CUESTIONES PROVISORIAS: SUEÑOS, CONJETURAS Y ASOCIACIONES (10): EL TRABAJO DE MIS OJOS

CUESTIONES PROVISORIAS: SUEÑOS, CONJETURAS Y ASOCIACIONES (10): EL TRABAJO DE MIS OJOS

por - Cuestiones provisorias, Varios
02 Oct, 2020 07:44 | comentarios
Reencuentro con un film, encuentro con una poeta y un sueño con el señor que filmó Diario de un cura rural.

Es la segunda vez que me pasa: consigo apreciar como corresponde una película de Laura Citarella recién en un segundo encuentro, o visionado como se dice en mi profesión, palabra espantosa si las hay, vocabulario propio de una cultura audiovisual, no cinematográfica. Me había sucedido con Ostende, ahora con Las poetas visitan a Juana Bignozzi.

Desconozco la razón de mi impedimento, puedo sí identificar obstáculos poco relevantes: la proyección defectuosa de la sala en la que la vi, el cansancio propio que se acumula en un festival, el rechazo inmanejable e incomprensible (y ya superado) sobre la persona retratada. Esta última y vergonzosa confesión es aún más deshonrosa cuando el recuerdo de esa distancia está concentrado en un lugar del rostro: un lunar. Aquí, prefiero la honestidad que nadie me reclamaba a la omisión que nadie, necesariamente, notaría. Y lo digo porque las razones de nuestros rechazos son siempre tan idiosincrásicas; no está de más insistir en lo aleatorio de todo lo que se elige desechar con la presunta convicción de las certezas sin genealogía.

La última oración es solamente la exteriorización de una batalla ganada sobre mí mismo y un método elegido no siempre respetado pero sí deseado: en la medida de lo posible volver sobre todo aquello que se desdeña sin saber por qué hasta desentrañar los motivos. No se trata de enunciar dicha regla para conquistar la simpatía del lector; se trata, en verdad, de dar testimonio fiel sobre la suerte de haber conjurado mi propia necedad, la que me habría robado para siempre el placer que tuve ayer al leer los primeros versos de La ley tu ley, o, en verdad, el inicio de Mujer de cierto orden, porque bajo ese primer título la editorial Adriana Hidalgo agrupó algunos libros de Bignozzi.

Leí este verso una y otra vez, y es del poema El país mitológico. En el final se lee: 

“nuestros huesos se mueven amparados por su furia, 

suelen decirse no estamos muertos”

La totalidad del poema tiene la secreta tensión que adivino en todo lo que leí hasta ahora de Bignozzi. Conceptos incompatibles se reúnen en la extensión de la oración para extenuar un sentido cristalino del vocablo elegido cuyo roce amable con su opuesto o término sin ligazón ilumina un sentido imposible de asir de otro modo, si cada palabra se sopesara por separado. Osamenta, furia y movimiento. Las tres palabras parecen repelerse entre sí, unidas adquieren una insolencia semántica de la que sigo sin entender el entusiasmo que me prodiga.

Los huesos, última evidencia de un organismo, allí donde hubo una persona, tienen su correlato material en los objetos que la persona deja. En esta ocasión, vi el film de Citarella y Mercedes Halfon (esta última, heredera simbólica de Bignozzi) como un duelo de esta joven y hermosa escritora sobre una escritora mayor que admiraba. El duelo empieza por el inevitable encuentro con los objetos y la demanda hermenéutica que de estos se desprende cuando su dueño ya no está para usarlos. Lo más evidente en el film son los elefantes, de lo que se predica una curiosa tara obsesiva de Bignozzi respecto del animal, constatada en las diversas figuras en adornos y prendas de toda índole en la casa. El paquidermo parece glosar una creencia pretérita, propia de una mitología lejana. Una vez que Halfon puede entender el destino de los objetos, que incluye fotos, postales, manuscritos, recién ahí el film puede avanzar e invocar al fantasma protagónico. A Bignozzi se la empieza a reconocer a mitad de película y su poesía comienza a habitar en los planos en el último acto. Del objeto al signo, ese es el camino poético de film, porque así lo demandan los espectros. A los muertos también les cuesta la desposesión.

Excursus onírico:

Un mes atrás soñé con Robert Bresson. El maestro viajaba en el mismo avión que yo. Como suele pasar, en el sueño no me sorprendía que él estuviera ahí. No pensaba que se trataba de un muerto; simplemente ahí estaba el más grande de todos, en el asiento 3A. No lo abordaba, sí lo espiaba, constantemente. Elipsis de sueño u olvido de este, me encuentro hablando con él en ese idioma que me reprocho no haber aprendido: el francés. Me dice algo sobre un aforismo que no quedó en Notas sobre el cinematógrafo: “Los pliegues del codo, el alma de los modelos”. No recuerdo más. Solo eso. 

El sueño coincidió con el reencuentro con Los ángeles del pecado. Con Fernando M. Peña la habíamos programado para un ciclo y me dispuse a regresar a esta película inicial. Dos días después de verla y un día después de escribir sobre ella, tuve el sueño. Al despertarme, anoté el aforismo y luego perdí por unos días el lugar en el que había transcripto el secreto (de mi inconsciente). Ayer volví a este. Lo había anotado en una hoja en blanco de otro libro: El trabajo de los ojos. Es de Halfon.

En ese libro, al inicio, se lee una cita de Jack Kerouac: “El ojo dentro del ojo”. Pensé ayer que así tendría que titular mis futuros talleres de crítica de cine. Pero luego entendí que es un título incompleto. Tendría que añadir entonces: “El oído dentro del oído”. Y suena bien, es lógico, pero me parece todavía insuficiente. Los ojos y los oídos son indispensables, pero siento que la crítica exige algo de las manos. O de los codos. Tendré que seguir soñando.

Roger Koza / Copyleft 2020