
CRÓNICA DE UN CINEASTA SOLO
por Nicolás Prividera
Una vez más, Nicolás Prividera publica en este blog, y como en su precedente artículo sobre Godard, vuelve a confirmar que es no solamente un cineasta necesario y cojonudo, sino también un crítico de cine, lúcido y riguroso, desmarcado de todas las modas y los consensos que de ellas se predican. (Roger Alan Koza)
I
En un festival latinoamericano de cine (si mal no recuerdo, el FICCO de México) alguien (un programador, un periodista, un espectador) me pregunta a quién considero el director más importante de la historia del cine argentino, a lo que sin dudar (y en ese momento me doy cuenta de que es esa certeza lo que debo esclarecer alguna vez) respondo: Leonardo Favio. Mi interlocutor suelta una risa seca pero rápidamente la reprime al ver que no se trata de una broma, mientras yo trato de explicarme su desconcierto: fue como si él me dijera que el mejor cineasta mexicano es Jorge Negrete. (Favio es conocido en toda América Latina como autor de Fuiste mía un verano o Simplemente una rosa, y seguramente recordado por las películas homónimas en las que actuó de sí mismo, como Sandro o Palito Ortega, pero que no condescendió a dirigir.) Que un cantante popular pueda ser a la vez un secreto cineasta de culto es algo que pocos fuera de Argentina entienden, si es que nosotros terminamos de entenderlo… Porque ese puente que traza Favio entre lo culto y el culto, entre el cine de autor y el autor popular, entre la generación de los ’60 y la de los ’90, es un espacio que sólo él parece poder atravesar. Su ubicuidad tiene como precio su profunda singularidad: Favio sólo se representa a sí mismo (volveremos sobre esto al mencionar El dependiente, una de las películas esenciales del cine argentino). Elogiado por todos con evasiva distancia, Leonardo Favio es un artista solo.
II
A la generación de los ’60 y a la de los ’90 se las conoce con el mismo nombre: «Nuevo Cine Argentino». El (¿inevitable?) nombre en común encubre una repetición traumática: la distancia que media entre una y otra generación está asediada por los padres ausentes o desaparecidos durante los años ’70. Hay, entonces, abuelos y nietos más que padres e hijos. Su relación es más distante, más subterránea. Y Favio hace de algún modo de puente entre ambas generaciones, aunque no esté plenamente integrado a los hombres de la suya ni deje huella en la de quienes lo nombran como influencia. No podía ser de otro modo, ya que Favio encarna los fantasmas de una genealogía maldita.
III
Leonardo Favio siempre se reconoció hijo adoptivo de Leopoldo Torre Nilsson, heredero y padre de cineastas (su relación se inicia en 1958 con otra película fundamental y menospreciada del cine argentino: El secuestrador): Torre Nilsson es a la vez hijo de uno de los fundadores del cine argentino clásico (Torres Ríos) y quien abre el camino a la renovación de la generación del ’60 (con un film emblemático como La casa del ángel). La relación con su propia generación no podía sino ser de amor-odio, porque Favio estaba más cerca de Pajarito Gómez (el personaje de la película homónima que satirizaba a Palito Ortega) que de su director, Rodolfo Kuhn. El director de la autobiográfica Crónica de un niño solo era un hijo del pueblo peronista, mientras que el resto de sus colegas venía de otra clase (aunque ya no miraran al peronismo como sus padres, con el desprecio de Sur, si lo hacían con la desconfianza de Contorno). La siguiente generación se entregaría al peronismo de los ’70 con desigual furia (y haría del Juan Moreira de Favio una de las películas más vistas de la historia), pero de esa unión ilusoria solo saldría otra generación perdida (entre cuyos cineastas no hay ningún hijo del pueblo…)
IV
En medio de cineastas que sólo querían sintonizar con la nouvelle vague, Favio prefería «Il grande cinema italiano» (como lo llamaría más tarde Godard en sus Historia(s) del cine, recordando que la «nueva ola» empezó con el neo-realismo) y en cierto modo Favio hace el mismo camino: del hambre al sueño (de Rosellini a Fellini). El punto de encuentro es, por supuesto, la obra de Pasolini (el Pasolini buceador de mitos y lector de Pavese, no el marxista empedernido). Pues el Favio más popular (el de Nazareno Cruz y el lobo, su película más vista) representaba una cruza de Pasolini con Ninetto Davoli (su otro yo, el «ragazzo di vita» que había sido y que ya no era). Pero un Ninetto argentino, digamos (es decir, un muchacho peronista): un ideal Nazareno, condenado por el deseo de una Eva nada montonera.
