THE KING OF STATEN ISLAND

THE KING OF STATEN ISLAND

por - Críticas
07 Jul, 2020 07:56 | 1 comentario
En la nueva película de Judd Apatow los limites de su poética se sienten más que en otras ocasiones debido a los materiales complejos que enfrenta, dispone y simplifica.

En la zona de confort

¿Han tenido esta experiencia? De tanto en tanto, no pueden evitar abrir el spam o las notas amarillistas que aparecen al final de algún texto de la web. La curiosidad y el morbo le ganan al buen juicio, incluso si reconoce el clickbait, la engañosa carnada que lleva a leer informes de fuentes cuestionables o de dudosísima utilidad. Mi historial está lleno de artículos como: ESTAS SON LAS CELEBRIDADES QUE PODRÍAN HABER MUERTO EL 11/9. Gwyneth Paltrow tenía una reunión en una oficina ubicada en una de las Torres Gemelas. Seth MacFarlane se perdió uno de los vuelos que impactó el World Trade Center. Mark Wahlberg decidió a último momento cambiar de destino y se embarcó hacia el Festival de Toronto. 

Las víctimas del atentado fueron anónimas, si usamos ese término para hablar de quienes están fuera de la burbuja mediática, mayormente trabajadores no esenciales, a diferencia de las personalidades del cine y los panelistas de televisión. Uno de los fallecidos de ese día de 2001 fue Scott Davidson, un bombero que fue parte de las operaciones de rescate a las personas atrapadas en las torres. Davidson se mantuvo en ese anonimato relativo, hasta que su hijo Pete entró en la burbuja. Pete Davidson es un joven comediante de stand-up, parte del elenco del show Saturday Night Live, y se hizo muy famoso por ser por un tiempo el novio de la super estrella pop Ariana Grande. Con la dirección y la producción de Judd Apatow, Davidson hizo una adaptación de su propia historia en The King of Staten Island.

Scott Carlin es un pibe de 24 años que de muy chico perdió a su padre, un bombero temerario que murió en acto de servicio. Scott vive en la casa de su mamá en Staten Island, el espejo pobre y decadente de la gentrificada ciudad de Nueva York. El joven dejó la universidad para ser tatuador, pero apenas se mueve para seguir su vocación. Pasa su tiempo con unos amigos medio pavotes que se dedican al narcomenudeo y que van a terminar en la cárcel. Scott no tiene pareja porque manifiesta tibiamente un miedo al compromiso. Toma antidepresivos, fuma porro todo el día y mira Bob Esponja para evadirse de la realidad. El relato de The King of Staten Island se mueve a medida que Scott entra en contacto con distintos personajes que lo confrontan con sus miedos, en su peripecia profesional y su búsqueda romántica. La película llega a un clímax asordinado un poco antes del final, en un tamizado acto de psicodrama en el que el personaje de Davidson pasa a formar parte de la fraternidad de una casa de bomberos (entre los que se encuentran bomberos de la vida real; uno de ellos fue compañero del padre de Davidson y otro es el gran Steve Buscemi, que volvió a prestar servicio durante los rescates del 11/9).

A esta altura sabemos más o menos qué esperar de Apatow, un director que ha admitido abiertamente en entrevistas que no tiene un particular interés por la forma cinematográfica. Apatow es un amante de la comedia norteamericana en su tradición oral y un generoso descubridor de talentos. Se sabe que usa un guion flexible y que utiliza la improvisación como método para resolver las escenas, que incorporan diálogos que se le ocurren en el momento a sus actores y actrices. Esa libertad permite que comediantes talentosos como Steve Carrell, Paul Rudd, Jonah Hill o Leslie Mann inventen bromas inspiradas y dejen el sello de sus sensibilidades humorísticas y actorales. La flexibilidad de su tratamiento probablemente también explica el ritmo interno forzado y las ocasionales incongruencias de tono en las escenas, que se hacen con fragmentos muy breves, siempre parchadas en el montaje. Más allá de las conjeturas, el tenor de las películas de Apatow nunca se desvía de un naturalismo apenas disparatado y un registro convencional, de planos y contraplanos académicos. Incluso cuando trabaja con alguien como Robert Elswit (director de fotografía de Paul Thomas Anderson), uno de los sellos de Apatow es la insipidez visual. Y los actores pueden decir lo que se les ocurra, pero están encerrados por una estructura estrecha, dictada por la posición de la cámara, que los suele limitar en sus posibilidades expresivas fuera del ámbito facial.

La película comienza con la escena más oscura de todas. Scott, conduciendo en plena autopista, acelera y cierra los ojos por un rato. Los abre justo antes de provocarle un daño serio a sí mismo o a los demás, y pide perdón, aunque nadie lo pueda escuchar. El humor negrísimo de Pete Davidson no gira solamente en torno a su trágica historia familiar, sino también a su delicada vida emocional, marcada por conflictos derivados de la depresión y un trastorno de personalidad. Su carisma se vincula a su inaudita capacidad de reírse de sí mismo; su franqueza, que expone su intimidad en carne viva; y el estoicismo con el que lleva a cuestas sus traumas mientras crece en público. Todo eso que suele exhibir de forma patética y entrañable es apenas un esbozo en The King of Staten Island, que desde aquella primera escena procede a alivianar el drama. La vida de Pete Davidson que podemos conocer por su stand-up o sus intervenciones televisivas queda coartada en el esquema de los clásicos personajes apatowianos; niños adultos que necesitan crecer, conseguir un trabajo honesto y una pareja heterosexual estable. En esta iteración de la historia, los problemas de la salud mental son superados con un poco de autoconocimiento, buena voluntad y amigos decentes con los que tomar un par de cervezas. 

La banalidad de la autoayuda es una cuestión de montaje. La cámara nunca se detiene en esos momentos de tiempo muerto en el que los sentimientos profundos pueden ser digeridos. El corte directo expeditivo que nos lleva de escena en escena no permite contemplar un horizonte emocional más amplio que el de la sitcom. La forma de la película emula esos momentos (que últimamente pueden ser días o semanas) en los que solo se busca la evasión, el click que pone en marcha la pantalla, el estímulo permanente que posterga la angustia. Davidson es cautivador como comediante porque busca el humor precisamente en la convivencia con la cruda tristeza, en una constante performance millenial de auto exhibición cómica. The King of Staten Island es su versión más anodina y tolerable. Una malograda biopic (que, en vez de exagerar los hechos reales en nombre de la ficción, los suaviza) y una suerte de historia de orígenes (como en las películas de superhéroes); la película de Apatow finaliza con el personaje de Davidson lejos de Staten Island. Su rostro recorta las figuras de los rascacielos de Manhattan. Pete Davidson está de vuelta en donde empezó la aventura que lo llevó a que alguien quiera filmar su vida en primer lugar, listo para poder volver a ser gracioso, interesante o, aunque más no sea, genuino. The King of Staten Island, que no se atreve a asomarse verdaderamente al abismo de la insatisfacción personal (ni mucho menos a buscarla fuera del mundo de la intimidad), se convierte en una precuela innecesaria de su protagonista.

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The King of State Island, EE.UU., 2020.

Dirigida por Judd Apatow. Escrita por Judd Apapow, Dave Sirus y Pete Davidson.

Santiago González Cragnolino / Copyleft 2020