CUESTIONES PROVISORIAS: SUEÑOS, CONJETURAS Y ASOCIACIONES (11): LAS MÁSCARAS

CUESTIONES PROVISORIAS: SUEÑOS, CONJETURAS Y ASOCIACIONES (11): LAS MÁSCARAS

por - Cuestiones provisorias, Varios
16 Dic, 2020 03:56 | Sin comentarios
Acerca de dar una conferencia frente a enmascarados; también sobre un film rodado en pandemia en la que todos los personajes ya no tienen rostros.

En un reciente film aún no estrenado de Radu Jude, una maestra es juzgada por la institución educativa en la que trabaja como una pornógrafa. Un video en el que se la ve teniendo sexo con un hombre ha sido subido a internet y este ha sido visto por algunos miembros de la comunidad educativa. Si bien el film fue escrito antes de la pandemia, la realización sí se realizó durante el 2020. Todos los intérpretes llevan barbijos, no se desmiente jamás la inscripción del tiempo presente, menos aún otras formas del malestar que atañe a la vida rumana, cada vez más inclinada hacia una visión reaccionaria del mundo. Jude es el cineasta que con más vehemencia siente entre los suyos la necesidad de incomodar con las películas a sus coetáneos. Poco tiene de agitador y transgresor, mucho sí de polemista e inconformista.

En la larga escena que ocupa la totalidad del tercer acto, la del improvisado juicio escolar a la docente, padres y madres, colegas y autoridades dan sus razones. La expulsión, el perdón, la comprensión y la indiferencia definen en gran medida las argumentaciones, en las que se filtran prejuicios comunitarios y el contexto actual de Rumania. La hipocresía está al orden del día y los problemas que suscitan la fagocitación de la vida pública por la expansión desmedida de la vida privada se sienten en los presupuestos de la racionalidad dominante. 

Como suele suceder en el cine de Jude, las disputas suelen apoyarse indisimuladamente en discursos filosóficos, pero no reside la fuerza semántica de la escena aludida en el despliegue de conceptos de la tradición más antigua de nuestra civilización. La intensidad radica en que se discute sin la boca al descubierto y las voces se despegan del rostro al mismo tiempo que los ojos y la frente están emancipados del conjunto de la cara. Esto no es una novedad en la vida cotidiana, ya no, pero sí lo es en el cine. Y al ser así la operación estética en sí expone la situación, la desnaturaliza sin ambages y devuelve un retrato extraño de lo que ya no parece extraño. La puesta en escena ha sido siempre una laboriosa acción de disimular o intensificar las contingencias de los actos humanos y lo precario aun de la repetición y la regularidad del comportamiento de la naturaleza. En esa intersección entre el funcionamiento del mundo y su reproducción mimética o disolución de la ilusión de su orden, los cineastas suelen conquistar la clarividencia que los guía. Ahí Martel ha intuido la falla como una herida ubicua del cosmos, que se debe intentar asir para desenmascararla, ahí también Resnais, después de identificar las grietas del edificio cultural, descubría un remanente vitalista imponiéndose al cemento. El pasto que emerge desde un adoquín es un signo de su cine.

Pero no siempre es indispensable una cámara para percibir lo inusual. En la Muestra de Cine de Lanzarote doy una conferencia titulada “Los planos vitales”. En esta intento decir algo sobre la relación que el cine ha establecido ante las catástrofes. Así fueron descriptas mis intenciones para desarrollar:

“Se ha repetido una y otra vez las palabras del filósofo: ‘Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie’. Era comprensible razonar así, y un plano cualquiera de Noche y niebla bastaría para confirmar las palabras de Adorno: la osamenta dispersa en la tierra, la montaña de cabellos, las cabezas cortadas en una palangana son suficientes para dimitir del mundo de los vivos. La crueldad institucionalizada y el goce de los perversos pertenece a otro orden simbólico de la devastación y la derrota que se sienten frente al ciego terror que puede advenir de la naturaleza. Los maremotos, los virus, los volcanes arremeten ciegamente contra todos; una vida, una cultura dejan de existir por el paso de la lava volcánica; una ciudad completa queda hundida para siempre. La contingencia del yo y la finitud de todo se develan sin ambages en la catástrofe y la aniquilación. 

El cine ha prodigado representaciones disímiles sobre eventos históricos e imaginarios en las que se ha puesto a prueba el deseo colectivo. ¿Qué mueve a un hombre o a una mujer a insistir con todo? Nada es más misterioso que la voluntad. En algunas ocasiones, ese misterio es delineado o esbozado en una película. Y en este encuentro no haremos otra cosa que proponer un inventario de gestos y acciones mediante el cual se puede cotejar ese pasaje en el que se abandona la desgracia y se elige la afirmación”. 

Tuve la impresión de que no conseguí exponer mis ideas con fluidez; lo que quería decir se dijo, pero el ritmo de la oralidad y la selección de palabras y giros discursivos no llegaban a concatenarse en una retórica cuidadosa de los silencios, pausas, sonidos producidos por la combinación de términos y otras cualidades propias de la exposición oral que refuerzan un universo discursivo sin la objetivación del texto. ¿Estaba cansado del viaje? Sí, porque bajé del avión y unas cuatro horas más tarde estaba frente al público, aunque no es la primera vez que algo así me ha pasado, pues en reiteradas ocasiones, tras muchas horas de vuelo, he arribado a un lugar y de inmediato me he subido a un escenario y he dado un discurso. Pasaba algo más.

Sucede que, tras meses de participar de conferencias, entrevistas y clases en Zoom, Instagram y Google Meet, volví a estar frente a un público real, sentado en sus respectivas butacas dispuesto a oír. Era una situación anhelada. Lo que no había experimentado jamás hasta ahora era el hecho de hablarle a una audiencia sin rostro, en la que los ojos sobresalían sin que el resto de la cara adquiriera siquiera una expresión posible de ser codificada en un signo que esclareciera la posición de los oyentes en la recepción de mi palabra. En esas condiciones sanitarias, la audiencia transmitía en su semblante indeterminado un gesto indecible, como si los ojos sin rostros abandonaran el presunto cubículo del alma y fueran la expresión de un animal capaz de cualquier cosa. 

Podían ser zombis, alienígenas o, en el mejor de los casos, un ejército de ninjas cinéfilos; igualmente, hablar ante un público sin rostro no resulta ameno, porque tal anomalía no es circunstancial, como el propio film de Jude lo materializa. Porque es una experiencia en la que se siente el hueco del sujeto que habla en el espejo deformante de aquellos que escuchan, como si en el desmembramiento del rostro ajeno se anunciara maliciosamente la descomposición de la figura humana. En ese momento, la pornógrafa de Jude y yo fuimos uno, aunque la amable audiencia de Lanzarote no parece haberme juzgado con la ferocidad que los personajes del film sí dedican a la acusada.

Roger Koza / Copyleft 2020

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3. Memorias del teleconductismo evangélico (leer aquí)

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