TIERRA DE LOS PADRES: UN RECORRIDO

TIERRA DE LOS PADRES: UN RECORRIDO

por - Ensayos
05 Jul, 2012 03:04 | comentarios

Por Nicolás Prividera

1. Empecemos directamente por el principio. Tierra de los padres inicia con dos epígrafes que colisionan (como en el final de Haz lo correcto): Por un lado, Maurice Barres (“una nación es la posesión en común de un cementerio y la voluntad de contar su historia”) y por el otro, Karl Marx (“la tradición de las generaciones muertas aplasta, como una pesadilla, el cerebro de los vivos”). Se trata de dos lecturas de la Historia, a derecha e izquierda (aunque igualadas por el mismo historicismo, pese al aparente nieszcheanismo avant la lettre de la segunda). La síntesis imposible entre ambas estaría dada por una cita que no incluí (de hecho ni siquiera está mencionado su autor –significativo olvido– al final, donde se nombran abiertamente las influencias varias que pesan sobre el film): Me refiero a Benjamin y sus Tesis sobre la filosofía de la Historia. Permítanme citar aquí ese texto, porque también este está escrito bajo su poderoso influjo:

Articular históricamente lo pasado no significa conocerlo «tal y como verdaderamente ha sido», sino adueñarse de un recuerdo tal y como relumbra en un instante de peligro. (…) El peligro amenaza tanto al patrimonio de la tradición como a los que lo reciben. En ambos casos es uno y el mismo: prestarse a ser instrumento de la clase dominante. En toda época ha de intentarse arrancar la tradición al respectivo conformismo que está a punto de subyugarla. (…) El don de encender la chispa de esperanza en el pasado sólo iluminará al historiador que tenga la certeza de que ni los muertos estarán seguros si el enemigo gana. Y este enemigo no ha cesado de vencer.

Benjamin escribe esto en medio de la guerra que acabará con su vida (él mismo engrosará las filas de esa interminable legión de muertos turbados), y las Tesis son de algún modo su testamento filosófico, que se resume en la imagen de un cuadro de Klee –Angelus Novus– que para él representa al ángel de la historia: “vuelto el rostro hacia el pasado, donde a nosotros se nos manifiesta una cadena de datos él ve una catástrofe única que amontona incansablemente ruina sobre ruina, arrojándolas a sus pies. Bien quisiera detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero un huracán le empuja indefectiblemente hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras que los montones de ruinas crecen ante él hasta el cielo. Ese huracán es lo que nosotros llamamos progreso”. Benjamin reivindicaba una visión marxista despojada de teleología. Solo el incierto futuro podrá decir (en cada presente) cual es el sentido de lo pasado. Así se escribe la Historia (también la del cine).

Y Tierra de los padres asume de algún modo la perspectiva del benjaminiano ángel de la Historia (evidente en el plano secuencia final, que avanza de espaldas…), haciendo un recorrido por 200 años de historia argentina, desde las guerras civiles del XIX a la última dictadura del siglo XX (los dos momentos que encierran momentos fundacionales de un repetido fracaso, de la generación del ‘37 a la generación del ‘70), para hacer hablar a los muertos y mostrar como esa soterrada violencia aun nos interpela (desde el viejo antagonismo entre unitarios y federales, al más actual entre kirchnerismo y antikirchnerismo).2. Es difícil –al menos para mí– establecer claramente el nacimiento de una idea, como si de algún modo siempre hubiera estado ahí, esperando su realización. O al menos así lo siente uno a la distancia, aunque pueda tratar de volver a separar los elementos que al eclosionar le dieron origen: En el caso de Tierra de los padres, podría decir que la chispa fue el momento (histórico, claro) en que mis cíclicos paseos por el cementerio de La Recoleta (un lugar que siempre me atrajo, y sobre el que ya hay un apunte en mi película M) encontraron la urgencia de un sentido y el hallazgo de una forma.

-El sentido surgió al desencadenarse lo que se conoció como “crisis del campo”, que no solo fue el origen de la oposición sino el verdadero inicio político del kirchnerismo. Pero en ese entonces lo que llamaba la atención (más que los argumentos políticos para estar a favor o en contra del gobierno) era el despertar de un odio arcaico que yo no había visto más que en los libros de historia (sabido es que el agon peronismo-antiperonismo definió el siglo XX tanto como el de rosismo-antirosismo lo hizo con el XIX). De hecho, la sensación era que la Historia misma era convocada para avivar el fantasma de viejas batallas irredentas, más que para iluminar los conflictos del presente. Pero más allá de los excesos verbales e interpretativos, eso (que pros y antis llaman “el relato”) no era más que la constatación de la existencia de una lucha por la narración de la Historia, que toda voluntad de poder necesita escribir e inscribir para proyectar su hegemonía (tal como Dardo Scavino analiza en su último libro, Rebeldes y confabulados, sobre los discursos antagónicos en la historia argentina). Y es precisamente sobre esa tensión (entre “historia oficial” y “revisionismo”, entre historia e historicismo, entre pasado como iluminación del presente y presente como mera repetición del pasado) sobre la que se basa el juego de opuestos de Tierra de los padres. (Y su victoria pírrica sea tal vez el quedar atrapada entre dos fuegos fatuos, ya que desde la más superficial actualidad puede ser erróneamente leída como kirchnerista por los antikirchneristas, y viceversa…)