V
El peronismo es el hecho maldito del país (según la glosa de Rozitchner de la frase de Cooke), y Favio no puede escapar al amargo retrato que de él queda en Ezeiza (en la Ezeiza reconstruida por Verbitsky): «La multitud no veía ni entendía nada, y por el micrófono no se le transmitió ni una idea política ni una explicación comprensible de lo que estaba pasando. Sólo palabras inconexas: ‘Este es un ejemplo maravilloso de serenidad e inteligencia. El pueblo peronista es valeroso y obediente. Sabemos donde se encuentra cada uno. Manténganse en su lugar y no sean pasto de la confusión’«. El hombre en el micrófono era Favio, y el peronismo sigue siendo pasto de la confusión.
VI
Alguna vez alguien tendrá que intentar una historia del peronismo y el cine, del peronismo en el cine. Y a la cabeza, junto con la mitificación poética de Leonardo Favio, no se encontrarán los melodramas populares de Hugo del Carril, ni la sesgada reconstrucción de Cedrón, ni la ruda revisión de Héctor Olivera, ni la tranquila elegía de Blaustein, sino su representante más político, el que mejor resumió la voluntad mítica del peronismo como épica patria: el cine del primer Fernando Solanas. (Hay que recordar que antes de hacer cine de la resistencia, como en su última tetralogía, Solanas incitaba a la insurgencia: La hora de los hornos, con sus minutos finales sobre la imagen crística del Che extático, era una invocación a la acción revolucionaria, aunque menos ambigua que la amable disquisición del General en su Actualización doctrinaria). Si una película lleva a su cima la mitologización del peronismo (en un momento en que el peronismo era territorio de un duelo a muerte) es Los hijos de Fierro. Solanas construye su épica tomando prestada su estética al cine de Glauber Rocha (padre del cinema novo, que unía la vanguardia formal con la exaltación de motivos populares): no podía ser de otro modo, ya que el peronismo ha hecho de la expropiación (de discursos ajenos, más que nada) una forma de sincretismo. Solanas va a buscar el mito fundante de la nacionalidad (el Martín Fierro, que por entonces cumplía su centenario) para superponerle la gesta peronista (peligro este ya avizorado por Borges, que en los ’50 se negó a hacer una adaptación cinematográfica de Hernández previendo la inevitable asimilación del gaucho perseguido al «tirano prófugo»). Pero si Fierro es Perón, no está claro quiénes son sus hijos: para el momento de su realización clandestina, la película es más un lamento por el Padre muerto que una demanda (a esa altura imposible) de filiación. Como si la izquierda peronista, al no poder cumplir el destino que le reservaba la Historia (anunciada en La hora… y bendecida en Actualización…) se refugiara en el Mito. Lo mismo sucede en Soñar, soñar (donde Favio abandona la épica para contar una historia mínima de desencanto): ambos films fueron terminados cuando comenzaba la dictadura, lo que no hacía tan bizarro que quedaran de algún modo al margen de la Historia.
