28 FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE MAR DEL PLATA (24): EL HOGAR DE TODOS LOS HOMBRES

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por - Críticas, Festivales
29 Nov, 2013 03:22 | 1 comentario
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Escuela de sordos

Por Roger Koza

En pleno auge de un cine obsceno y prefabricado, repleto de efectos especiales y de signos que conjugan desde fantasías medievales hasta ciertas ansiedades de la era del espectáculo, un filme como Escuela de sordos compite en su singularidad excéntrica con el interés que puede despertar en un adolescente de hoy un estudio filológico sobre el Ramayana. ¿A quién le puede interesar una película sobre la enseñanza de la Lengua de Señas Argentina (LSA)? El prejuicio dirá “A casi nadie”; el buen juicio, sobre todo después de verla, responderá sin vacilar “A todos”. A Escuela de sordos le va muy bien aquello de “un filme para todos y para nadie”. Una rareza para todos.

Los dos planos iniciales indican un concepto de registro y funcionan como un prolegómeno a una experiencia de mundo desconocida. En algún camino de Bell Ville, un viejo Citroën naranja va a una velocidad considerable. No es precisamente el automóvil de un sojero. La carrocería tiembla y al volante está Alejandra Agüero, profesora de LSA, fundadora de una escuela donde se da clases a varios miembros de la comunidad de Bell Ville que son sordos o padecen algún problema de audición.

De ahí en adelante, el filme seguirá las proezas didácticas de Agüero. Su fuerza es admirable, su paciencia una virtud, y los motivos de su vocación un verdadero misterio. Pero Escuela de sordos no recae únicamente en su figura docente casi heroica. La interacción con algunos alumnos, una cena con un amigo sordo (y también un estudioso de la lengua en cuestión) y un picnic en el río con todos los alumnos será todo lo que la película reúna en su breve duración. Parece poco, pero es mucho, pues se revela por una vía inesperada el misterioso ensamble entre el lenguaje, la identidad y el mundo.

En una escena conmovedora que se cierra con el sonido de un insecto Alejandra y Juan empiezan un diálogo en torno al lenguaje que estudian y enseñan. En un primer momento, Alejandra habla y mueve las manos. Pero de pronto deja de hablar y las señas se apropian del espacio comunicacional. Es un instante extraordinario porque el registro y la reducción del sonido a un grado mínimo de volumen refuerza dos condiciones que descentran al espectador común: el desprendimiento del lenguaje respecto del sonido y un tipo de comunicación verbal que viaja en el silencio sin la intervención de la escucha alteran el registro natural de nuestra experiencia lingüística. El procedimiento es muy ingenioso porque la puesta en escena ubica al oyente en la posición del otro. Gracias a una decisión formal el ojo deviene en oído.

Ada Frontini demuestra una sensibilidad exquisita. Los encuadres capturan el espacio insonoro del lenguaje. La directora privilegia planos generales y medios, desprovistos del canónico plano-contraplano, modalidad característica para seguir una conversación en el cine contemporáneo. No es un ping-pong verbal, más bien se trata de un juego de señas sostenido en un campo visual compartido donde la distancia entre un cuerpo y otro define la posibilidad de toda comunicación. En el plano donde se ve por primera vez a Alejandra dando clases la posición de cámara es perfecta, pues la perspectiva del encuadre prepara y presenta la forma elegida para entender un sistema de comunicación. En ese sentido, Escuela de sordos va complejizando sus decisiones formales a medida que avanza y abandona los interiores. La Frontini directora de fotografía se adivina en ciertos planos simétricos y precisos de la arboleda de una plaza o en el modo de filmar en ciertos pasajes de transición el edificio donde funciona la escuela. Pero el mayor desafío llega cuando Frontini debe filmar a sus protagonistas en un paseo por el río. Es aquí donde puede apreciarse con mayor vehemencia el concepto sonoro del filme, fundamental para entrar en consonancia con los personajes. ¿Cómo producir un sonido que no se escuche o al menos no compita y neutralice la propia realidad insonora de quienes están involucrados? Por otro lado, la fuga sonora de un espacio abierto y el movimiento de los personajes en ese espacio implican alguna forma de mirar y participar en ese contexto. Frontini elige el plano general con pocos cambios de punto de vista. Es otro gran y extraño momento (los picnics en el cine suelen tener otro sonido y movimiento).

¿Podemos pensar sin lenguaje, incluso sentir? Agüero expresa una visceral preocupación por ciertos casos en los que el aprendizaje de la LSA llega tarde y tiene efectos sobre el desarrollo de la inteligencia. En esa convicción pedagógica reside el poder de esta película. Nuestro ser en el mundo se define por el lenguaje, es nuestro hogar para existir como hombres. La experiencia del lenguaje sin sonido intensifica esa condición. Gentileza insospechada de una película sobre sordos: aprendemos a escuchar el lenguaje, ese magma de signos que define absolutamente todo.

Esta crítica fue publicada en otra versión y con otro título en La voz del interior durante el mes de noviembre 2013

Roger Koza / Copyleft 2013