NAOMI CAMPBEL

NAOMI CAMPBEL

por - Críticas
16 Feb, 2015 10:19 | comentarios

Por una necesaria renovación del cine chileno

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“Ojalá que el deseo se vaya tras de ti

a tu viejo gobierno de difuntos y flores”

Por Marcela Gamberini

Paula Yermén Dinamarca, la protagonista de la película, es una mujer, decididamente, sólo que quiere, necesita, operarse para sacarse aquello que le “sobra”. Atrapada entre las piedras, literales, está atravesada por la tradición, por la memoria, por la herencia de un país que ha reprimido -no sólo a los homosexuales- en una de las más devastadoras dictaduras latinoamericanas. La burocracia médica que es también en este caso burocracia sexual, se expone en la distancia espacial en la que se sientan a hablar Yermén y ese grupo de “asistentes sociales o psicólogos”; una mesa larga, vidriada y aséptica los separa y se establece una suerte de careo entre ella y los burócratas. El reflejo de su rostro en el vidrio de la mesa es el reflejo de una identidad borroneada por los otros, nunca por ella. Esta distancia, que de tan tangible se hace física, es la que está presente en toda la película. Es ella, su pequeño mundo de amigas y los demás, aquellos profesionales, políticos de las formas, que le piden más y más análisis para corroborar aquello que está a la vista. La política de género se expone con toda su crudeza emocional que es la que más duele, la que más lastima. Yermén es tarotista telefónica, ayuda a los demás, les da pistas, es amable, comprensiva. Es religiosa, de una religión “sincrética” dice ella, esa cultura que absorbe a todas las demás. Ese tipo de creencias que guardan, capa sobre capa, fragmentos de memorias, de historias, de signos. Esa historia de un país que literalmente la agobia, la ensombrece, le niega su verdadera identidad.

Naomi Campbel, Camila José Donoso, Nicolas Videla, Chile, 2013

Yermén filma, hace su propia película casera, filma su cotidianeidad, su presente. Y en esos rizos de la forma, ella es ella y a la vez es la directora, y a la vez es quien se refleja en el espejo a través de su cámara. Identidad desdoblada, quebrada, ¿quién filma a quien? Juego de cámaras que se extiende hacia adelante, como la propia historia de Yemén que no tiene fin, ni tiene desenlace, porque se pierde en los vericuetos de las burocracias de la salud y del género. Al comienzo de la película, el médico le dice “el cambio de sexo no se puede en Chile, como tantas otras cosas”. En otros momentos, la película se detiene para pintar con dos o tres palabras, con un par de luces oscuras a la generación anterior: las vecinas que filmadas desde abajo hablan del “travestismo y de la brujería de Yemen” como si fuese una asociación natural y la aparición en algún momento del morbo asociado a lo masculino.

Ese no poder que proclama la ciencia en la figura del médico y de sus compinches (asistentes sociales, psicólogos) sumado la rumor de la historia trágica en las bocas de las vecinas, más el machismo dictatorial en las voces de los hombres, marcan a fuego a un país aplastado por una memoria oscura y macabra, de la que es complejo salir. Tal vez, por eso la película juegue tanto en sus contrapuntos entre las luces y las sombras, en sus travellings que acompañan a Yermén que nunca sabemos dónde va. Sobre todo en sus encuadres que como en esa hermosa secuencia donde Yermén habla con un amigo, ellos en contraluz y de fondo, encuadrados, el punto de fuga se hace más luminoso y son las voces de esas canciones que cantan un grupo de gente, canciones que dejan escuchar aquel mítico tema de Silvio Rodríguez que nos deja el eco de “ojalá por lo menos que me lleve la muerte, para no verte tanto, para no verte siempre”. Las voces, las canciones, las luces y sus sombras, las imágenes de registro duplicadas, el ojo que se desdobla es el noble material sobre el que se construye Naomi Campbel.

Tal vez con películas como ésta y como por ejemplo El vals de los inútiles (con la que asombrosamente comparte cartelera en la Argentina) o las del Che Sandoval, el cine chileno despierte de esa letanía, de ese sueño de las dictaduras que adormece las conciencias y muestre el lado más real, más actual y más presente de la vida de los chilenos. Tanto en Naomi Campbel, como en el Vals de los inútiles de Edison Cájas, la pertenencia genérica de estas películas es anfibia, pues son documentales –como si fuera una necesidad del Chile de hoy representar lo real y a la vez ficcionalizarlo para suavizar un poco, para acariciar la realidad y mostrarla; sin revolver entonces sobre la herida que aún está abierta.

El cine chileno supo tener un grande Patricio Guzmán y tal vez recién ahora, desde ese lugar espejado donde se mira la resistencia, aparecen películas tan interesantes. Los problemas de género, el restringido acceso a la educación, los jóvenes sin rumbo, la política en sus plebiscitos y en su dudosa ética se muestran en Pablo Larraín y su No; también en las películas frescas, realistas, honestas como Soy mucho mejor que vos o Te creís la más linda… de Che Sandoval; como en Propaganda ese muy buen documental del colectivo MAFI que muestra el detrás de escena de las campañas presidenciales, con una mirada crítica que desnuda las estrategias políticas y burocráticas que ponen en juego siempre el universo de la ética. Con estas películas, que son las que pudimos y podemos ver en la Argentina, un cine renovado sale a la luz, un cine que pide reflexión y pensamiento con sinceridad. Esperamos que lo nuevo de Guzmán y de Larraín (premiados ambos recientemente en Berlín) puedan verse a la brevedad y podamos completar esta nota, con más reflexiones y actualizaciones.

Marcela Gamberini / Copyleft 2015