PARRICIDAS TÍMIDOS, ELEFANTES BLANCOS

PARRICIDAS TÍMIDOS, ELEFANTES BLANCOS

por - Ensayos
17 Jun, 2020 11:56 | comentarios
La vida util de las revistas de cine: parricidas o epígonos, no hay otra opción.

Primer acto

En una breve entrada publicada en el blog de Revista de cine, Nicolás Zukerfeld festeja que “es imposible encontrar el error en un cineasta que hace de la prueba su principal motor. Cada película de Hong Sang-soo genera el placer de estar no frente a una revelación sino, más bien, a ese cine posible que te enseña que todo es posible. Y allí reside su más importante enseñanza: que el cine tal vez no sea algo tan importante”. En los comentarios, bajo un genérico “anónimo” escriben al parecer “tres alumnxs tuyos que encontraron en tu texto motivos de debate y discusión”. E inquieren:

“A nosotrxs también nos gusta el cine de Hong pero quizá no compartimos tu entusiasmo (o el de otrxs miembros de la Revista) por el mismo. Intentando encontrar los motivos (que sospechamos similares a nuestra desconfianza por otros cineastas contemporáneos) creemos que una de las claves pasa por algo que vos, sin embargo, destacás: Si bien entendemos que lograr una filmografía con tanta gracia como la de Hong a base de la prueba y el error es destacable y obviamente meritorio, nos preguntamos si justamente este procedimiento no termina escondiendo cierta timidez, si hacer de tus películas algo que no puede fallar no se vuelve un gesto que termina anulando el riesgo, si incluso cuando pinta directamente sobre el lienzo, Hong no deja de bocetar (como un jugador que entrena todos los días pero nunca sale a la cancha), si no sería deseable un cine que no «te enseñe que todo es posible» sino que te convenza que solo sus decisiones lo son (incluso cuando provienen de la más absoluta arbitrariedad; sobre todo si son arbitrarias), un cine que no reniegue de la prueba pero que tampoco se entregue a su comodidad, un cine que justamente sí se piense como algo importante”.

La intervención misma denota “cierta timidez”, pero es lo suficientemente audaz como para demandar respuesta. El primero en salir al cruce es el maestro Rafael Filippelli: “Si bien no soy alguien a quien Hong Sang-soo le despierte tanto interés, me parece un cineasta muy respetable. Coincido con los alumnos de Nicolás: el cine no debe enseñar que todo es posible. En primer lugar porque no es cierto y luego porque hay en ese deseo un peligroso ejercicio de la buena conciencia”. Curiosa torción dialéctica: Filippelli “coincide” con los alumnos y reprueba al alumno/docente Zukerfeld, aunque sin duda este no supone que el “todo es posible” implique una defensa de la “buena conciencia”. 

Porque, como comenta a su vez Zukerfeld, le “gustan los cineastas que afirman, seguros, su posición, pero también (a veces incluso más) aquellos que utilizan el cine como terreno de prueba y error”. No hay aquí ningún “deseo” en ningún sentido fuerte de la palabra. Por el contrario, el texto apenas “intenta valorar las pequeñas formas del riesgo: para algunos estas formas serán tan temerosas que no valen la pena, pero a mí me interesan”. Difícil ver en esto un “ejercicio peligroso”. De hecho los alumnos le agradecen finalmente “por ser uno de lxs docentes que instalaron en nosotrxs el gusto por el pensamiento y la discusión sobre el cine”. Así que todos contentos, aunque la discusión acabó antes de empezar. La pregunta que queda en el aire es si los alumnos podrán desarrollar esas formas menos “temerosas” en sus propias obras o revistas, si es que estas llegan a existir (y si se animan a ejercitar el siempre peligroso deseo de salir de la comodidad).

Entreacto

“Estos jóvenes harán pesar cada vez más su opinión, proyectarán cada vez más lejos su palabra, hasta hacerse oír por los mismos a quienes comentan o atacan, hasta sacudir la modorra de semidioses o mandarines en que se refugian sus mayores”, decía Emir Rodríguez Monegal en el prólogo a su librito El juicio de los parricidas, dedicado a esa generación posterior pero cercana a la suya que estaba renovando la crítica cultural en Argentina, atacando a los viejos maestros nucleados en la venerable revista Sur. “Los jóvenes debieron someterse a la tutela de éstos y vegetar como tímidos y resentidos epígonos, o debieron lanzarse a la fundación azarosa de pequeñas revistas que fueran sus propios órganos de publicidad y en las que pudieran decir lo suyo”.

