
CRÍTICA DEL PÚBLICO (1)
Por Nicolás Prividera
1.
El espectador nunca está fijo: cambia como cambia el cine. El espectador «medio» (si existe tal cosa) se divide hoy según un doble espectro etario: los adultos sólo van al cine a revivir el «cine de qualité», y los jóvenes a no perderse el último «tanque» de moda. En el medio está el espectador «cinéfilo», que muchas veces hace de su supuesto amor una perversión. Por ejemplo, cuando es capaz de verse diez películas por día en el BAFICI sólo por estar en la onda. (Y nadie que no esté entrenado, como críticos o programadores -y aun así no es recomendable, si se quiere «procesar» con tiempo lo que se ve- puede ver tres o más películas por día y asimilarlas.) Pero ese mismo espectador no va al cine si la película se estrena… Y no porque la consiga en Internet (además, el espectador que baja películas no es mayoritariamente el cinéfilo, sino el que busca ver antes -o gratis- los «tanques» de Hollywood).
El problema, entonces, es que aun ese público cinéfilo (el menos difuso que tiene el llamado «cine independiente») tampoco es de por sí un ideal. Y el BAFICI expresa bien sus límites: pues si bien es motivo de alegría que un festival así tenga mucho público (cosa que lo distingue de otros festivales similares, que se hacen casi sin espectadores), la cuestión es que buena parte de ese público no es «fiel» más que al espacio cool del Festival (en el que se matan por abarrotarse de películas que no verían fuera de ese espacio…). Es decir: que esos espectadores demuestran un interés cuantitativo más que cualitativo y eso define también su cualidad como público: cuando vemos a alguien sacando 40 entradas para el BAFICI (cosa bastante común), podemos colegir que lo único que está haciendo es satisfacer una compulsión consumista (que no deja de serlo por estar enfocada hacia una actividad «cultural», sino todo lo contrario: es una muestra más de la segmentación del consumo…)
2.
No podemos pensar el público sin pensar el contexto cultural, degradado desde la dictadura y que la democracia no pudo recuperar, sino todo lo contrario: el menemismo, como continuación económico-cultural de la dictadura, terminó por redefinir totalmente el campo social (a tono con la ola neoliberal post-caída del muro de Berlín, que ahora parece tocar a su fin con la caída de otro muro, el de Wall Street). En ese contexto surgió el «Nuevo Cine Argentino», que a más de diez años de su aparición enfrenta a una crisis de identidad (en relación a ese público que sólo le fue fiel esporádicamente): o bien se vuelve parte del sistema (o aspirar a serlo, sin siquiera conseguirlo, ya que aun sus películas más exitosas y populares no alcanzan a ser grandes éxitos de taquilla) o bien acepta convertirse en un arte de la resistencia (como en el caso del cine que no aspira a ser aceptado en el circuito comercial).
Un camino intermedio (y tal vez el que menos resigna) es el de Lucrecia Martel, cuyas películas tienen dimensión industrial y formato independiente (aunque esto parece volverse insostenible, visto que La mujer sin cabeza «sólo» llevó poco más de 30.000 espectadores a las salas): ahí se jugará la suerte de su próximo proyecto, El Eternauta, basado en la más popular historieta argentina más popular de la historia… La ventaja de Martel es que tiene el apoyo de una gran compañía («El Deseo», de Almodóvar) y que no necesita apoyarse en el mercado interno y en los subsidios del INCAA. En ese sentido es un caso excepcional, que tampoco puede ser trasplantado (como el modelo Llinás) a los que pretenden hacer cine independiente.
3.
El cine argentino ya no tiene la respuesta masiva que alcanzó en momentos políticos claves, como el 73 -representado por el Moreira de Favio -o la primavera democrática -con la Camila de Bemberg-, que quedaron en la memoria como mojones irrecuperables. El público cambió, como cambió la industria del entretenimiento, y como cambió la economía y política del país. Argentina, aun siendo el tercer país en la región, esta muy atrás de México y Brasil, países con muchos más millones de habitantes, pero que también han sabido sostener sus pantallas y espectadores. El cine argentino tiene éxitos espasmódicos, que a esta altura son hasta impredecibles para las grandes producciones «populares» que antes eran un número puesto todos los años.
Lo que debería ser claro a esta altura, entonces (mucho más para el cine «independiente»), es que la batalla por el público está perdida hace rato: no sólo por la progresiva reducción de espectadores (en términos globales) o el cambio en los consumos (cable, DVD, etc.), sino porque la hegemonía de la TV (y multimedios que sólo cuidan sus productos, frente a una TV pública que descuida el cine nacional) se ha convertido en el frente de nacional: frente a una programación cada vez más chata(rra), el cine sólo puede ser un espacio de resistencia cada vez mas pequeño. Una balsa del Titanic en la que pocos entran, y donde cada vez hay menos espacio para los independientes (sobre todo si viajan en tercera clase).
