BITÁCORAS DE CINE (02)

BITÁCORAS DE CINE (02)

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La boda de mi hermano

Por Santiago González Cragnolino

Martes 4 de Agosto: Jurassic World, de Colin Trevorrow. Uno de mis primeros recuerdos de cine es ver Jurassic Park en una precaria sala de un pequeño pueblito costero de Chile, cuando tenía 5 o 6 años. La música de John Williams me retrotrae a esas épocas y cuando suena en Jurassic World me pone la piel de gallina. La nostalgia juega un papel importante en el atractivo de la película de Trevorrow, que es completamente consciente de eso y hace los chistes metatextuales de rigor. Trevorrow es un alumno aplicado de Spielberg, pero no tiene la imaginación visual que distingue a su maestro, aunque consigue un par de secuencias de aventura emocionantes. Lamentablemente el sello spielbergiano es muy patente en cuanto a la representación completamente artificial de los seres humanos y a la velada misoginia hacia la protagonista femenina, que recuerda a los trastos parlanchines que debía soportar Indiana Jones. El personaje de Bryce Dallas Howard tendrá hacia el final su redención heroica, para estar al corriente de la moda de las chicas lindas y fuertes que comienzan a ser estándar en la industria, lo que demuestra que el director tiene la capacidad camaleónica necesaria para ser un buen empleado de los grandes estudios.

Luego de que los dinosaurios escapan de su confinamiento y hacen destrozos, los visitantes del parque son refugiados en un galpón gigante. Los planos del galpón me recordaban a las imágenes de las víctimas del huracán Katrina refugiados en el estadio de futbol americano de la ciudad de Nueva Orleans. Un día antes había visto el tráiler de Batman vs. Superman donde Ben Affleck/Bruce Wayne se interna corriendo en una nube de polvo producida por el colapso de un rascacielos, una imagen que con mal gusto trae a la memoria lo sucedido el 11 de septiembre de 2001. Me llama la atención como los grandes hits de la industria transcurren en mundos paralelos de superhéroes y ciencia ficción que parecen no tener relación alguna con la realidad norteamericana, pero donde muchas veces aparecen como ecos siniestros las imágenes más traumáticas de su pasado reciente. De todos modos, hay muchas con las que nadie se anima a jugar. Luego de un año donde tuvo gran repercusión mediática distintos casos de violencia racial y brutalidad policíaca, no hay imágenes en el cine de Hollywood que remitan por ejemplo al caso de Eric Garner. La filmación desde un celular de su muerte a manos de oficiales de la policía de Nueva York, en plena vía pública, puede ser vista en Youtube.

Jueves 6 de Agosto: Killer of Sheep, de Charles Burnett. La violencia racial si está presente en las películas de Burnett, pero no porque filme la represión sino porque está inscripta en el mapa de la exclusión que filma su cámara. Su primera película transcurre en Watts, un barrio de Los Ángeles, que está filmado, en estricto blanco y negro, como un pueblo fantasma, donde los niños juegan a revolcarse en la tierra y arrojarse piedras en un baldío donde ni siquiera crece el pasto. Se trata de una serie de viñetas sobre la comunidad negra del barrio, sumida en la pobreza y sin mucho para hacer. Burnett utiliza el matadero al que hace referencia el título como una metáfora del destino de sus personajes, pero de alguna manera logra escapar al miserabilismo y a la mirada condescendiente que atomiza a los personajes. De cualquier manera lo que predomina es la tristeza. Al no tener una tradición fuerte de cine afroamericano, la película parece buscar seguir los pasos de otra tradición. Killer of Sheep está repleta de pasajes donde brilla la música negra y Burnett parece emparentar su película al blues, un lamento profundo que se aproxima a lo sublime. Si bien los encuadres son bastante rústicos, la película tiene una particular sofisticación. Véase sino, el plano secuencia donde el protagonista y su mujer bailan frente a cámara un hermoso tema de Dinah Washington. Tristeza y belleza son una misma cosa.

