya mencionaba en aquella nota, ni fuentes primarias tenemos, y sobre numerosos temas no hay escrita una sola palabra… Una situación así sería incomprensible en esos países cuya cinematografía admiran, y más si se pusieran a escribir sobre algún tema lejano sin haber explorado antes los propios. En fin: no hace falta decir que el internacionalismo es bienvenido, porque esa es una de las grandes tradiciones del cine (aunque el regionalismo tampoco abunda en Latinoamérica). Pero la otra tradición central son las miradas nacionales (adivinen si los países que tienen Cinemateca la tienen…), como ya sabía el joven crítico que hace más de medio siglo escribió sobre «una cierta tendencia del cine francés».

Aquí también, bajo ese influjo modernizador, las más influyentes revistas de cine se posicionaron, y ciertamente no fueron consensualistas, porque sabían que siempre hay conflicto, así en la vida como el cine. A veces –acaso si uno vive en Viena– eso pueda evitarse, pero aquí (y en otros lugares del mundo que hasta hace poco se creían inmunes al influjo del fascismo) nadie va a poder ser neutral si sigue avanzando una derecha radicalizada. Aunque tal vez muchos de nuestros intelectuales, críticos y artistas prefieran seguir en las nubes, como los que escriben en una publicación llamada asépticamente Revista de cine, que tampoco sigue ni persigue la gestualidad inicial de su modelo francés. Mientras tanto, no es que ya no tengamos revistas “ideologizadas” (para decirlo en el léxico de Quintín & Noriega) como Cinecrítica o Cine y medios, sino que ni siquiera encontramos la habitual discusión sobre el cine argentino actual que abundaba en Tiempo de cine o El Amante.

Buena –o mala– parte de El Amante se fue a Seul (previo paso por ese otro blog borrado llamado Los trabajos prácticos, regenteados ambos por el mismo posterior alto funcionario y vocero macrista). Pero no se trata de una conversión sino de un desplazamiento (habría que volver a leer la colección completa de El Amante –salvo la que dejaron perderse en el ciberespacio– para ver los signos o anticipaciones de ese destino), que curiosamente asume lo que hasta el día de hoy varias de sus plumas lloran (sosteniendo que añoran “dejar de hablar de política”, aunque sean parte de una revista que es órgano oficioso de una alianza electoral). Ese paradójico abandono del cine por la aun así denigrada política tal vez esté señalando lo que falta por izquierda (visto que en todo el mundo la derecha lleva la delantera): Una crítica que se haga cargo de su posición, y no solo como “política de los autores”.

Posdata: Ya he dicho muchas de estas cosas (como también se me suele reprochar, más que responder), incluso hace años en una réplica en el segundo número de  La vida útil, así como en su presentación. Y mientras termino estas líneas se anuncia el sexto, con un tardío y bienvenido dossier sobre la historia del cine argentino clásico, y una tardía y malvenida nota de José Miccio sobre Adiós a la memoria, seguramente tan malediciente como la previa de García Candela en el momento de su estreno en el festival de Mar del Plata. Lo que no cambia es la particular inquina de ese crítico contra este sitio en general, y este autor en particular, luego de respuestas mías a sus cada vez más furibundos ataques (que pueden leerse allá  y aquí ) y pues el crítico parece discutir más con el que fue o creyó ser que conmigo, y ya sabemos (como lo prueban los ex Amantes hijos del PC) que no hay nada más brutal que la fe de los conversos.

En la presentación de un número anterior de esa revista algunos (más jóvenes que el crítico de marras) se definían como “hijos de Quintín y Prividera”, y ahora –tal vez dándose cuenta de que no hay síntesis posible en ese experimento teratológico, que también fue respondido aquí – han encontrado un paladín a la altura de sus módicas intenciones, es decir, una cinefilia de baja intensidad (política), que no quiere ser molestada por “demandas”, por decirlo ahora con el término consagrado por Aguilar hace ya veinte años en Otros mundos (y que tan bien marida con los alumnos dilectos de Quintín, aunque prefieran no cruzárselo en Twitter). 

No sé si esa nota sobre una película que se preguntaba por la fragilidad de la memoria merecerá una nueva respuesta, o simplemente le responderá la realidad, porque tres años después de su estreno el país –no sólo el del cine– parece tan desmemoriado como entonces, y acercándose a un nuevo incendio, como se anticipó recientemente en Jujuy. Y lo cierto es que casi no hay películas, malas o buenas, que hayan intentado dar cuenta de este tiempo, por lo que seguir hablando de Adiós a la memoria parece por lo menos una importunidad (incluso si no fuera en una sección llamada “cine del presente”). Si las elecciones de este año terminan coronando la peor de las opciones, van a ser “tiempos interesantes” para ver como (¿no?) se posicionan críticos y cineastas. Y no sólo en Twitter. Pero –visto que no será el primer gobierno de derecha salido de elecciones, sin mayor respuesta “crítica” desde el campo cinematográfico, más allá de las marchas o declaraciones de rigor– tampoco debemos esperar mucho más.

Nicolás Prividera / Copyleft 2023