UNA CONVERSACIÓN CON DIOS / A CONVERSATION WITH GOD

UNA CONVERSACIÓN CON DIOS / A CONVERSATION WITH GOD

por - Críticas
25 Jul, 2012 03:25 | comentarios

El Dios de neón

Una conversación con Dios, de Tsai Ming, Taiwan, 2001

Por Santiago González Cargnolino 

Tengo la impresión de que la crítica cinematográfica en Argentina está viviendo una etapa de mutación. Por un lado, hay una renovación de una renovación reciente: pibes más jóvenes de aquellos que llamamos críticos jóvenes empiezan a demostrar cómo piensan y ven el cine: Boetti, los muchachos de Marieband en Buenos Aires pueden ser ejemplos tangibles; por el otro, la crítica ya no pasa por dos o tres lugares emblemáticos de publicación, y menos aún por la ciudad de Buenos Aires. La descentralización es una evidencia.

En Córdoba, hay un grupo de críticos muy jóvenes que escriben muy bien, estudian y ven cine de todos los tiempos. Algunos, como es el caso de Santiago González Cragnolino, trabajan como programadores en Cinéfilo Bar. Allí funciona nuestra cinemateca (tercermundista); allí se ven films de Jerry Lewis, Pedro Costa, Terence Davies, John Ford, Kenji Mizoguchi; de lunes a viernes la ciudad posee un espacio inigualable de formación. Allí se vive una cinefilia renovada.

Santiago, junto a jóvenes como Martín Álvarez, Ramiro Sonzini y Leandro Naranjo, quienes no tienen más de 23 años, constituyen una verdadera esperanza práctica en materia cinematográfica. En Córdoba, son los jóvenes turcos de nuestro tiempo, los amantes del cine que convierten su inconformismo en un plan de trabajo y en un gesto amable de contagiar una pasión. (Roger Koza)

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El título es engañoso o por lo menos, enigmático. Parece anunciar que se logró concretar una entrevista con Dios. Sin embargo, Él es reticente a ser filmado, lo que se convierte en un verdadero escollo: así, la promesa del título queda irremediablemente  trunca. Tsai Ming Liang vislumbra una salida: registrar el rito dedicado al dios. Si en esa relación ritual se develan las motivaciones, los valores o las ideas de quienes adoran a la divinidad; quizás a través de ese vínculo, a partir de compartir la experiencia del creyente, se pueda obtener un acercamiento a esta entidad tan reacia al registro. Pero Tsai no se detiene mucho tiempo en esto. Parece que a mitad de camino echó un vistazo a su alrededor y tuvo una revelación que lo hizo dirigir su mirada hacia otro lado. Si Dios está en todas partes y está en todas las cosas, no lo sabemos. Pero si efectivamente es así, podemos constatar de que esta recubierto de plástico, de concreto, de metal, y que esta teñido por las luces fluorescentes del neón. Por momentos, todo es de neón en el mundo que vemos. Todo esta cubierto de artificialidad, de espectáculo, de aturdimiento. El Dios de Neón es un dios cruel: vemos las prácticas, siempre humanas, tan humanas, pero deshumanizantes, de los que viven bajo su yugo. Unas mujeres bailan y hacen playback en un escenario patético, falso remedo de una nave espacial, o set de un programa viejo de los Power Rangers.

No sólo es la vista la que se ve afectada. Aquí, todo suena a neón. El registro directo del sonido con su ruido inherente, con toda su “suciedad”, tiene la capacidad de sumergirnos aún más en el malestar de este mundo, en el que el zumbido incesante de los tubos fluorescentes es otra prueba de la ubicuidad del dios.

Tomando prestada una página del libro de James Benning (o no), el realizador compone extensos planos fijos, inmóviles, sobre pasillos deshabitados e iluminados por tubos blancos. Si nosotros le damos nuestra vista, el plano nos devuelve una experiencia. Siempre atento a la arquitectura, a las construcciones que creamos y habitamos, el director taiwanés comienza a posar su mirada en esos espacios desolados. Y aparece otra faceta del mundo que presenciamos anteriormente. Si todo antes era asfixiado por colores artificiales, lo que vemos ahora es el gris: un semáforo derribado, el asfalto de la calle y el concreto, inclemente. En un momento, vuelve la vida a este mundo. Un pescado sumergido en barro, intenta volver a su medio, dando sus últimos coletazos. Pero nada puede hacer tan lejos de su elemento, es como si la superficie gris lo chupara; estamos presenciando la fosilización en vida de esta criatura. No hay lugar para la vida orgánica en el mundo de neón, parece sugerir la imagen. A esta altura, ya descubrimos a un cineasta, a un artista: Tsai nos sensibiliza con respecto a este mundo y así, discute el paisaje, el sentido común, la naturalización de una sensorialidad impuesta por un estado de cosas.

En el último plano vemos el cielo. No es un plano necesariamente bello, pero produce una sensación de gran desahogo y podemos respirar; la película respira también. No se trata de buscar allí respuestas ni consuelo, en el sentido en el que lo entienden la mayoría de las grandes religiones. Quizás contrariamente a lo que pregonan muchas de ellas, el Ser Superior no nos observa desde el cielo. Quizás el cielo es el único espacio que todavía no habita el Dios de Neón.

Santiago González Crognalino / Copyleft 2012