VII
Entre El dependiente y Juan Moreira media un hiato de cuatro años. ¿Qué paso en el medio? La violencia creciente y el inminente regreso de Perón, por supuesto. O, para decirlo en términos cinematográficos: la distancia entre La hora de los hornos de Solanas y el Martín Fierro de Torre Nilsson (en el que el mismo Favio interpretaba al hijo menor). Podemos imaginar que desde la perspectiva de Favio, la primera era demasiado radical y la segunda demasiado conservadora. Su respuesta (también respecto a su trilogía anterior) es el giro de Juan Moreira: ese otro clásico del siglo XIX se adaptaba mejor a los requerimientos del reciente (y no inocente) auge del cine histórico (en la vertiente oficial-militarista de El santo de la espada, también de Torre Nilsson), pero a la vez se acercaba a la reivindicación del «bandolero» popular (más cercano a las «formas prerrevolucionarias de la violencia» que Carri estudiaba en su Isidro Velázquez que de los sueños de la izquierda peronista). No hay que olvidar que el proyecto previo de Favio fue adaptar el Di Giovanni de Bayer: demasiado cercano a la violencia presente en la Argentina de los ’70 (demasiado cercano a la Historia) como para que pudiera alcanzar las tranquilizadoras alturas del Mito.
VIII
La obra de Favio puede dividirse en tres etapas, cada una compuesta por tres films. Sumariamente: 1) Las películas de la segunda mitad de los ’60: Crónica de un niño solo (1965), Romance del Aniceto y la Francisca (1968), El dependiente (1969): oscuras, en blanco y negro, explícitamente «autorales»; 2) Las de la primera mitad de los ’70: Juan Moreira (1973), Nazareno Cruz y el lobo (1975), Soñar, soñar (1976): Extrovertidas, en colores, explícitamente «populares»; 3) Los tres films realizados en los últimos quince años: Gatica, el mono (1993), Perón, sinfonía del sentimiento (1999), y Aniceto (2008): Favio revisa la Historia y su propia historia (y llega así a los límites de su mirada). Podríamos entonces revisar el cine de Favio como una (imposibilidad de) crítica inmanente al peronismo. Y una posible táctica en función de esa estrategia sería leer políticamente todo su cine, sobre todo sus obras menos políticas (e intentar, también en cada una de ellas, una lectura desviada: hacer foco en lo aparentemente anómalo e iluminarlo como si fuera lo central). Vistos así, el destino de los films de Favio puede ser asimilado al de sus protagonistas: están irremediablemente desclasados, aunque pretendan ser comprendidos por ese mundo que finalmente les da la espalda.
IX
Habrá que ver su inminente versión musical del Aniceto para confirmar nuestra hipótesis, pero podemos esbozarla aquí: el tercer film de cada serie puede ser leído como una síntesis negativa (en el sentido dialéctico del término) de los dos anteriores. Sin que eso signifique un desarrollo «progresivo» de serie a serie: de hecho, si tuviera que elegir el film que mejor expresa (no el que más representa) a Favio, sin duda me inclinaría por El dependiente. En ese film extraordinario, el rigor bressoniano de Crónica… y Romance… cede paso a un expresionismo grotesco: a la tragedia cordial se le opone lo cómico incómodo. Esa apertura a lo siniestro (en el mismo año del «Cordobazo» y el ascenso de la lucha armada) se invierte en Soñar, soñar: el cine como sueño querible frente a la pesadilla de lo real (en el mismo año del descenso a los infiernos de la dictadura).
X
Veinte años después, con Gatica y Perón, Favio se encuentra con la Historia: por primera vez (al menos de modo explícito) hace películas sobre el peronismo, tal vez porque el peronismo que elige representar ya no existe y se ha convertido definitivamente en evocación y rito. Pues el peronismo del último Favio es deudor de la hagiografía de los «Sucesos Argentinos» (el mismo cuadro feliz que Santoro recrea en su «mitología peronista»): una vez más, la ilusión de la edad dorada y la inocencia perdida. Y así, los decorados de Gatica son intercambiables con el material de archivo que inunda Perón: el fondo es más importante que la forma, y por eso ambos films no alcanzan nunca lo que persiguen, quedan atrapados en su mera representación apologética. Del peronismo sólo queda un resignado culto a la personalidad que nunca alcanza a iluminar el movimiento de la Historia, y se conforma con ilustrar la parábola del descendimiento de Gatica y el cielo kitsch al que asciende el fantasma del General: la tragedia de ambos films es que son exteriores a la tragedia (porque Gatica dice tan poco del peronismo como las largas horas de Perón). Y es ese final abierto, esa imposibilidad de procesar la Historia (la Historia del «Proceso» que clausuró el peronismo de los ’70), lo que el peronismo, como demuestra a su pesar el cine de Favio, nos sigue dejando como legado irresuelto.
