EL SOL

EL SOL

por - Críticas
13 Ago, 2009 06:50 | comentarios

**** Obra maestra  ***hay que verla  ** Válida de ver  * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor

Por Roger Alan Koza

El CREPÚSUCULO DE UN DIOS

El sol, Rusia, Italia, Suiza y Francia, 2004.

Drigida por Alexander Sokurov. Escrita por Yuri Arabov y Jeremy Noble

****Obra maestra  

La tercera película sobre dictadores destila la enorme importancia formal del director de El arca rusa y confirma su propensión a privatizar y poetizar la Historia, lo que implica un procedimiento de despolitización de sus relatos elegíacos.  

“Cualquier niño sabe que el Emperador desciende de la deidad solar y que es Dios en persona” le dice uno de sus colaboradores a Hirohito, el emperador Showa (en japonés, ‘paz iluminada’). Durante toda la película el emperador (interpretado magistralmente por Issey Ogata) buscará librarse del yugo de ser una divinidad en la tierra. Insistirá una y otra vez: “Mi cuerpo es igual al de cualquier otro ser humano”, cita literal de las memorias de Showa, recopiladas por Terasaki Hidenari, que en El sol funcionan como un Sutra de sensatez y un giro de modernidad.

La lectura histórica de Sokurov sobre Hirohito no deja de ser problemática, lo que no significa que sea antojadiza. El realizador de Madre e hijo concentra el relato en el final de la Segunda Guerra Mundial, poco antes de la rendición de Japón y de las bombas atómicas. Hirohito vive recluido y custodiado. Escribe poesía, estudia biología marina, se inquieta con la aurora boreal, extraña a su familia y analiza en silencio las estrategias de la cúpula militar nipona. Luego llegarán los americanos, y tendrá el famoso y medular encuentro con el general MacArthur. Más tarde, ya como un hombre, volverá con su familia.

Sokurov parece interesado en hacer visible cómo la experiencia del poder impacta sobre la intimidad. Hirohito vive aislado y casi siempre alguien lo está espiando. Los planos cerrados y sombríos intensifican un estado de ánimo de opresión. Si bien Hirohito intuye una similitud con Chaplin, lo que se evidencia en una secuencia satírica y cómica en donde algunos reporteros americanos le sacan fotos al emperador, este descendiente del sol remite al jardinero interpretado por Peter Sellers en Desde el jardín. Más que un dios parece un ente recién aterrizado del limbo, aunque la lucidez no le es ajena.

Como si cada fotograma estableciera un diálogo con la pintura de Rembrandt, Sokurov no deja de sorprender: los encadenamientos de planos en el inicio, el sonido del filme, la escena nocturna en la que el emperador se convierte en hombre. Pero la novedad, además del tono humorístico que atraviesa gran parte de la película, es la materialización de un sueño: los peces se convierten en bombarderos mientras Tokio deviene en ruinas.

La tercera película de Sokurov en torno a dictadores del siglo XX viene con sorpresa. Sus retratos de Hitler y Lenin en Moloch y Taurus, respectivamente, eran impíos y mordaces, rabiosamente negativos. El Führer, un sujeto obsceno cuya angustia existencial se neutralizaba en un caprichoso uso del poder; Lenin (elección más que cuestionable), un mediocre y un inculto. El sol funciona dialécticamente: el Hirohito de Sokurov más que un canalla es un discreto modelo de liderazgo. Renunciar a su condición de deidad viviente (Kami) en pos del bienestar de su pueblo es el reverso exacto de Hitler encaramándose en el poder absoluto.

Copyleft 2009 / Roger Alan Koza

Esta crítica fue publicada en otra versión por el diario La Voz del Interior en el mes de agosto de 2009