28 FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE MAR DEL PLATA (18): DE TWITTERS, PAPERS Y BORDERS

28 FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE MAR DEL PLATA (18): DE TWITTERS, PAPERS Y BORDERS

por - Críticas, Festivales
22 Nov, 2013 01:09 | comentarios

155352__critic_lPor Nicolás Prividera

A ver, la cosa es más o menos así: hay un tipo, llamémoslo P. No se considera crítico, aunque suele escribir sobre cine. Tampoco se considera cineasta, aunque ha hecho un par de películas. Cuando tiene que llenar un formulario pone “docente”, una palabra indecente pero cercana a lo que sabe hacer cuando no está escribiendo o filmando (es decir, casi siempre). A P le gusta compartir el cine, pero no tanto con los profesionales (salvo aquellos que no han perdido la pasión por lo que hacen). Tal vez por eso no va mucho por los festivales, lugares donde la cinefilia siempre está al borde de la necrofilia, o perversiones menos gozosas. Pero sigue las novedades en el blog en que escribe, donde su amigo K va dejando noticias de sus viajes por el país del cine, en ciudades felices y no tanto (P admira la dedicación de K, pero más admira que eso no interfiera con su amor por el cine y su espíritu crítico, que en otros cronistas se hecha a perder en cuanto les dan una acreditación y una vista al mar.

¿Nos estamos desviando de nuestro tema? No, estamos yendo al punto esencial). P se entera de que en una de las ya habituales charlas sobre la “nueva crítica” (que con cada nueva charla parece más un deseo que una realidad), sus tres jóvenes representantes lo mencionaron como referencia (sin que eso signifique pleitesía sino simplemente respeto intelectual, y eso también es tan esencial como poco frecuente). P intenta saber un poco más sobre qué se discutió en esa charla, y busca en sites y blogs con su habitual exceso de confianza: pero no encuentra ninguna reseña (entre otras cosas porque ninguno de los nuevos críticos escribió al respecto, y los viejos –que ni siquiera estuvieron en la charla, salvo el buen K–, menos).

Así que P. recurre a Twitter, donde siempre se puede encontrar opinión sobre cualquier cosa (incluso en menos de 140 caracteres). Allí un tal D, fue dejando algunas frases entresacadas de la charla, empezando por la esperable constatación del “pesimismo sobre el concepto: todavía no hay una nueva crítica”. A partir de esa serie de tuits, P trata de hilvanar una argumentación sobre el estado de las cosas: “Los tres jóvenes críticos acuerdan en una medianía general entre críticos, público y directores”. “La vieja crítica viene al festival a hablar más del hotel que de las películas”. “Vengo a los festivales y consumo, veo, veo y veo pero no intercambiamos nada”. “En este ‘ser unos cagones’, en el que nos convertimos, no estamos construyendo sino destruyendo”. Todo lo que resume el “tema picante: el crítico como recaudador y lobbista”… A P le gusta ese espíritu crítico antes que de cuerpo (ese que suele tener todo lo nuevo antes de ser viejo, a veces con pasmosa rapidez). También comparte (aunque no signifique que acuerde totalmente) en otras cosas: “Nos preocupamos más porque el texto esté bien escrito, bien estructurado, que por las ideas que haya en él” (una cosa no debería quitar la otra). “Cada sitio debería proponer un sistema propio de lectura o de recorrido, y así proponer una relación con el cine propia” (muchos lo hacen, pero eso no significa que ese sistema sea sólido). Finalmente, P encuentra su nombre: “El joven J. destaca a P como crítico que no quiere quedar bien con nadie y además escribe bien” El mencionado reconoce en el joven J a ese tuitero que lo menta seguido con más irreverencia, y le complace saber que comparten el no querer quedar bien con nadie. Pero no sabe que significa escribir “bien”, y cree que en ese equívoco se juega buena parte del destino de la crítica: tal vez la charla debió discutir eso (y tal vez lo hizo, pero los tuits no lo consignan).