XI
No puedo evitar la tentación de hacer una lectura alegórica de El dependiente: el patrón sería la tradición del cine argentino (una versión oscura de Torre Nilsson). La señorita Plasini, el Nuevo Cine Argentino de los ’60 (no en vano Graciela Borges es su cara más reconocible). Y el dependiente Fernández (que mata a «El jefe» para casarse con «Circe»), el mismo Favio. Su herencia imposible (la herencia de ese amor estéril condenado al fracaso) es el cine argentino que no fue (el que languideció bajo el peronismo y las dictaduras que lo siguieron). Y esa herencia incómoda e inasible es la que esgrime el Nuevo Cine Argentino de los ’90 (más en el discurso que en los hechos, en la cita que en el encuentro: más refugiándose tras la excentricidad del parentesco que asumiendo o cuestionando su legado). El dependiente es, en definitiva, el mal llamado cine «independiente», que parece no poder asumir los lazos de sangre (derramada en los ’70 o negociada en los ’90) que lo atan al pasado. Porque también el cine argentino (como industria que fue y arte que aun pretende ser) es hijo de «las convulsiones que desgarran las entrañas de un noble pueblo».
XII
«¿Quién de nosotros escribirá el Facundo?» se preguntaba Ricardo Piglia en Respiración artificial. (¿Quién podría repetir en el siglo XX la sombra terrible de esa evocación histórica, política, y estética? Walsh, tal vez, si no hubiera sido arrastrado por «el ensangrentado polvo», devorado él también por la impiedad de la Historia). Esa fue la verdadera tragedia de los sobrevivientes: tener la experiencia y no lograr la obra que le diera sentido. Y si el cine es en el siglo XX lo que la literatura en el XIX, sólo Favio podría haber filmado esa Historia, si no hubiera sido devorado por la piedad del Mito. Pues, también para nuestra desgracia, ningún film de Favio llegó a las alturas del Facundo: apenas nos legó la irredenta sombra de Moreira y un sonriente Perón de utilería. La pregunta de nuestra generación (o de las que vienen) ya no es quién escribirá algo parecido, sino si alguno de nosotros será capaz de hacerlo.
FOTOS: 1) Leonardo Favio; 2) fotograma de Nazareno Cruz y el lobo; 3) fotogtama de El dependiente.
Copyleft 2000-2008 / Nicolás Prividera
Hola. He leído el texto de Nicolás Prividera y me parece muy interesante. Me gustaría que Roger (y Prividera, si tiene tiempo y ganas) imite lo que publicó hace más o menos un año en este blog (sobre cine de todos los tiempos y geografías y sobre cine estadounidense) y que me ha servido de guía e incentivo para seleccionar el cine que veo: escribir suscintamente una lista de las mejores películas de todo el cine argentino. Nos vemos el viernes en el ojo soberano. Gracias. M.F.P.
Creo que texto es el mas lucido y conciso de todos los que publico Nicolas hasta ahora. Me sorprende aun que un cineaste de su talla sea tambien un critico de semejante lucidez, capaz de superar la autocracia del gusto. Hace tiempo que no leia una critica que diera cuenta no solo de una historia, sino de algun modo tangencial, de una Historia, del cine y de nuestro pais.
Mis mas profundo agradecimiento por eso. Realmente un texto conmovedor.
Me quedo con una frase que para mi sintetiza una ausencia en el cine argentino: «Esa fue la verdadera tragedia de los sobrevivientes: tener la experiencia y no lograr la obra que le diera sentido».
