UNA PELÍCULA VITALISTA

UNA PELÍCULA VITALISTA

por - Entrevistas
07 Mar, 2025 11:48 | Sin comentarios
La obra de Albertina Carri es impredecible. Quien espere una continuación de Las hijas de fuego quedará perplejo. El axioma: una película de Carri nunca se parece demasiado a todas las películas anteriores de Carri. Sin embargo, hay algo que se repite: son siempre relatos y retratos desobedientes y provocativos que incitan a pensar. ¿Qué tiene para decir Carri sobre ¡Qué caigan las rosas!? Una conversación sobre su última película.

Si hay algo que se expresa con nitidez en la cultura contemporánea y signa su brutalidad, decadencia y falta de imaginación, es una forma de afirmación de la propia identidad en contraposición y desestimación de cualquier expresión ajena u opuesta. El deseo de ser a expensas de que otros no puedan ser lo que son constituye una experiencia de vivir reactiva y reaccionaria, un modo de existencia fagocitado por el resentimiento y la envidia; pura negatividad en acto, donde ser significa que el otro no sea, y que hoy, tristemente, ha llegado a ser, entre nosotros, una funesta política oficial cuyas consecuencias finales apenas intuimos. La vitalidad anida en la pluralidad, en la afirmación de la vasta conformación de formas con las que se dan a conocer criaturas de todo tipo. En los últimos minutos de la inclasificable ¡Qué caigan las rosas!, su peculiar sintonía con una visión vitalista del mundo se puede apreciar sin ambages.

La última película de Carri empieza en un rodaje del que la directora decide escapar. Ella y algunas de sus más cercanas amigas se van hacia el norte del país. En el periplo pasa de todo: debido a un desperfecto del vehículo en el que viajan, la visita obligada a un taller mecánico en un pueblo perdido introduce a un personaje inolvidable. Laura Paredes no se parece a ningún mecánico que pueda recordarse en el cine. Todo lo que sucede ahí remite directamente a Las hijas del fuego: un despliegue feliz y libre del deseo femenino, en el que se prescinde lúdicamente de los hombres. Pero la película abandona ese camino de erotismo tuerca. No mucho después, las chicas duermen en una casa vacía. Es un instante de terror, en el que Carri apela a lo siniestro. Las muñecas abandonadas y una silla de ruedas adquieren atributos malignos y espectrales, aunque esa invocación también se abandona.

Cuando las chicas llegan a Brasil, se introduce un fragmento en el que cambia la textura de las imágenes, porque aquello que se está filmando responde a un documental sobre la aporofobia. Son planos de una precisión indiscutible, tomados a distancia, en los que se percibe la desigualdad naturalizada en las calles de San Pablo. Pero como ¡Qué caigan las rosas! está ceñida a un principio mutante, una misteriosa mujer se introduce en la escena y con su presencia se tiñe el epílogo de un heterodoxo vampirismo en el que la sangre y la clorofila son signos que definen los enigmáticos pasajes en un ecosistema selvático al lado del mar.

Al repasar la filmografía de Carri, resulta evidente que su poética no se somete a ningún género, sino que abreva democráticamente en todos, y que sus intereses pueden amoldarse a expresiones cinematográficas disímiles. ¿Qué tienen en común GéminisCuatrerosLa rabia y No quiero volver a casa? Sin embargo, hay algo reconocible en todas sus películas: una interrogación sobre la voluntad de vivir. La relación que se establece en esta última película con algunas ideas del filósofo Emanuele Coccia se explica por ese ubicuo vitalismo difuso que anuda las películas de Carri. Los relatos se revisten de muchas caras: palpita en ellos una vitalidad que nada ni nadie subyugan, pero que abarca todo.

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Roger Koza: Empecemos por el principio y el final, o, más precisamente, por las citas que organizan simbólicamente un relato enigmático, siempre placentero de seguir y desplegado por derivas inesperadas. Hay dos citas filosóficas: una es de Simón Rodríguez, filósofo venezolano decimonónico; la otra, y de mayor peso, es de Emanuele Coccia, pensador contemporáneo italiano, especialista en filosofía medieval, quien ha desarrollado una nueva filosofía de la naturaleza. Son claves para la película; no son meras citas. ¿Cómo llegó a ambos y, asimismo, cómo considera la relación de la película con las ideas de estos autores? 

Hay también un cambio de geografía, en vez del sur, el viaje es hacia el norte: el movimiento es de Buenos Aires a Misiones y de ahí a São Paulo. ¿Cómo influyó la geografía en la estética? La película parece mutar, no solamente en relación con su relato, sino también con sus formas. Cambian los encuadres y la naturaleza misma de la imagen. 

Hay un segmento de la película que introduce elementos de terror. Hay algo macabro ligado por momentos a la iconografía cristiana. ¿Es una cuestión azarosa o es una decisión con otro peso simbólico? 

La aparición de la pareja lésbica tuerca es un momento hilarante. Es muy divertido y tiene algo magnífico:la relación que usted establece entre la libido y los autos, pero matizado por el deseo femenino. ¿Cómo se le ocurrió? Laura Paredes y su personaje merecen una película entera. 

La cita del texto de Coccia y su sentido es anticipada en una breve escena en la que las cuatro mujeres duermen a la intemperie. Luego, llega el momento en que usted parece inventar cosas, una de ellas, algo así como vampirismo vegetal. Hay plantas devoradoras. En verdad, usted parece introducir una visión alternativa del mundo y una lectura sobre la relación de las especies. ¿Cómo se le ocurrió entrecruzar el vampirismo con una de las ideas centrales de Coccia en torno a la mixtura?

*Publicada en otra versión por Revista Ñ en el mes de marzo.

Roger Koza / Copyleft 2025