Copyleft 2009 / Nicolás Prividera
Estimado Nicolás, me pregunto:
¿No tiene la gente (de cualquier edad) derecho a ver películas de qualité, mainstream o lo que sea? ¿por qué deberían tener en claro qué películas son mejores? ¿no creés que el problema deberia ser: dónde, cuándo y quién se ocupa de formar espectadores sensibles y conocedores? Pienso que el BAFICI ayuda a esto, por eso ¿cuál es el problema que alguien quiera ver muchas películas durante este festival? ¿a quién perjudica? ¿te parece lo mismo que tengan muchos espectadores y obtengan beneficios económicos películas berretas de moda y las de James Benning o Kelly Reichardt? Leo siempre con interés tus comentarios pero creo que si criticas al público, a los cinéfilos, a los críticos, a los directores del «nuevo cine argentino», etc. corres el peligro de que queden todos de un lado y vos solo del otro.
Por otra parte, una observación: el éxito de «Moreira» y otras películas en el ’73/74/75, y de «Camila» en el ’84, van más allá del contexto político. En el primer caso (como mencioné en un libro mío) el color, el rodaje en exteriores, los temas polémicos, los buenos actores y en algunos casos cierta espectacularidad, para el público eran imposibles de conseguir en la TV. Tampoco en la TV de los ’80 estaba permitido, todavía, exponer ciertas historias y escenas que el cine (ya sin censura) ofrecía sin vueltas. Además, había más salas de cine y las entradas eran mucho más accesibles que en la actualidad. En los años siguientes, «Tango feroz» y algunas con Suar o Francella llevaron también muchísimo público, aunque sería difícil hablar de «cine popular» en esos casos.
Personalmente, pienso que depende de las expectativas y las características de cada película, no creo que pueda hablarse solamente de éxitos para los casos de las que llevan más de un millón de espectadores a las salas.
Saludos.
Fernando:
«La gente» tiene derecho a ver (y votar) lo que quiera. También las minorías, pero como estrenar cuesta y hay que recuperar la inversión, las películas que no le interesan a «la gente» no llegan a los cines. Justamente, si algo hace falta es un circuito que expanda el cine que vemos en el bafici fuera de los diez dias del festival. Ahí se vería si ese público se agota en una semana o es realmente fiel.
El gran ejemplo es la cinemateca uruguaya: varias sedes, programación de calidad, entradas accesibles… Y todo en unan ciudad con un millón de habitantes. Por qué Buenos Aires solo tiene que conformarse con una sala en un complejo teatral o una en un museo? Y no hablemos del resto del país, donde la situación es mas precaria aun (salvo casos aislados, como el cine club Hugo Del Carril en Córdoba). Ahí tendría también que funcionar algo como los espacios INCAA (y estos deberían funcionar mejor de lo que lo hacen, además de multiplicarse).
El público se forma viendo cine: y en la TV abierta no hay espacio para ese cine, y mucho menos para el argentino. En ese sentido, canal 7 debería (con nueva ley de radiodifusión o no) prestarle mas difusión de la que por suerte ya le da.
Ningún Favio podrá volver a llevar millones de espectadores a una sala. El problema es que ni siquiera podrá existir como tensión al canon vigente, visto que hasta el cine independiente se uniformiza…
De todos modos, no se trata solo de «gustos», sino de que el sistema está cambiando: el cine está siendo consumido en pantallas personales, y eso cambiará el «negocio» a escala global. Solo los grandes tanques podrán pensar en millones de espectadores (y ganancia), pero ni siquiera ellos son inmunes al nuevo paradigma digitales.
Esta «crítica del público» tiene una segunda parte: esperá a leerla toda para criticarla a su vez (porque seguramente vas a tener mas motivos para hacerlo…). Continua la serie abierta por «crítica de la crítica» y que tendrá también una tercera parte: la «crítica de los festivales». No son ensayos totalizadores ni detallistas, son simples notas urgentes y al pie sobre temas con muchas aristas. No puedo abordarlos aquí y ahora con el tiempo y la profundidad que merecen, lo que no quita que pueda hacer un planteo general de la cuestión (que en este caso solo ni siquiera tiene una teoría o hípótesis atrás, como es el caso de mi larga nota sobre el NCA en el blog de Quintín, que tiene otro aliento y pertenece a esas notas que uno espera que sobrevivan).
Tampoco me parece que yo esté de un lado y el resto del mundo del otro: si algo queda claro a cualquiera que lea mis notas es que no hay salidas individuales. Mucha gente que piensa parecido, y se puede comprobar en cualquier conversación o debate: En todo caso, si es cierto que algunas posturas son minoritarias o no lograngenerar una «masa crítica». Pero, una vez mas, eso no va a hacer que uno cambie sus convicciones en función de palmearse mutuamente la espalda y contribuir a creer que este mundo (del cine y mas allá) es «un mundo perfecto».