Felicitaciones tambien a Roger por publicar y sacar a la luz al Nicolas Critico de cine.
Gracias S y M. RK
Sr. Koza: usted siempre parece preocupado por la actualidad y el Sr. Prividera por el pasado. ¿Es así? Me gustan los artículos de ambos. Y me sumo a la propuesta de Marcos.
Creo que a los dos nos preocupa el futuro… solo que desde perspectivas diferentes: Roger tiene mas ocasiòn de ver lo ùltimo del cine «contemporaneo» (y tiene mas confianza en èl), mientras que yo creo que el cine «moderno» terminò en algùn momento de los ’70 (digamos el ’75, por motivos que dejo para otra nota). Esa idea no es nueva ni mia (es de Godard y algunos otros), y a esta altura me interesa mas revisar la tradiciòn del cine para saber adonde va (esto que fue «un oficio del siglo XX» y seguimos llamando cine por comodidad, aunque desde Spielberg & Lucas, la tecnologìa digital, y la posmodernidad, ya es otra cosa…)
Prometo una lista (comentada) para algun pròximo envio.
Saludos.
N.
No sé quién es el señor Prividerá
(tengo esa palabra asociada al fantasma de un viejo fotógrafo de provincia).
Me gusta cómo piensa lo que escribe.
También me gustó y mucho leer la palabra hagiografía en relación a favio.
Saludos.
Franco: Nicolás Prividera es un joven realizador, cuya primera película M ganó el premio Che Guevara en la última edición del Festival de Mar del Plata correspondiente a la competencia Latinoamericana. Más tarde, obtuvo el Runner up award del festival de Yamagata, Japón. En este blog puede leer sobre M y una entrevista al director. RK
Gracias por lo de «joven» (sea otro efecto de la posmodernidad o simplemente de lo que cuesta filmar -publicar, etc.- una obra o hacerla conocer, uno es joven hasta los 40, por lo menos…)
Por otro lado, lo importante son los argumentos, no quien los enuncia (y eso deberia servir tambien para las peliculas: en los festivales deberìan pasarse sin firma, para que la critica emita su veredicto en base a la obra y no al nombre…)
PD: La carita en el comment no es una rendiciòn ante la era digital, sino un error de tipeo (debia ser el cierre del parentesis)
Otro buen texto de Nicolás. Ya lo había leído pero decidí pasar hoy de nuevo por acá después de ver «Aniceto».
Que se puede decir de este filme, simplemente que Favio está de vuelta. Que su rigor cinematográfico esta´intacto y también su poesía, su fuerza y su magia. Es muy recomendable. Una película de Favio te cambia el día.
En un reportaje publicado este domingo en Pagina12, Favio habla sobre su abortado proyecto de la vida de DiGiovanni: “Me parecio jodido hacer una película en la que el heroe era un violento que ponia caño, bomba (…) De golpe me di cuenta de que estaba por hacer un canto a la violencia misma. Me parecio que podia ser nociva”. Y prefirió hacer Moreira, dejando de lado la que seguramente (por estar en su plenitud crativa, por estar inmerso en un tiempo violento) hubiera sido su gran película. No puedo evitar ligar esto (porque Favio mereceria ser un personaje de Favio, tan ligada esta su suerte a la del peronismo) con la cita que dejó Feinmann (en su dominguera deconstrucción del peronismo) de una cita de un viejo libro de Salvador Ferla: “Desde hace tres años –tiempo que coincide sugestivamente con la muerte de su esposa- no sabe si profundizar la revolución o ponerle fin. Planteadas las cosas en terminos de violencia, que no le permite su propio juego de masas, Peron se siente desconcertado, abatido (…) El antiperonismo toma el poder mas por obra del desarme espiritual del peronismo que de una victoria militar propiamente dicha. Su adversario esgrimía un arma de la que carecía en ese momento: habia logrado crear una mística.” Si todo esto suena demasiado actual, es porque lo es. De la resolución del conflicto rural y del posterior alineamiento de los diversos sectores puede depender el diseño de la Argentina de los próximos años. Pero el cine argentino lo verá, con suerte, demasiado tarde (¿qué fue de los infames ’90s en el cine nacional?), aunque el arte siga atacando por otros medios: en el diario de hoy Horacio Gonzalez habla de “Bombita Rodríguez” (el maravilloso “Palito Ortega montonero” de Capusotto) como un ejemplo feliz de intervención cultural…
