EL LUCHADOR

EL LUCHADOR

por - Críticas
28 Feb, 2009 04:24 | comentarios

**** Obra maestra  ***hay que verla  ** Válida de ver  * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor

Por Roger Alan Koza

MATERIA PRIMA

 

El luchador / The wrestler, EE.UU., 2008

Dirigida por Darren Aronofsky. Escrita por Robert D. Siegel

** Válida de ver

La última película de Aronofsky es un ejemplo perfecto de los límites del cine independiente estadounidense, aunque la presencia de Rourke le imprime una autenticidad generalmente ausente tanto en el mainstream como en el reino de los independientes.

El plano secuencia inicial de El luchador implica una doble lectura: la cámara sobrevuela un conjunto de recortes periodísticos mientras se escuchan los sonidos de un tiempo glorioso, el de Randy «The Ram» Robinson, una leyenda de la lucha libre de la década de los ’80. «Veinte años después», se anuncia, y vemos entonces a un transfigurado Mickey Rourke, aquel seductor paradigmático de una generación pretérita convertido en un gladiador del ring. Como las estrellas que ya han muerto pero todavía vemos titilar, así Randy (o Rourke) persiste en su obstinación por existir.

Lo que viene a continuación es el crepúsculo de un ídolo, sus últimos estertores, algunas esperanzas menores, la capitulación de un cuerpo exhausto y un alma que en su propia decadencia revela también su decencia. Randy todavía pelea, firma autógrafos, vende sus videos de viejas contiendas míticas, y cuando lo necesita hace horas extras en los supermercados. Su casa se reduce a un tráiler alquilado; sus placeres primarios se satisfacen en un club nocturno. Allí está la hermosa bailarina Cassidy, que además de bailarles en la falda a los clientes no deja de ser una buena madre. En algún momento, un desperfecto biológico obligará a Randy a reconsiderar su profesión, su condición de padre y su metejón con Cassidy. Será una apuesta a todo o nada.

Después de Pi, un film casi experimental sobre la supuesta y subyacente estructura matemática del mundo, Darren Aronofsky hizo un par de bodrios. El luchador es también su regreso. La novedad formal es que su película parece casi un filme de los hermanos Dardenne, en especial Rosetta. En efecto, ciertas composiciones lucen como citas directas de la obra maestra de los belgas: la cámara en mano siempre sigue las espaldas de Randy: es un registro de urgencia y desesperación; después de todo, para Randy, como sucedía con Rosetta, trabajar es un imperativo fisiológico, una lucha continua.

Aronofsky devela una comunidad laboral, la de los luchadores. Barthes decía que «el catch es el único deporte que ofrece una imagen tan exterior de la tortura». Los cuerpos, la materia prima de estos atletas, constituyen una superficie de suplicios. Un par de flashbacks elegantes mientras Randy descansa en el vestuario remiten con precisión a esta tortura devenida en espectáculo, su paroxismo como gesto teatral. Son pasajes explícitos que, oblicuamente, advierten una verdad sociológica: el cuerpo de los combatientes es su excluyente fuerza de trabajo, la mercancía biológica que venden para sobrevivir; algo que, en otro contexto, no le es ajeno a Cassidy.

Lamentablemente, Aronofsky cede a la tentación del sentimentalismo y a los clisés característicos de las películas sobre personajes marginales y decadentes: el reencuentro con la hija, la gran pelea final, los intentos de Randy por adaptarse a una nueva situación laboral contrastan con la honestidad brutal de Rourke y el preciso retrato del microcosmos de una profesión estereotipada en mero circo.

La pretérita sentencia «en la lucha», una típica respuesta respecto del estado general de la vida de alguien, asume aquí una reivindicación poética: Randy habrá de atender la rotisería de un supermercado. Aronofsky filma su primer día como si se tratara de un combate infinito.

Copyleft 2009 / Roger Alan Koza

Esta crítica fue publicada por el diario La Voz del Interior en el mes de febrero de 2009