images-1Los únicos comentarios que P encuentra a continuación empiezan con los de la señorita A, que se resumen en lo siguiente: “Dejémonos de joder con que EL crítico es P. La gente normal no lo puede leer. Punto.” A lo que el ex critico N, director de la escuela de críticos a la que fue A., retruca: “Puede (pero) no (quiere)”. La señorita A. insiste: “Es un plomazo imposible, es para expertos no para el público”. N, innecesariamente aclara: “sólo me burlaba de sus paréntesis. Y tampoco para ‘expertos’”. Un tal señor S acota: “Es preocupante que P. sea el modelo de crítica… Escribe papers, no critica”. El crítico y maratonista G llega tarde, y pregunta: “¿Modelo de qué? ¿Dónde escribe? ¿Quién es? Hay algún texto reciente?”. El “escritor y cineasta” R (tal como se lo describe en su habitual deposición en un diario dominical), fiel a su estilo sentencia: “P es mogólico. ¿Quién podría pensarlo modelo de algo?”. Finalmente, la señorita A hace mutis por el foro con una de esas gracias que aprendió en Twitter: “Paren: voy a ver qué escribiría P sobre Drug War y vuelvo”. P esperaba sacar alguna conclusión sobre la charla, pero cuando la red le devuelve esta retahila de banalidades, comprende que es ahí donde se puede entender claramente lo que es la vieja crítica, y se propone escribir sobre eso: sobre su extraño maridaje con Twitter. Porque la vieja crítica (que no es, digámoslo de entrada, una mera cuestión de recambio generacional) siempre busca medios nuevos donde marcar la cancha con sus viejos vicios. Y Twitter es un lugar perfecto, ya que privilegia la cortedad y la inmediatez (lo que en ciertos sujetos resulta una mezcla letal, inmune al pensamiento). Desde ya, el “escritor y cineasta” R es un ejemplo demasiado obvio (alguien que usa la palabra “mogólico” como insulto se describe a sí mismo, si me perdonan la corrección política… Recordemos que además escribió con el ex crítico N un libro en el que nos descubren que el mal de la Argentina no es la extensión sino el “progresismo”. Lo más curioso es que el sufrido R vive hace años fuera del país, pero tal vez por eso gusta remedar sin suerte la viperina lengua del exilio antirosista). Porque aquí no nos interesan sus escasas dotes dramáticas, sino su condición de apéndice de esa turba virtual que se palmea la espalda mutuamente, a ver quien escupe más lejos: como toda tribuna (de doctrina), Twitter no hace más que reunir a los que piensan como uno, para cascotear al que pase por ahí y no sea del palo. Una “fiesta del monstruo” digna de Echeverría o Lang, pero en versión berreta.

Pero vamos a los (pocos y pobres) argumentos que se vislumbran entre chanza y chanza. (Dejemos también de lado al crítico maratonista que pide referencias sin temor a parecer desinformado: los periodistas completan su educación en público, decía Karl Kraus. Una pena viniendo de alguien que había hecho una película que no estaba mal, piensa P: hasta alguien como él, que ni siquiera ejerce la crítica a diario, conoce un poco su medio.) Vamos a la que tiró la primera piedra: a la señorita A. Y a sus conceptos sobre la normalidad: bueno, mucho concepto no hay, porque ya sabemos que la normalidad es una tautología. “La gente normal no lo puede leer a P. Punto.” El punto lo deja claro, y cierra. Sin embargo el ex crítico y ahora animador cultural N sugiere que “puede (pero) no (quiere)”. Si lográramos entender sus paréntesis tal vez quedaría claro, pero está visto que sólo puede ejemplificar su mal uso. Suponemos que quiere decir que la gente normal quiere otra cosa. ¿Qué? Lo normal, claro. Y así volvemos al “Punto”. Pero la señorita A no está para sutilezas: “Es un plomazo imposible, es para expertos no para el público”. Ojalá pudiera definir tantas cosas en once palabras, piensa P. Tal vez por eso es un “plomazo imposible”. El ex crítico N lo tiene claro: “Obvio, sólo me burlaba de sus paréntesis. Y tampoco para ‘expertos’”. Bueno, al menos la cosa va mejorando. O empeorando: habría que ver qué. Entiende el también ex matemático por “expertos”. Pero cuando el señor S. viene a resumir las alarmas de la señorita A., no obtiene respuesta: “Es preocupante que P. Sea el modelo de critica… Escribe papers, no crítica”, dice. Tal vez la señorita A. no responde porque ella misma ha escrito papers (entre otras, sobre una película de P que se suele usar para esos menesteres). Lo que parece molestarle a la señorita A no es tanto lo plomífero (que no deja de ser una normalidad, como sus propios textos atestiguan), sino más bien otra anormalidad: “Dejémonos de joder con que EL crítico es P.”

imagesY aquí volvemos a la pregunta que desató todo, cuando el moderador M preguntó en la charla a qué críticos seguían o leían: está claro que la señorita A diría el nombre de alguno de los que sigue en Twitter. Eso sería lo “normal” (es decir, lo que deberían haber contestado los jóvenes representantes), en vez de nombrar a alguien que escribe cada muerte de obispo, y que para colmo vive peleándose con los viejos críticos que la señorita A sigue con devoción. Por eso su último tuit al respecto no puede sino hablar de su propia forma de leer: “Paren: voy a ver qué escribiría P. sobre Drug War y vuelvo”. Lo normal es esperar a ver qué dice EL crítico, para luego alinearse y no quedar en off-side. Y no sólo entre los estudiantes aplicados como la señorita A: es algo que sucede incluso entre los críticos ya reconocidos, como sabe cualquiera que haya pisado una privada, u observe el fenómeno en vivo y directo en cualquier festival de cine: cuando una manada de críticos sale de una proyección y sigue al elegido como buen pastor, para saber aunque más no sea a través de un gesto de asentimiento o desprecio, si debe aprobar o no (cosa que ahora es más fácil y menos evidente gracias a Twitter, precisamente…).