Muy bueno el texto de Prividera. Van algunas disquisiciones que me despertó la atenta lectura del mismo:
1) Favio es parte de una generación que vivía con naturalidad esa conexión entre lo culto-intelectual y lo popular (Lautaro Murúa, Norma Aleandro, Víctor Laplace, Luis Politti, Norman Brisky, Marilina Ross, participaban en proyectos artísticos concientizadores, testimoniales y de carácter militante (el teatro de Stivel, los films de Solanas, Gleyzer o Cedrón), sin dejar de actuar en telenovelas y películas pasatistas. Nacha Guevara y Chunchuna Villafañe, por ejemplo, pasaban de las pasarelas a las comprometidas declaraciones políticas sin demasiada historia, y muchos cantantes folklóricos (empezando por Mercedes Sosa) grababan y cantaban canciones de valiosos autores siendo al mismo tiempo figuras accesibles y populares.
2) ¿Peronismo = “clase”? Hace rato (al menos, a partir de Menem) que ha dejado de representar a una clase (social).
3) Es cierto que Solanas, con su cine, es el mejor cronista del peronismo, pero yo incluiría también ¿por qué no? sus películas de los ’80 en adelante (recordar “El viaje” y “Memoria del saqueo”). Solanas “piensa” el peronismo, discute con quienes desvirtúan o manipulan sus preceptos y mitos; Favio no lo problematiza, refugiándose en un peronismo casi irreal (el de las bellas imágenes de Evita en “Pulqui”, la película de F.Mouján que debería figurar en la lista que da Providera).
4) Si las últimas 3 películas de Favio se parecen en algo, es en cierto acartonamiento que no tenían las de los ’60 y ‘70, plenas de juventud, desprejuiciadas, realizadas fuera de todo cálculo. Por suerte, a diferencia de “Gatica” y “Perón, sinfonía…”, en “Aniceto” el material no se le va de las manos, las ambiciones son más modestas, y el resultado creo que tiene más de su cine previo, como si fuera una mezcla de “El romance del Aniceto y la Francisca” con “Nazareno Cruz y el lobo”.
5) Coincido en que Favio es un cineasta único, peculiar. Me gustó eso de que fue “del hambre al sueño”, aunque creo que en todas sus películas ambas cosas van juntas.
Fernando: muy bueno tu comentario, y un abrazo desde aquí. RK
Es cierto: sorprende -encandila- la lucidez de un ‘joven’ crítico que además es cineasta, y que además parece tener afinidad con el peronismo (o con lo peronista). Me sentí identificado cuando algunos idiotas y gorilones comentadores de La lectora provisoria te acusaron de ser demasiado ponedor-de-paréntesis.
Saludos, y quedo a la espera de esa obra de ficción o no-ficción.
Es muy divertido escuchar a Bayer contar el proceso de adaptacion de Severino De Giovani. Parece que Favio lo llamaba a altas horas de la noche diciendole que habia encontrado la musica para la escena del fusilamiento. Favio ponia el disco a todo volumen, se tiraba contra el ropero y actuaba la agonia.
Es una pena que los derechos de ese libro ahora los tenga Puenzo.
Nicolas, dejame decirte que hay una escena que le hace mucha justicia a la complejidad del peronismo, y es una escena documental de tu film M, donde los peronistas «de base» se encuentran con los antiguos «compañeros» de clase media que los «adoctrinaron» (si recuerdo bien) y discuten sobre el kirchnerismo. Me hizo sentir profunda y sanamente incomodo.