VIENTO DEL SUR

VIENTO DEL SUR

por - Ensayos
14 Jul, 2023 04:14 | Sin comentarios
Algunas consideraciones generales sobre el cine de la productora El Pampero Cine.

Robert Bresson escribió su más hermoso aforismo invocando al viento; Joris Ivens cumplió su deseo de filmar lo que científicamente se describe como “la compensación de las diferencias de presión atmosférica entre dos puntos” en su indeleble Historia del viento; un cuarteto de cineasta argentinos optó por el nombre de un viento del sur para identificar a la alianza creativa que por más de 20 años ha reunido a las películas firmadas por Mariano Llinás, Alejo Moguillansky, Laura Citarella y Agustín Mendilaharzu. El nombre elegido es “El Pampero”. Así se reconoce al viento que se caracteriza por ser rafagoso y frío y que se manifiesta en la región pampeana.

Se ha dicho tantas veces: un nombre es un destino. Es probable que el empleo del nombre “El Pampero” en 2002 en los créditos de Balnearios de Mariano Llinás fuera apenas una ocurrencia y un placer sonoro ligado a la geografía con resonancias metafóricas que suelen convencer a los principiantes. Nada anticipaba lo que iba a pasar por décadas en torno a ese nombre elegido. Jóvenes entonces, impetuosos y soñadores, los cineastas mencionados comenzaban a dejar rastros en la historia del cine de su país a través de un nombre propio solamente familiar a los meteorólogos. Los cineastas de Pampero le prodigaron un sentido preciso al atributo “independiente”, porque el dinero no fue determinante de sus proyectos, porque asumieron desde el primer día una abdicación necesaria a las poéticas de la industria y a las propias del cine arte consagrado por los festivales. Creyeron en la ficción, abjuraron del minimalismo y desobedecieron de ocupar el lugar que se le asigna al cineasta latinoamericano: la retórica del miserabilismo y la espiritualidad difusa de los salvajes les resultó indiferentes. A los pamperos les interesaba otra cosa. Si lo deseaban podían hacer sintonizar Renoir con Hitchcock; se sentían herederos de una tradición de insolencia inaugurada por Borges unos 80 años atrás. El escritor argentino, acaso también el cineasta, no dispone de una tradición originaria y por esa razón puede apropiarse de todas las tradiciones existentes y hacer lo que se le dé la gana. ¿No es acaso La flor la glosa de esa dadivosa posición decretada por el autor de Los teólogos?

La vendedora de fósforos

Apenas una década después del estreno de Balnearios, El Pampero publicó su propio manifiesto en el primer número de la revista Las Naves. Se trató de una propuesta editorial. Se pedía a cineastas tan disímiles como Claire Denis, Ana Poliak, Azzazel Jacobs, Romuald Karmakar, entre los muchos que participaron, redactar un manifiesto, es decir, una declaración de principios en la que se exteriorizara el sustento de sus respectivos trabajos. En la página 57 del número uno de la revista, con el encabezado de El Pampero Cine, lo primero que se lee resulta inequívoco: “La historia del cine aparece, desde muy temprano, marcada por dos sumisiones: la sumisión al dinero, la sumisión al argumento”. Bastante después de esa declaración intempestiva lanzan una pregunta y no la responden de inmediato. Quien escribe se pregunta qué significa ser moderno. Esboza una respuesta, pero la verdadera llega más tarde y de forma indirecta. Se afirma, se confiesa: “Pero hay otra tradición que los cineastas heredamos, y es la tradición de los comediantes y los viajeros. La tradición de la aventura y de la fiesta. La tradición del extranjero y del pirata. Mercurio es el dios del comercio, pero también de los ladrones, y es el dios que camina y que va por las rutas vagabundeando”.

Entre todas las películas de El Pampero, la que mejor representa las palabras citadas del manifiesto es El escarabajo de oro. La película de Moguillansky aprovecha una situación real en la que él tiene que codirigir una película con una cineasta europea y no consigue congeniar con la directora sobre el qué y el cómo de ese film. En efecto, la modernidad festiva y signada por la aventura alcanza su apoteosis en ese film en el que la película se inventa a sí misma frente a cámara mientras se injuria cómicamente al sistema de domesticación formal y conceptual regulado por los festivales europeos de cine con sus programas estéticos bien definidos de los que se desprende un estilo internacional con sus variaciones prefijadas. Películas como La florTrenque Lauquen y Clementina son incompatibles con los labs y sus pitchings; son creaciones erigidas en un contexto de producción inestable en el que los cineastas han aprendido a soslayar las condiciones materiales y sacar rédito en tales circunstancias de lo que se conoce de la historia del cine, los saberes teóricos con los que se cuenta y el ingenio que impone la improvisación ante la escasez de recursos. En este sentido, La edad media, también de Moguillansky, resulta didáctica: la vida de clausura impuesta por la pandemia es el punto de partida para que la ficción irrumpa en la repetición de los días y el propio espacio hogareño devenga en set y el núcleo familiar en el protagónico de una insólita comedia familiar.

En el 2015, El Pampero cobijó el último film de Hugo Santiago, El cielo del Centauro. Todos los miembros del Pampero participaron de ese film crepuscular de un cineasta cuyo cuño moderno invocaba a Bresson y también al fundador de la tradición de los piratas, Borges, el que enseñó a tomar prestados todos los signos extranjeros y hacerlos propios. Santiago los vindicó y les entregó un legado. A esa modernidad lúdica se la ha honrado con decenas de películas inimitables. Llinás probó todos los géneros posibles e hizo la película con todas las películas concebibles. ¿Qué hacer después? En la actualidad prefiere extraer la ficción del corazón de lo real y concentrarse en episodios breves en los que algo extraordinario puede acontecer. Fue su descubrimiento de Lejano interior, película clave con la que exorcizó su proclividad a la desmesura. Moguillansky persiste con su método y solamente busca circunstancias inexploradas para investir lo real de ficción y trastocar los encadenamientos de los actos cotidianos en escenas de comedia. Citarella avanza firme con el rizoma mutante que delineó en Trenque Lauquen. ¿Qué puede esperarse de ahora en más? Todo. El circunspecto Mendilaharzu, el ojo de todos, ensayó estar detrás y frente a cámara por primera vez y dejó en claro que puede cimentar un camino nuevo para El Pampero en el sinuoso territorio de la comedia, porque su dominio del ritmo en cada escena y entre las escenas es prodigioso. La aventura continúa, la ficción no se detiene y los pamperos pueden estar serenos: nunca se han traicionado. El manifiesto concluía así: “Cuando el fuego crezca, quiero estar allí”. Estuvieron. Todo arde, el cine quema.

*Comisionado y publicado en el mes de junio por Caimán Cuadernos de Cine (España).

Roger Koza / Copyleft 2023