Jueves 13 de Agosto: La boda de mi hermano, de Charles Burnett. Este año en La Quimera, el cineclub con más historia de la ciudad de Córdoba, se proyectarán cortos de jóvenes realizadores locales antes de cada función. En esta ocasión, se pasaron los flamantes cortos de María Laura Pintor, cinéfila empedernida que viene de presentar un largo llamado Algas. Al igual que su película anterior, esta serie de cortos mantienen la premisa de partir de una cámara subjetiva aunque ahora profundiza la búsqueda de la abstracción. Son los primeros intentos hacia un cine verdaderamente experimental, una rareza dentro del cine cordobés. Hablando de rarezas, en uno de los cortos aparece recortando el cielo la figura fantasmática de un obrero, lo que recuerda que, salvo escasas excepciones, el cine cordobés se ha dedicado a la representación de las clases medias, recluidas en departamentos o escapándose hacia las sierras. La figura del obrero aparece entonces como un espectro en más de un sentido.

De vuelta en Watts, Burnett hace dos desplazamientos. Primero, porque pasa del blanco y negro a los colores, lo que nos da una nueva perspectiva del barrio, que esta filmado con la misma gracia y originalidad que en Killer of Sheep. En segundo lugar, porque Pierce, su protagonista, pertenece a la clase media, sus padres son propietarios de una tintorería. Si bien la decadencia del barrio y la miseria siguen presentes, Burnett ahora concibe una salida. El dilema que debe enfrentar Pierce es elegir entre ir al casamiento de su hermano con una chica de posición acomodada, confirmación simbólica del ascenso social; o asistir al funeral de su amigo, un malandra, y seguir atado al barrio y a sus peores hábitos. En definitiva lo que parece querer decir Burnett es que la pobreza en la comunidad negra es más que nada una cuestión de mentalidad. Un giro un tanto reaccionario que viene a contradecir la mirada más empática de Killer of sheep.

Viernes 21 de Agosto: Mafrouza: Que faire?, de Emmanuelle Demoris.

Las diferentes miradas que encontré en las películas de Burnett son distintas respuestas a un mismo problema, que gira en torno a la representación de la pobreza. ¿Cómo mostrar el horror de la miseria y respetar la dignidad de los desposeídos? Killer of Sheep funciona a la manera de un proto Pedro Costa. El portugués, con sus películas sobre la villa miseria de Fontainhas en Lisboa, mostró un camino. Un camino que siguió a su manera el joven Chris Gude con Mambo Cool, una película muy poco vista pero importante para el cine latinoamericano reciente. Otra respuesta vino desde Brasil de la mano de Adirley Queirós, con la imprescindible Branco Sai, Preto Fica. Y otra respuesta excepcional fue sin duda la de Emmannuelle Demoris, con una serie de cinco películas sobre el barrio egipcio de Mafrouza. Cada una de las películas de la serie es un placer absoluto. Internarse en Mafrouza es un permanente descubrimiento de prácticas y hábitos, formas de hacerle frente a la precariedad con una entereza y un nivel de alegría envidiable. Demoris filma los cantos, los bailes y los juegos con verdadera curiosidad y admiración, y es respetuosa para sustraer su palabra de la película y dársela a los habitantes del barrio.

A la salida de la función en el Cineclub Hugo del Carril un conocido me decía que esta era una recusación a quienes se quejan del cine etnográfico. En realidad Mafrouza tiene bastante poco que ver con la etnografía porque Demoris en ningún momento intenta encontrar un significado tras los comportamientos de los vecinos o elaborar una explicación en torno a ellos. Hay un encuentro verdadero entre la cámara y los vecinos que no tiene nada que ver con lo científico. Si bien Demoris deja ver varias veces que ella es quien está detrás de las imágenes, jamás trata de pasar su película por un film de autor. Es evidente que la directora tiene talento y ojo para el cine, pero nunca deja marcas autorales para engrandecer su trabajo. Demoris hace una película sin autor como una muestra de humildad, una forma de retribuir la generosidad con la que fue recibida en ese olvidado barrio marginal de Alejandría.

Santiago Cragnolino González / Copyleft 2015