EL NIÑO Y LA GARZA / KIMITACHI WA DÔ IKIRU KA (02)

EL NIÑO Y LA GARZA / KIMITACHI WA DÔ IKIRU KA (02)

por - Críticas
25 Ene, 2024 09:54 | comentarios
Tercer texto sobre la última película del maestro Miyazaki.

LO QUE PUDO HABER SIDO

Tenemos suerte. Por un poco más de dos horas, en algunos cines del país se verá la última película de Hayao Miyazaki. Frente a la fealdad y la vileza circundantes, es una pausa lúcida y, más que una evasión, una respuesta sensible al sinsentido ubicuo que se constata diariamente. El maestro avizora el fin de un mundo revestido por lo hermoso. El nihilismo vence, pero el modo de contarlo es su conjura: si el apocalipsis ético-estético es el destino final, pues solo queda un gesto para combatirlo: decir cómo pudo haber sido otra vida, una vida inacabable en su diversidad e indesmentible en su hermosura y bondad.

Sucede que el despliegue de la imaginación del cineasta de 83 años en El niño y la garza es descomunal. En cierta forma, es un compendio de lo mejor de toda su obra: domina la trama la asociación libre de El viaje de Chihiro que desafía la lógica diurna y abre paso a un flujo libre de combinación de mundos posibles y yuxtapuestos, propios de la lógica onírica y no muy lejos de la tradición de Lewis Carroll; la ternura por las criaturas de Mi vecino Totoro o Ponyomatiza la dureza del relato; el drama cósmico y ecológico de La princesa Monoke está presente también, pero menos codificado por pretéritas tradiciones japonesas y más en sintonía con una visión universal del desequilibrio inevitable y entrópico debido a la prepotente presencia humana en el orden del mundo.

Inspirada vagamente en una novela publicada en 1937 de Genzaburō Yoshino, cuyo título original es el mismo que el de la película de Miyazaki en japonés, “¿Cómo vivirás?”, El niño y la garza tienen un inicio similar a la pieza literaria y un desarrollo posterior ostensiblemente diferente. En plena Guerra del Pacífico, el niño pierde a su madre en un incendio en el hospital. El padre toma dos decisiones extrañas tras ese evento traumático para él y su hijo: dejar Tokio e irse a vivir con su familia a una zona rural; y casarse, no mucho después, con la hermana de su mujer, con quien tiene rápidamente un hijo. En ese contexto familiarmente complejo y no exento de dramas edípicos, el niño se encuentra con la garza y descubre pronto un viejo emplazamiento abandonado que es el paso de nuestro mundo a otros paralelos. De ahí en más, la abundancia lírica y visual es la regla. Hay criaturas jamás vistas, como los delicados warawara, loros gigantes y voraces, y tantas otras especies vivas, reales o imaginadas. Todas pueblan el relato, todas están en peligro.

El solo hecho de pensar que todo lo que se ve ha nacido del pulso del realizador es conmovedor. La mano del cineasta y su profusa imaginación han concebido el universo plural que misteriosamente tiene poco de irreal, incluso aquellos momentos tan singulares en los que un paisaje idílico de breve duración prodiga un descanso a la mirada y la escucha. Suelen ser planos que comienzan con un travelling y tienen de fondo el océano o el movimiento de las nubes en el cielo, y juegan con algún tipo de contrapunto respecto de la percepción y el temple de ánimo de los personajes. Esos momentos son tan indelebles como los últimos cuarenta minutos. Todo lo que intenta un viejo maestro para que el protagonista pueda reestablecer el equilibrio de la creación glosa el esplendor universal del cine de Miyazaki. Son planos que transmiten por igual terror y magnificencia, desesperación y consuelo. Decir “obra maestra” es casi una obviedad; no decirlo es faltar a la verdad.

*Publicado en otra versión por La Voz del Interior en el mes de enero 2024.

Otras críticas sobre El niño y la garza en este sitio:

  1. Una crítica más extensa: leer acá
  2. Crítica en San Sebastián: leer acá.
  3. Alusión al film: leer acá

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