Rodríguez Monegal menciona una publicación ya entonces olvidada que “pudo haber sido la revista de la nueva generación” pero “sólo fue, en definitiva, una revista de epígonos, en que el mejor material pertenecía siempre a los consagrados”. Si él mismo puede publicar El juicio de los parricidas en 1956, es porque Contorno ya ha dejado su huella (aunque aún falten algunos años para que David Viñas reúna sus belicosos textos en Literatura argentina y realidad política): “estos jóvenes de 1945 se vuelven a examinar su circunstancia literaria y hunden su mirada inconformista en los hombres de la generación del 25 (…) Se quedan con algunos a los que atacan o veneran (mejor sería decir: atacan-veneran) con cierta violencia saludable”.

“Violencia saludable” escribe Rodríguez Monegal, aunque nunca dejó de ser un crítico conservador. Desde ya el “parricidio” es metafórico, y le debe mucho a Tinianov y a Freud (“El cambio en la sociedad descansa en la oposición entre generaciones. El paño donde se cortan tales ocasiones es, evidentemente, el sentimiento de ser relegados”). Pero no hace falta retroceder hasta Shakespeare para reencontrar el oscilar de los parricidas que “atacan-veneran” (aunque Hamlet, por supuesto, tenía otras razones: es difícil matar a un fantasma). Por esos mismos años surge en Francia la revista Cuadernos de cine (traduzco el titulo para distanciarlo de su aura), que la crítica no deja de venerar incluso hasta nuestros días, tratando de mantenerla viva a toda, sea literalmente a través de la conservación de su “marca”, o bajo las formas epígonales que encontró aquí, allá y en todas partes. Generalmente con “timidez”, a veces con cierta “violencia saludable”, pero en todos los casos sin proceder al parricidio ritual, como el que realizó el mismo cahierismo.

Segundo acto

En la presentación del tercer número de La vida útil, ante algunas incitaciones de Roger Koza a ver(ter) un poco de sangre, Lucía Salas parece temer ante la acusación de parricidio, aunque luego sugiere que los participantes en esa revista son “parricidas por omisión”, asumiendo que sus “paternidades oscilan entre Quintín y Prividera”, y que el silencio al respecto provendría de tener esos “padres separados”, aunque promete luego una suerte de conciliación futura: “Encontrar en el detalle una lectura ideológica”.

Así propuesto, ese programa parece una opción posible, y acaso debería yo agradecer que mi nombre ilustre esa dialéctica (aunque no la reconozco por ninguna parte al abrir la revista), pero como no soy fiel de la balanza (ya que tampoco pertenezco a la generación de Quintín ni tengo hijos) y además creo que el cine es tan importante como cualquier otra cosa que pueda ayudarnos a comprender el mundo (incluso corriendo el riesgo de la buena conciencia), puedo decir que el problema no es solo una excesiva fe en los detalles (en lo micro, digamos, para ligarlo con una vasta zona del pensamiento posmoderno que impide articular demandas mayores), sino que de Farber se quedan gozosamente con el error. Y ahí se revela, como sugería Koza en otro momento de la charla, la verdadera paternidad no puesta en cuestión.

Ramiro Sonzini abre en este número una sección de cartas al estilo Movie Mutations (esa colección autoindulgente de miradas concéntricas, salvo por la intervención de Bellour y el prólogo de Ronsenbaum, que anticipa “los escépticos a quienes este epistolario les resultará demasiado amistoso, cálido e íntimo”), recordando que Quintín dictó uno de los talleres que lo siguen teniendo como maestro bajo el título de “La lección de Manny Farber”. El punto de partida fue un fragmento de la introducción al libro Negative Space, donde se asegura lo siguiente: “Uno de los grandes momentos del cine de los años 40 dura apenas un abrir y cerrar de ojos: Bogart, al cruzar la calle para ir de una librería a otra, mira un letrero luminoso. (…) Todos los increíbles acontecimientos que se dan en The Big Sleep están ligados por míseros saltos de tiempo, pero, dentro de cada detalle, existe una lógica espacial, un gran sentido de la personalidad, del gesto”. Farber (según Sonzini siguiendo a Quintín) “nos enseñaba que los tesoros del cine estaban metidos de contrabando en las películas clásicas”. Y agrega la anécdota que en vez de hacerlo revisar esta certeza, la potencia:

“Luego de hablar un poco sobre el fragmento del texto, vimos el momento citado de The Big Sleep y, para horror de la sala, comprobamos que la escena no era como la describía Farber: Bogart alzaba la mirada porque oía un trueno que preanunciaba una tormenta. Es decir, la gratuidad del gesto no existía, la teoría estaba basada en una apreciación errónea. Volvimos a ver el fragmento, pero dentro de Negative Space de Chris Petit (película que retrata la figura y las ideas del crítico norteamericano), que tiene como punto de partida la misma cita y la misma premisa. Y, para sorpresa de todos, en esta película la misma escena tenía exactamente el poder que Farber evocaba. El truco estaba en que Petit, no tan sutilmente, modificaba la escena original aplicando un pequeño ralenti y un zoom, y reemplazaba el sonido ambiente por una voz en o que leía la cita, de tal modo que se destacaba esa “mirada hacia la nada” que en la versión original no existía. Si Petit no hubiera podido modificar la escena original, no habría podido hacer la película. Necesitó inventar una escena nueva que respaldara la teoría original”.

Digamos que Farber pudo desarrollar su idea del arte termita porque “vio mal”, pero Petit manipula la película para acomodarla a la visión del crítico. Entonces, ni “el error de Farber es ejemplar”, ni “la capacidad de enmendarlo sutilmente son posibilidades habilitadas por las formas de ver de nuestra época” (estas pueden ser “radicalmente distintas a las de la época de Farber”, pero por eso mismo es menos excusable la deshonestidad intelectual). Tampoco es “paradójico que, aunque la teoría se sustente en una lectura equivocada, resulta verdadera y premonitoria”: Esa es “la lección de Farber” según Quintín, en todo caso. La idea de que “una buena crítica no es aquella que viene a sustituir las películas por grandilocuentes explicaciones filosóficas, antropológicas, políticas o sociales del tema y el argumento, sino aquellas que ponen de relieve el cine en sí, revelando esos detalles de una vivacidad desatada”. Como si la única salida de la “grandilocuencia” fuera la arbitrariedad del crítico, amparado en una subjetividad “genial” que se torna dudosa incluso si no necesitara acomodar la realidad a su gusto.

El “camino para rescatar a la crítica del estancamiento que vive en la actualidad” no puede estar justamente en una de sus causas. “La materia misma de cada película” no es muda hasta que la inviste un crítico termita, y tampoco un detalle sino un árbol que no deja ver el bosque (o un elefante escondido entre otros, como dice también otro dicho): lo macro (la Historia, el sublime objeto de la ideología: todas esas cosas que solo pueden parecer “grandilocuentes” a quien se creé por fuera de ellas). Tal vez sea hora de repensar la metáfora del “elefante blanco”, que preexiste a Farber y se relaciona con cualquier presente (en todos los sentidos de la palabra) difícil de sostener. Lo contrario es reducir todo a “acciones incomprensibles y apartes ingeniosos”, que solo dependen de la “aprehensión horizontal” de un genio, sea el cineasta mismo o el crítico que reconstruye esas conexiones y crea otras, amparado en el puro poder de la semiosis (ese virus del lenguaje). ¿Es necesario recordar que las termitas solo son buenas como metáfora?  

Coda

Lo que necesita el (cine del) presente es dejar de valorar “las pequeñas formas del riesgo” y “afirmar una posición”: es mejor equivocarse que justificar el error. Porque si bien podemos seguir discutiendo si debemos o podemos separar al autor de su obra (lo contrario ya lo viene haciendo la crítica literaria hace un siglo, aunque nunca termine de matar al autor), no podemos separar al crítico de su crítica. Debemos tratar de entender qué se esconde detrás del “error”, en vez de repetirlo. Y esto incluye tratar de entender por qué Farber terminó apoyando a Bush (como susurró tímidamente Ronsenbaum al oído de Koza), o toda la plana mayor de El Amante asumiendo el macrismo (como es de público conocimiento para cualquiera que los siga). También hay que leer ese “giro” a la derecha desde una “aprehensión horizontal”, como algo que podemos redescubrir remontando viejos textos en busca de esas acciones aparentemente incomprensibles y apartes poco ingeniosos… Lo primero que debería hacer cualquier generación crítica es tomarse ese trabajo, en vez de seguir el mismo curso que la venerada. De lo contrario está condenada a “vegetar como tímidos epígonos”.

Fotos: Libro de Farber y pequeño elefante blanco (NP); 2) Hong; 3) Tapa del último número de la revista La vida útil; 4) A la izquierda, Manny Farber, a la derecha, Jean-Luc Godard, varias décadas atrás.

Nicolás Prividera / Copyleft 2020

Links:

La vida útil (leer aquí)

Revista de cine (leer aquí)

Presentación del número 3 de La vida útil (ver aquí)