-La forma surgió de otro cruce: el de los films de “re-citado” (si se me permite denominar así a esa galería de películas basadas en textos explícitamente leídos o recitados) y un viejo género hoy algo olvidado (los “diálogos de muertos”). Tanto unos como otros tienen una tradición heterodoxa: Los “diálogos de muertos” se inician en el siglo II (con Luciano de Samosata) y llegan hasta el canon del siglo XX (con ejemplos notables como el Spoon River de Edgar Lee Masters). A su vez, los films de “re-citado” (Hamburg lectures, Quei loro incontri, Leyendo el libro del bloqueo) se basan en una literal relectura, apropiándose cada uno de un texto en particular.

Y aquí es donde Tierra de los padres inserta su propia apuesta, reformulando ambas tradiciones. Por un lado, proponiéndose filmar la historia de un modo a la vez distanciado y literal: Distanciado porque no recurre al canon del “cine histórico” (que en Argentina tiene su propia tradición, la del “ciclo folclórico-histórico” hoy actualizado por numerosos films) y literal porque lo hace a través de un espacio concreto, que a la vez no deja de ser fuertemente simbólico (un lugar tan particular como el cementerio de La recoleta –que concentra literalmente las “terribles reliquias” de nuestra historia, a decir de Borges– y que ejemplifica bien lo que Foucault llama “heterotopía”). Perdonen estas citas, pero el film mismo se construye en base a ellas (también en esto el film es benjaminiano): Asume la historia como cita a ciegas. Porque aunque intenta reconstruir esa historia con fragmentos –

como el ángel de la Historia- deja ver sus grietas. Las citas tienen como motivo común la interminable saga de la sangre derramada.

En suma, de lo que se trata es de releer la tradición desde la violencia (propia de toda constitución narrativa), jugando con los contrastes y la dialéctica, para hacer hablar un espacio: De eso se trata el cine, finalmente. Y en Tierra de los padres esa dialéctica histórica y política está incorporada en la puesta en escena misma, tensionada entre la fantasmal ficción de las lecturas y el impuro observacionalismo documental del –nunca mejor dicho– contexto. Pues si siempre el momento del montaje puede ser visto como “síntesis” entre guión (“tesis”) y rodaje (“antitesis”), en este caso lo es de modo literal: Se trata de hacer dialogar esas formas “puras” (documental-ficción) para obtener algo que intente superarlas, o al menos hacerlas chocar… Porque para superar una forma dada hace falta también superar sus condiciones de lectura (no digamos ya de producción), y eso ya no está en manos de un solo autor o una sola obra.

3. No se puede escapar de las determinaciones, pero se puede señalarlas. Empezando por las que aun hacen que el cine latinoamericano deba ser aprobado por la mirada europea (de los fondos de financiación a los grandes festivales). Mirada que, claro, condena a latinoamérica al realismo (“mágico” o “sucio”), para negarle lo que ellos detentan: la razón y su crítica (siendo entonces los únicos autorizados a leer, no es de extrañar que prefieran films donde lo que prima es un naturalismo lacónico y sórdido). Como sabía (y sufría) Glauber Rocha, de América latina solo les interesa el hambre (literal antes que simbólica), no el sueño (menos el de la razón que engendra monstruos). Por eso todo cine que se rebela se “suicida” (como claramente ha formulado el director del festival de Cannes).

Algo de eso vivimos en carne propia desde que esta película era solo un proyecto (cuestionado por diversos comités, que no solo dudaban de su particularidad o universalidad, sino de su misma condición cinematográfica). Y es que del lado de acá la cuestión no hace sino empeorar, porque a ese persistente asumido colonialismo cultural (que reivindica solo lo que exalta la mirada eurocéntrica) se le agrega el abismo simétrico de un populismo antimoderno y un modernismo reaccionario (dos formas conservadoras de ceguera que llevan al mismo fracaso político).

Tierra de los padres es también una crítica a esa dicotomía ciega. Tal vez por eso, nada paradójicamente, aun cuando ha sido recibida en diversos ámbitos internacionales (de Toronto a La Habana y México) ha sido dejada de lado en su propio país (en festivales públicos que responden a tradiciones diversas), a pesar de ser una película que –aunque universal en su formulación– interpela abiertamente a los espectadores argentinos. Sobre esto también se podrían formular varias hipótesis, pero se las dejo a esos mismos espectadores, ahora que finalmente pueden verla por sí mismos.

Nicolás Prividera / Copyleft 2012