LOS PREMIOS: 1950

LOS PREMIOS: 1950

por - Columnas
09 Oct, 2022 02:24 | comentarios
En la era del realismo socialista, un musical oficialista/hedonista. Todo el mundo quiere hacer su Ciudadano Kane. Un cineasta francés es juez, jurado y verdugo.

Fuera de Competencia: Cosacos del Kubán (Kubánksiye kazakí), dirigida por Ivan Pyryev.

No lloraremos la muerte de Andréi Zhdánov. Su nombre va con mayúsculas en la lista de burócratas que casi hiere de muerte al cine soviético. (1)  Entre 1946 y 1953 la censura del politburó fue tan rigurosa que hizo casi imposible conseguir su aprobación. Las factorías cinematográficas de la URSS no detuvieron su marcha, pero en promedio produjeron sólo quince títulos por año. Zhdánov fue el ministro de cultura del realismo socialista. Y del mandato: el arte será obsecuente o no será. 

Cosacos del Kubán

Una de trece películas producidas en 1950, Cosacos del Kubán adhiere a uno de los preceptos fundamentales del realismo socialista: la glorificación del presente como utopía alcanzada. Pyryev filmó una comedia que transforma los trigales panteístas de Dovzhenko en escenario para un musical hedonista/oficialista que demuestra que el discurso de la alegría puede ser un instrumento político temible. 

En Cosacos del Kubán la lucha de clases terminó, pero la guerra de los sexos continúa. Hay un par de cruces románticos entre representantes de diferentes koljoses que asisten a una feria agrícola. Lo que se interpone entre el amor de Galina y Gordei es el orgullo: la competencia entre las granjas que presiden y sus distintos criterios para administrarlas. Galina y Gordei se distancian políticamente, pero miembros del Partido ayudan a que tengan su final feliz.

Cosacos del Kubán muestra que la revolución no se disocia del placer (y que idealmente hacia allá nos conduce). Los soviéticos quieren salir de compras, comer helado, coger, ir al circo, al zoológico y al cine – y claro, ¿quiénes veían sino estas producciones? -. La película no es una reflexión fría sobre el placer, sino un acto placentero en sí mismo, que se deleita con las carreras de trote o el baile de la berioska.

El maestro de ceremonias cierra el espectáculo de la feria con una canción: “Acá bailaron y cantaron artistas amateurs del pueblo: avicultoras y criadores de caballos; conductores de tractor y herreros… nuestra patria atesora todos los talentos para que los dones puedan desarrollarse… se abren todas las vías a la gente común: los aficionados se convierten a menudo en profesionales en cualquier ámbito de la vida”. (Suena mucho menos acartonada en ruso). Una actualización de la máxima marxista: ¡De cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades! La patria socialista como un concurso de talentos en el que todo el mundo puede ganar.

Justicia cumplida

El León de oro es para: Justicia cumplida (Justice est faite), dirigida por André Cayatte.

En 1924 el nuevo capellán del penal de Carcassona debe asistir a un condenado a muerte, un joven que sostuvo su inocencia hasta el final. El curita había suplicado en vano ser relevado de su tarea. Cuando ve rodar la cabeza del muchacho, cae desmayado. En las semanas siguientes no puede pegar un ojo; la angustia le corroe el alma. Su salud desmejora muchísimo. La guillotina que acabó con las ilusiones del preso también se lleva la vida del capellán. Su primo de 15 años queda conmovido de por vida. Tiene inclinaciones artísticas. Se compromete a hacer de su obra un alegato por un sistema de justicia más virtuoso, más humano. Ese es el mito fundante de André Cayatte, cineasta de dramas de juzgados.

Una médica es acusada de homicidio por practicar la eutanasia a su marido. El relato sigue a los miembros del jurado; es algo así como 7 monigotes en pugna. Un grupo de personajes estereotipados que proyectan sus prejuicios y depositan sus miserias sobre la figura de la acusada. Al final, una voz en off explica lo que ya había sido más que obvio por la puesta en escena behaviorista; la relación causa-efecto jamás fue tan sencilla como en Justicia cumplida.

Como director de cine, Cayatte era buen abogado. Presentaba su caso, manipulaba la información según su conveniencia, condenaba a los personajes cuando le pareciera pertinente y, sobre todo, hacía que las películas fallen a favor del mensaje que quería transmitir. 

Como siempre redundaba, André Cayatte volverá a aparecer en esta columna.

La ganadora del Oscar es: Todos los hombres del rey, dirigida por Robert Rossen.

Todos los hombres del rey

A los veinticinco años hizo su entrada a la industria del cine con bombos y platillos. Se enfrentó al dueño de un imperio mediático que boicoteó su proyecto. Batalló contra RKO para hacer la película descomunal que quería hacer. La hizo. Fracasó. Hizo demasiados enemigos. A los treintaipocos ya estaba agotado. Se convirtió en un actor mercenario que aceptaba cualquier papel que le permitiera financiar la próxima aventura. Mientras tanto, los ecos del proyecto maldito que lo había hundido comenzaban a resonar. Todo cineasta quería filmar su propio Ciudadano Kane.

La biografía de un político, su ascenso y caída, puntuada por secuencias con lenguaje de noticiero y acentuada por planos contrapicados- la mirada desde el infierno, como le decía Truffaut a uno de los rasgos distintivos del cine wellesiano-. (2) En Todos los hombres del rey ese relato tiene toda la sutileza de un slogan. El poder corrompe a las almas buenas. Robert Rossen, ex izquierdista, que estaba bajo la lupa del Macartismo, filma una historia que dice: la política es una cosa sucia, mejor no meterse en esos asuntos. (3)

Presenciamos la gradual transformación de un hombre honesto, que va de idealista a déspota, de abstemio a borracho, de marido fiel a adúltero. De héroe a villano sin un rastro de una pizca del más mínimo matiz. La muchedumbre que lo adora, su contraplano, es filmada con la misma brutalidad. Hay que saber dirigir a los extras, un montón de gente con capacidades actorales limitadas. Pero el resultado no es un problema técnico, sino la puesta en escena de una mirada. Por su rol pasivo en la historia, su lugar suplementario en el montaje; las expresiones de adoración boba de los extras son la representación de la ignorancia política. No es pueblo, es gentío.

El rol principal fue interpretado por Broderick Crawford uno de esos tipos que, como Spencer Tracy o Gene Hackman, parece haber nacido a los 45 años. Un físico grandote y una presencia aún mayor. Un animal humano que pide cámara. Casi que podría actuar desde el fuera de campo: su vozarrón ya llena el plano. Rosen no supo reconocer esto y le dedicó encuadres groseros, desbordados. Con típico gesto de jefazo, Crawford se reclina sobre una silla con los pies sobre el escritorio y Rossen nos los refriega en la cara.

Ni diez años después de fracasar con El ciudadano ya se consumaba la victoria de Orson Welles. Pero los triunfos de los artistas geniales vienen aparejados de algunas derrotas: las imitaciones estúpidas, las copias berretas. 

Notas

(1) Su nombre se asocia a la muerte de manera de forma directa, sin metáforas. Zhdánov fue uno de los responsables de aprobar las listas negras durante la Gran Purga.

(2) Truffaut no es de mis críticos favoritos, pero tenía estilo y tenía fuego. Evidentemente ha dejado huella, y volverá a ser parte de esta columna en calidad de director.

(3) A Todos los hombres del rey le fue bien, pero él siguió señalado. Rossen terminó delatando a decenas de colegas junto a su amigo Elia Kazan.

Santiago González Cragnolino / Copyleft 2022