OLHAR DE CINEMA (07): EL CLAN DARWINISTA: SOBRE MING OF HARLEM: VEINTIÚN PISOS EN EL AIRE

OLHAR DE CINEMA (07): EL CLAN DARWINISTA: SOBRE MING OF HARLEM: VEINTIÚN PISOS EN EL AIRE

por - Críticas, Festivales
20 Jun, 2015 05:13 | comentarios

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Por Roger Koza

En la Declaración de Minnesota, un rarísimo manifiesto publicado por Werner Herzog, el famoso director alemán dice: “La naturaleza no llama, no te habla, no hay comunicación”. Quienes hayan visto la inolvidable Grizzly Man recordarán las intervenciones filosóficas de Herzog en contrapunto con su personaje, que había intentado vivir en armonía con los osos salvajes. “Detrás de la mirada del animal no hay nadie ni nada”. No existe, para reavivar una vieja distinción conceptual, ninguna continuidad entre fieritas y humanitas. En efecto, aquel personaje de Herzog finalizó en el sistema digestivo de uno de los osos venerados.

Ming de Harlem: veintiún pisos en el aire bien podría haber sido filmada por Herzog. Que un hombre de clase trabajadora haya vivido por años en un departamento acompañado primero por un tigre de bengala (Ming) y, posteriormente, por un cocodrilo (Al), como si se tratara de la invención de una familia sostenida en una transacción afectiva entre especies, sugiere de inmediato el universo del director de Fitzcarraldo.

A qué decir que a Antoine Yates no lo devoró su querido Ming. Quizás porque lo crió desde muy pequeño, el felino supo contener frente a él su condición salvaje. Al inicio de Ming de Harlem: veintiún pisos en el aire Warnell introduce un material de archivo en el que se ve a una famosa domadora trabajar con un tigre. “La vida salvaje es insuperable”. Léase, hay un cierto orden de imprevisibilidad de la conducta en el que puede desatarse el instinto de las bestias. Esto no impidió que Antoine durmiera todos los días al lado de su tigre, que vieran películas juntos y que los sábados por la noche se dedicaran a seguir las peleas de boxeo por la televisión.

La incorporación de Al fue tardía y menos romántica. Acaso la condición de reptil resulta todavía más lejana para establecer un vínculo afectivo doméstico. No obstante, Al fue una criatura amada desde el inicio de su vida, lo que le permitió a su “padre” condicionar la conducta del cocodrilo y alterar en cierta medida parte de su naturaleza. Conductismo doméstico, terapia temprana de desreptilización: Al siempre fue obediente. Un buen hijo.

La tragedia de Antoine fueron sus vecinos que, al enterarse de la existencia de la comunidad darwinista, optaron por la denuncia. Warnell pone un mínimo de atención sobre los eventos jurídicos y sospechas psicológicas respecto de su personaje. Sobre esto reconstruye lo indispensable, indaga superficialmente y prefiere darle la palabra a su personaje, que habla misteriosamente de comunión y también de un punto de fuga que el ha encontrado frente al mundo de los hombres. Es que no es la psicología lo que le interesa al cineasta, sino la constitución de un territorio de vida. Eso es lo que filma Warnell, y de allí la peculiar atención puesta en el espacio: panorámicas para situar el escenario general de su historia, planos abiertos para seguir al felino, planos detalles para el cocodrilo. Es notable cómo la diferencia entre el reptil y el mamífero le impone a Warnell una forma de filmarlos. El segmento en el que Warnell reconstruye el hábitat y filma a los animales en él es un viaje óptico fascinante.

Pero Ming de Harlem: veintiún pisos en el aire no sería lo mismo sin la intervención de un texto filosófico en forma poética escrito especialmente para la película por el gran pensador francés Jean-Luc Nancy. Los aforismos de Nancy, leídos en dos o tres momentos, superan una etología delirante y perfeccionan esta meditación sobre lo otro de nosotros.

Este texto fue publicado por el diario La voz del interior en otra versión durante el mes de junio 2015

Aquí se pueden leer y ver dos entrevistas con Phillip Warnell, director de Ming of Harlem:

Roger Koza / Copyleft 2015