UN DESCONCIERTO DE PELÍCULA

UN DESCONCIERTO DE PELÍCULA

por - Varios
17 Jul, 2017 04:25 | Sin comentarios
Una lectura sobre los últimos acontecimientos y cambios de autoridades en el Festival Internacional de Mar del Plata.

Un funesto juego de imaginación: Sampaoli no consigue hacer clasificar a la selección y tan solo queda el repechaje. En la AFA se reúne el directorio para analizar la situación y toma una decisión desconcertante: se convoca a un viejo técnico serbio, un tal Bora Milutinović, cuyo currículum luce un poco vetusto pero decoroso. La perplejidad es inevitable, nunca había pasado algo así. “Se tocó fondo”, dicen algunos, y se busca una solución externa. El objetivo es más importante que la tradición: hay que clasificar.

El nacionalismo es una experiencia viscosa y compleja, pero en el fútbol se experimenta sin grandes razones que legitimen el sentido de pertenencia que incita la identificación con la celeste y blanca. Los hombres y las mujeres, unidos fácticamente por leyes comunes, memorias colectivas y un lenguaje compartido, sienten que hay algo más entre ellos. La volátil hermandad que propone el fútbol es tan solo una ilusión. Dura poco.

El pasado 7 de julio hubo un anuncio similar a la hipotética designación de Milutinović como director técnico de la selección en un ámbito menos multitudinario que el fútbol, pero no menos apasionado: cuando el nuevo director del INCAA, Ralph Haiek, presentó al nuevo director artístico del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, un estadounidense con una estimable experiencia en el cargo, se encendió la polémica. ¿Por qué un extranjero es el elegido?

El argumento principal de Haiek para designar a Peter Scarlet, alguna vez director artístico de San Francisco (1983-2001) y de Tribeca (2003-2009), se circunscribe al deseo de querer reposicionar el festival en las altas ligas y devolverle así el prestigio presuntamente perdido. La experiencia de Scarlet parece ser aquí una razón suficiente para garantizar un nuevo resplandor a un festival al que se le adjudica opacidad y olvido. He aquí un problema de diagnóstico.

En los últimos años, bajo la dirección artística de Fernando Martín Peña, la presidencia de José Martínez Suárez y un sólido equipo de programación, el festival de Mar del Plata logró reposicionarse en la comunidad cinematográfica mundial. Mal que les pese a muchos, en los pasillos de Locarno, Cannes, FidMarseille, DocLisboa, Rotterdam y otros festivales, hace tiempo que se habla más de Mar del Plata que del Bafici. “Mar del Plata está buenísimo” es un juicio frecuente.

La evidencia: cineastas tan diversos como Claire Denis, Johnnie To, John Landis, Pierre Étaix, Bong Joon-ho, Joe Dante, Paul Schrader, Albert Serra, John Gianvito, entre otros, visitaron el festival recientemente. Destacados críticos y programadores como Jonathan Rosenbaum, Jean-Pierre Rehm, Sylvie Pierre, Andréa Picard y Marco Müller también pasaron por el festival. Que ninguna estrella de Hollywood haya paseado en los últimos años por la alfombra roja no significa mucho, al contrario. La categoría A del festival no se juega en ese detalle más periodístico que artístico.

Respecto de la programación, el festival demostró un concepto plural de selección, el cual fue adquiriendo mayor coherencia en los últimos tres años. En Mar del Plata se celebraron retrospectivas de Marlen Khutsiev, Aleksei German, Masao Adachi, Alexander Dovzhenko, Kidlat Tahimik, Pierre Léon; también se privilegió el pasado del cine argentino, al proyectarse películas recuperadas y en copias nuevas, las cuales en cierta medida dialogaban estéticamente con el cine argentino contemporáneo.

Sucede que el festival había establecido un lazo entre el presente del cine y su pasado, una política fundamental para cualquier festival de cine. Es por eso que cuando en la última edición se proyectó a sala llena y en versiones restauradas en 35 mm El caballo de hierro, de John Ford, y Gente de cine, de King Vidor, acompañadas por la Sinfónica de Mar del Plata, el público que estaba en el Teatro Colón marplatense vislumbró el pretérito sentido popular del arte cinematográfico. Los jóvenes cinéfilos, los jubilados habitués del festival, los profesionales y los ocasionales espectadores intuyeron el asombro de los primeros espectadores de cine. En la era digital, esta conquista de reconstituir una experiencia es un mérito indiscutible. Todo esto se vivió en los últimos festivales de Mar del Plata; se trataba de una experiencia de una riqueza y generosidad indesmentibles, de tal modo que su público esperaba noviembre como los enamorados su encuentro del sábado.

No sabremos nunca las razones por las cuales se reemplazó la encomiable dirección de Peña por esta nueva de Scarlet; apenas se esbozó un deseo, el de volver a situar el festival en el mundo, como si el festival entrara en sintonía con un slogan propio de una reciente política de Estado que nunca se analiza con profundidad pero es tan apodíctica como la geometría euclidiana. Por otra parte, también se anunció que el festival reducirá la cantidad de películas, un criterio que fue justificado por un razonamiento válido en principio: más calidad, menos cantidad. Otra forma de analizar ese mismo anuncio resulta más antipático: se trata de un recorte de presupuesto.

De todo lo dicho hay dos corolarios posibles: una abierta extranjerización del festival y también la aplicación de un ajuste. Sobre lo primero se ha repetido un buen argumento: Argentina no sería el primer lugar en el que un festival de cine es dirigido por un extranjero. El festival de Locarno, probablemente el más cinéfilo y radical del mundo, es dirigido por un italiano y programado por un canadiense; tal vez a los suizos no les parece escandaloso porque tienen una cultura cinéfila tenue y la identidad nacional tampoco es homogénea. De los franceses no se puede decir lo mismo, aunque el interesantísimo festival francés La Roche-sur-Yon es programado por un italiano. Puede ser que esa anomalía resulte menor debido a que es un festival pequeño y también a que en última instancia el concepto de lo europeo subsume algunas nacionalidades del viejo continente bajo un sentimiento de pertenencia mayor. Aun así, ¿alguien puede imaginar el festival de Cannes dirigido por un griego o un serbio? Si mañana el director artístico de la Quincena de los Realizadores de Cannes fuera de Mali y el mandamás de la Berlinale venezolano, el mundo sería otro.

El problema con el nuevo rumbo de Mar del Plata es simbólico. El festival, que había empezado a perfilar una identidad latinoamericana (pero no latinoamericanista) y que había hallado un magnífico equilibrio entre el cine contemporáneo y su historia, es resquebrajado en su perfil por una decisión bastante insólita que habilita asociaciones con ciertas formas de gestionar la cultura. Lo peor que le puede pasar a Scarlet es convertirse en un gerente de contenidos orientado en optimizar una empresa cultural en el nombre del éxito. Su probada cinefilia es un buen signo, pero probablemente no será suficiente.

Este fue comisionado por el diario La voz del interior. Se publicó en el mes de julio y en una versión diferente. 

* Jonnhie To en Mar del Plata (encabezado)

Roger Koza / Copyleft 2017