CUESTIONES PROVISORIAS: SUEÑOS, CONJETURAS Y ASOCIACIONES (13): BREVE VIDA

CUESTIONES PROVISORIAS: SUEÑOS, CONJETURAS Y ASOCIACIONES (13): BREVE VIDA

por - Cuestiones provisorias, Varios
12 Jun, 2021 07:08 | Sin comentarios
Una notica estimula un sueño y este evoca una película.

El calendario no miente: empezó la segunda mitad del año. Muy pronto el invierno impregnará toda la materia circundante, determinará la sensación térmica, revistará las veredas de las últimas hojas que suelo fotografiar y las noches serán por un tiempo más largas. El placer del frío y el bienestar espiritual que proviene de corroborar en el reloj que antes de las seis de la tarde es de noche serán menores que siempre. En las condiciones de hoy, la estación que más amo causará dolor y tristeza, porque no me es indiferente el sufrimiento ajeno. Ayer alguien me contó que la maestra de su hija murió a los 55 años por el virus que todavía acecha. Desde ayer a la mañana pienso en esa persona que no conocí ni sé su nombre; puedo imaginar la pena de sus seres queridos, como suele decirse, el desconsuelo de los hijos, el esposo, los hermanos, los amigos y los alumnos. Es terrible. 

Papá tiene diez años, yo tengo la misma edad. Discutimos sobre una película de la que no conozco su nombre, pero él insiste en que el personaje de la madre, por su estereotipada crueldad, es impropio del director. Me doy cuenta de que él no se da cuenta de que es mi papá y yo su hijo, y de que misteriosamente ambos parecemos compañeros de escuela y no un padre y su hijo. ¿Cómo puede ser? La palabra misterio es algo imprecisa o incompleta. Hay algo cálidamente ominoso en la escena, porque somos niños, pero nuestras voces no coinciden con la edad que tenemos, voces que llegan del futuro, como si se tratara de un doblaje en el que el problema no consiste en la diferencia lingüística sino en uno de otra índole, un inconveniente más decisivo aun que la sustitución de la lengua en la que se habla por otra que se desconoce. Un doblaje ontológico, quizás, una forma de posesión heterodoxa en la que una versión del yo del futuro anida en el yo del pasado, una inversión de la relación natural e indesmentible en la evolución de todo psiquismo. 

A las seis de la mañana el sueño se interrumpe y permanezco acostado pensando que ha sido fruto del impacto que tuvo esa noticia sobre la muerte de la docente a merced de un microrganismo deletéreo, muerte que podría haber sido la de mi amigo que me lo cuenta o la mía. En ese momento de la mañana recuerdo una escena de una película que me encanta, escena que supo ser considerada una incursión estética del director en el ridículo. No sé cómo se le ocurrió a Hugo del Carril imaginar en Culpable que en el instante en el que su personaje moría, tras ser abatido por la policía después de resistir a los tiros, su conciencia se personificara en un espectro con otro semblante que lo invitaba a revisar toda la trayectoria de su vida y a saber algo más sobre su pasado. La escena es magnífica, libre, retraídamente delirante. 

Culpable

El ejercicio retrospectivo de la conciencia trasladándose lentamente hacia su apagón eterno no es ajeno a la tradición cinematográfica y es efectivamente lo que se entrevé en ¡Qué bello es vivir! de Frank Capra, cuando el ángel asignado a George Bayle le permite al personaje de James Stewart saber cómo hubiera sido el mundo sin él. La filosofía relacional tiene su encanto porque enciende la ilusión de que ninguna existencia es en vano y al mismo tiempo confirma otro hermoso deseo cognitivo: la seguridad de poder establecer relaciones directas entre las causas y los efectos. Ante el desconcierto del mundo, abrazar un presunto orden secreto que organiza los grandes eventos de la Historia y los pequeños actos domésticos aminora la angustia y reviste de sentido al desprolijo amontonamiento de hechos.

La escena de la película de Hugo Del Carril tiene más fuerza porque incluye la muerte de un niño de un balazo y la niñez carece de cualquier dimensión retrospectiva. Al asaltante que interpreta Del Carril no le indiferente ese niño, hijo de una mujer que no es la suya y a quien le ha regalado algún que otro juguete y un poco de su tiempo. La fuerza espiritual de la escena del desdoblamiento de la conciencia tiene un anudamiento con esa escena precedente entre el asaltante y el niño. Si no se siente así es porque las decisiones poéticas de Del Carril pueden parecer pueriles, tal vez porque las sobreimpresiones a las que recurre lucen anacrónicas y desmedidas, lo que no impide, si fuera así, sentir algo conmovedor: la transmisión de un tiempo suspendido, un tiempo que solo pertenece a los muertos. 

El niño, Del Carril, Capra, la maestra, mi amigo, mi padre con diez años y yo. Todo eso está en la mañana de hoy: una absoluta soledad, que imagino en un sarcófago, en la penitencia de un trapense o en el aislamiento de una cárcel sin otros reos alrededor. ¿Qué es esta soledad en una mañana de sábado? El otro día leí una descripción insuperable para todo esto: “Alguien que ya no tenía a quién preguntar por su niñez”. Así se refería una escritora a la madurez (y soledad) de otra. Me doy cuenta de que el sueño fue un intento fallido de conjurar esa evidencia tan bien descripta por Leila Guerriero. Yo tampoco tengo a quién preguntar. 

*Foto: Hojas en el final del otoño (RK)

Roger Koza / Copyleft 2021

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12. El momento de la ficción (leer aquí)

11. Las máscaras (leer aquí)

10: El trabajo de mis ojos (leer aquí)

9: Las pieles (leer aquí)

8. Las estampita del monje (leer aquí)

7. Desde el diván (leer aquí)

6. Un misterioso idioma (leer aquí)

5. El método Castro (leer aquí)

4. Bichos (leer aquí)

3. Memorias del teleconductismo evangélico (leer aquí)

2. En los primeros días de otoño (leer aquí)

1. En los labios de Luis (leer aquí)