P no imagina quien ocupa hoy ese lugar, que en otros tiempos le correspondía entre nosotros al inclasificable Q (seguramente a su pesar, porque muchas veces fue el primero en disparar contra sus propios colegas). Pese a sus formas estentóreas, Q no pretendía ser temible, pero indudablemente era temido (incluso hasta por los propios directores de cine, desde ya, como alguna vez testimonió el exaltado LL. a pesar de ser él también un peso pesado que no parece temerle a nadie). Lamentablemente hoy Q casi se ha convertido en otro ex crítico, que malgasta su talento en Twitter. Era un placer leerlo cuando se dedicaba a pensar el cine en vez de penar contra un gobierno, y su blog era un generoso espacio donde tenían lugar intercambios memorables. Porque no todos los que lo seguían y leían coincidían con él (como atestigua el mismo P), pero todos lo respetaban. Porque no se trataba de tener un gusto común por el estilo o programa estético o canon en común, sino de cómo se ponía en juego un sistema de lectura. Un método, digamos, aunque a Q no le guste la palabra y todo el tiempo juegue a contradecirse, para evitar ser encasillado (el máximo pecado que para él puede cometer un crítico y un cineasta). O sea: nunca podríamos estar seguros de qué opina Q de Drug War (y tal vez por eso generaba en sus colegas esa necesidad de estar atentos ante su inconstante oráculo). Pero esa imprevisibilidad termina rozando el sofisma, y da lugar (en críticos menos capaces) a una mera expresión de gusto personal. Algo que a P le place llamar “crítica-facebook”: todo empieza y termina en un “me gusta” / “no me gusta”. Cosa que el sistema termina normalizando: el crítico se confunde así con un espectador más, sin que se le exija más argumento que (la corrección o el desparpajo en) el estilo. Si la crítica es entretenida, no importa nada más: lo mismo que sucede con las películas, claro. Pero si el crítico pierde justamente su cualidad ídem, si no puede imponerse el deber de una argumentación consistente que vaya más allá de reproducir un modo de consumir, su labor no tiene densidad ni razón de ser. ¿Para qué tomarse siquiera el trabajo de leerlo?

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No son los papers lo que alejan al “público” de la crítica, sino su propia nadería. Pero no se trata de enaltecer los papers: ese género suele estar burocráticamente vacío de hallazgos, y sólo encuentra lo que previamente escondió, después de un largo recorrido lleno de citas al pie. Tampoco de basarse en un gusto que parece responder más a la saciedad que provocan las medialunas de las privadas o los platos fuertes que trae el cine de Hollywood o el festivalero al mismo carnaval de las almas. Porque si la crítica académica termina justificando su existencia por mera necesidad de acumular puntos, la crítica periodística se entrega a ensalzar un cine reaccionario sólo porque está (técnica y narrativamente) “bien” hecho. Volvemos así al escribir “bien”, que no es muy distinto del filmar “bien”: cada tanto hay que repensar los términos. Para no terminar escribiendo sesudos opúsculos que nadie leerá, pero tampoco ensalzando al nuevo cine de Kazajistán o alabando películas de propaganda de la CIA (al grito de que la crítica no tiene porque preocuparse de la CIA…).

¿Cómo respondería entonces P a la pregunta de M., a quienes mencionaría entre sus lecturas? Tal vez mentaría una revista de cine que encontró su lugar entre la academia y la pura cinefilia, cuyo nombre remite a una vieja película argentina (una película popular, además, ejemplo de un cine que no pide un espectador “experto”, pero tampoco lo trata como idiota). Allí escribe el siempre interesante B., desgranando hace más de diez años sus notas sobre cine argentino, que son como el esbozo de un libro prometido y aún no realizado. O la señora S., que supo escribir en la revista del ex crítico cuando eso no era incompatible con su tesis de doctorado sobre Adorno (nombremos por fin un nombre propio, y sumemos al maestro de B. y tantos otros intelectuales –perdón por la palabra–: el gran Viñas, un formador de varias generaciones de críticos, que ojalá hubiera tenido su correlato en el empobrecido campo del cine argentino). Hablamos de nombres que a veces resultan arduos si uno no quiere hacer ningún esfuerzo, pero que siempre serán mejores que los plomizos animadores que, en defensa de un “publico normal”, propenden a escribir sus prejuicios en excesivos 140 caracteres.

Nicolás Prividera / Copyleft 2013