CONTRA EL CINE VINTAGE

CONTRA EL CINE VINTAGE

por - Ensayos
01 Jul, 2014 02:09 | comentarios
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Al filo del mañana

Por  Nicolás Prividera

Probablemente, en términos estrictos, la idea de un cine-vintage debería aplicarse a films como West Side Story: películas que sin ser antiguas ya no son nuestras contemporáneas, y sin embargo conservan una relación romántica con el presente, como la huella de un mundo feliz o simplemente cool. Sin embargo, hasta no encontrar otro término mejor permítanme usar este, que me servirá también para diferenciarlo del cine-retro. Porque el vintage no se contenta con evocar una imagen del pasado como persistencia, sino que pretende hacerlo presente como pasado (pienso, por poner un ejemplo prototípico, en Moonrise Kingdom o The Great Busapest Hotel, de Wes Anderson).

Antes de seguir teorizando, recordemos que esta discusión no es nueva: hace años venimos asistiendo a reversiones del pasado (sean refritos o remakes), y se diría que cada época tiene las suyas. Pero sabemos que nuestros tiempos posmodernos han hecho de ese gesto su evidente contraseña: no es lo mismo la reciclada nostalgia de The Last Picture Show o American Graffiti que la de The Great Gatsby en cualquiera de sus versiones, y en esa distancia entre los ’70 y la actualidad (entre las dos versiones de Fitzgerald, digamos) es precisamente la distancia entre lo retro y lo vintage.

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Independencia

Retro era ya a principios de los ’80 el look de Blade Runner, que hoy sigue conservando su modernidad. En cambio, vintage es una apropiación del pasado que no persigue la mera copia de un objeto sino la comunión acrítica (o simplemente nostálgica) con cierto espíritu de época. Y que no es la misma que atravesaba al cine clásico: cuando Ford evocaba el pasado en The Quiet Man o How Green Was My Valley lo hacía con la clara conciencia de hablar de un tiempo perdido, cuya mitificación no dejaba al presente fuera de la Historia. El vintage es un típico producto de un presente que no puede pensarse más que como repetición espectacular y/o elegíaca del pasado.

Claro que hay, desde ya, diferencias entre el vintage pop (Death Proof) y de qualité (The Artist) o incluso una mezcla entre ambos (como enThe Wolf of Wall Street: el viejo Scorsese saquea al joven Scorsese, pero no puede evitar hacer una suerte de auto-vintage). En ese sentido, es el mismo (y no otro) problema la ilusión de que se trata de películas sobrevaloradas frente a la mediocridad de los estrenos habituales: si su valoración crece y es excesiva lo es por la misma nostalgia de un pasado perdido que ellos mismos contribuyen a enterrar (la inversión simétrica de esa conciencia vampírica –festiva o culposa– aparece en el culto cinéfilo de films como Tabú o Independencia).

El caso de Ida es un ejemplo perfecto porque parece evocar todas esas reversiones, y a la vez no puede dejar de mostrarse como la tenue sombra de ese cine que pretende homenajear. Pero no se trata sólo de una cuestión de talento: no es que Pawlikowsky quiera ser Munk y no le de el piné. Es que un film como Ida (que pretende capturar el aura de un cine y un tiempo perdidos) deja ver la distancia entre épocas, y la imposibilidad de asumir la tragedia (algo que la película dibuja un poco forzadamente en el destino desigual de tía y sobrina).Desde ya, no es lo mismo Ida que The Artist o Munich que Death Proof, pero a pesar de las diferencias de calidad, está claro en cuales el pasado es un territorio extranjero y en cuales se trata de un mero álbum familiar al que se revisa con evidente gozo nostálgico.

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Nebraska

No es el caso de Nebraska (por nombrar otro estreno reciente, que solo comparte con Ida una bella fotografía en blanco y negro), ya que no remite a une película ni a un momento del cine en especial (sus referencias son más bien literarias). No es cine-vintage como las otras mencionadas, en las que el inevitable puente entre épocas y estilos no está dado por la mirada necrofílica del crítico sino por el pathos de la película misma, aunque en general salgan perdiendo en la comparación (salvo para los críticos-vintage, claro, que trabajan sobre la evocación de su propia memoria, o de una memoria del cine convertida en mero arcón de recuerdos). Claramente hay en esos casos una aproximación posmoderna, digamos, que los diferencia de un film como Nebraska, ya que en este no hay nostalgia ni en el contenido ni en la forma. Payne trabaja dentro de una tradición sin darla por muerta y vampirizarla. Es decir, sigue reivindicando un ethos moderno.

En definitiva, lo que queremos aclarar es que no se trata de medir a las películas actuales desde el canon clásico: ese es más bien el problema del cine (y la crítica) vintage, que no se resigna a que no exista Casablanca 2… Por eso se glorifican películas como El artista en Hollywood (aunque pasó por Cannes) o Tabú en Berlín (pero simbólicamente Cannes): films que viven de sus modelos (como retratos de Dorian Gray) sacrificando el presente en el altar del pasado. O sea: que se entregan a la mera repetición de un gesto mítico reponiéndolo en un contexto ritual aparentemente moderno pero en verdad posmoderno.

En otra escala, es la misma diferencia que existe entre Edge of Tomorrow (o Source Code) y Groundog day: si bien en todas ellas los personajes provocan una re-acción más que una repetición (ya que conservan la memoria del pasado intentando salir de su replicación), en los avatares de ciencia-ficción hay algo de mero juego virtual que está ausente en la comedia romántica más oscura de los ‘90, atrapada a su vez entre una modernidad en repliegue y una posmodernidad ya dominante. Un año después, el triunfo de Pulp Fiction a ambos lados del océano no dejaría ninguna duda: el vintage ya estaba triunfando… Y así estamos, encerrados en nuestra absurda repetición del pasado.

Nicolás Prividera / Copyleft 2014