AUSENCIA DE MÍ

AUSENCIA DE MÍ

por - Críticas
22 Abr, 2019 01:01 | 1 comentario
Un preciso y emotivo retrato de un grande de la música popular.

EL SONIDO DEL EXILIO

La música popular tiende a no dejar a nadie afuera. La puede apreciar un oyente de György Ligeti, uno de John Cage y también uno de Eduardo Fabini. Los cultos, los humildes, los frívolos y los diletantes pueden detenerse ante un acorde de Yupanqui o emocionarse ante una estrofa de Alfredo Zitarrosa. El cantautor popular reúne en sus versos y melodías una percepción extendida de su tiempo y su lugar de pertenencia, les adjudica su sello pero no los clausura en la exaltación de su presunto genio: lo universal se le impone.

Cuando Zitarrosa regresa a Montevideo después de un largo exilio, el 31 de marzo de 1984, una multitud lo recibe en el aeropuerto y lo acompaña en la calle. No se trata aquí de una forma de idolatría característica de la era del espectáculo, sino de una expresión de reconocimiento de las consecuencias que tiene un puñado de canciones en el alma colectiva de un pueblo. Cuando Ausencia de mí incluye ese material en su relato consigna el secreto de la vida del personaje que ha elegido retratar.

Ausencia de mí, Uruguay-Argentina, 2018

Escrita y dirigida por Melina Terribili

Las hijas de Zitarrosa, Moriana y Serena, acompañan a Melina Terribili, que tiene la responsabilidad de disponer cinematográficamente y por lo tanto de montar la memoria del músico a propósito de la apertura al público de sus archivos personales. La insólita recolección de objetos de Zitarrosa incluye valijas con ropa, fotos, diapositivas, cartas, películas caseras, grabaciones en forma de diario, instrumentos musicales. La obsesión por la conservación desborda aquí la necesidad de preservar la memoria, más bien proviene de la ansiedad y la angustia de un hombre que tuvo una infancia signada por un piadoso abandono y una experiencia de exilio que delimitaron una sensibilidad. El terror de no existir o la constatación de la contingencia del yo fueron el motor secreto de esa misión cumplida mediante el acto obsesivo de coleccionar y producir archivos de todo tipo. En una de las tantas grabaciones empleadas por Terribili, siempre en contraste dialéctico con fotos, películas caseras o material fílmico de la época, Zitarrosa expresa con ostensible clarividencia lo azaroso de su ser y discurre sobre las fuerzas materiales que hicieron de él quien fue.

La cosmovisión del músico se ordenaba en torno a más justica, más libertad y más creatividad. Decía: “La clase trabajadora es la que mueve el mundo”. Más allá de sus filiaciones políticas concretas, creyó en un socialsimo en libertad, un horizonte utópico impreciso por el que luchó y que le costó la interdicción de su música y el exilio. Partió primero a Buenos Aires, después a Madrid y más tarde a Ciudad de México; cada vez que alguien filmaba las calles de esos destinos menos infaustos, la misma violencia social que lo expulsó de su patria se repetía ahí y en otras partes. El malestar social no era una prerrogativa rioplatense, como lo ratifican los archivos de la época que Terribili elige incorporar a su homenaje espectral sobre el músico. La militarización del espacio comunitario era una estética de la vida cotidiana y la represión una política legítima en la vía pública.

Al regresar a Uruguay, después de tantos años de ausencia, decía Zitarrosa: “Cuando yo veo pasar a un señor de 70 años frente a mi casa, recogiendo basura a las 3 de la mañana, acompañado de su mujer de 67, me da vergüenza ser uruguayo. Y esto no puede ser”. Tal vez esa injusticia se ha naturalizado porque faltan músicos como Zitarrosa, artistas que no pueden soportar el estado de cosas y tratan de encontrar sonidos y palabras (y también imágenes) para intentar conjurar lo inaceptable. En este sentido, Ausencia de mí, casi sin proponérselo, da cuenta de otro tipo de ausencia: lo inaceptable ya no tiene versos y menos aún planos cinematográficos.

*Este texto fue publicado en Revista Ñ en el mes de abril 2019

Roger Koza / Copyleft 2019

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