THE JOYCEAN SOCIETY

THE JOYCEAN SOCIETY

por - Críticas
26 Jun, 2014 12:21 | comentarios

**** Obra maestra  ***Hay que verla  **Válida de ver  * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor

Por Roger Koza

LAS LETRAS Y LOS HOMBRES

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The Joycean Society, Bélgica, 2013

Escrita y dirigida por Dora García

*** Hay que verla

Una película hermosa capaz de retratar en pocos minutos una modalidad de relación de la literatura con la intimidad

Una afirmación para tener en cuenta, casi como la famosa inscripción en la academia platónica que prevenía que el saber geométrico era un requisito innegociable de ingreso: “Si me preguntan por la imagen de un lector, me lo imagino sentado con su lámpara en penumbras leyendo solo. Dos intimidades, la del autor y la del lector, intercambian correspondencia… Así conforman (con muchos otros) la esfera pública de los libros: estoy solo, pero no estoy realmente solo”. La extensa cita proviene de un hermoso libro de Alexander Kluge, El contexto de un jardín.

No hay ningún examen de ingreso en la “academia” de Fritz Senn, un viejo profesor de literatura que desde hace décadas se reúne una vez por semana con gente de distintas edades y no necesariamente académicos para leer Finnegans Wake de James Joyce. Ese ejercicio metódico y monomaníaco que invita a investigar minuciosamente, entre otras cosas, los setenta sentidos posibles de ciertas palabras de un solo libro durante toda una vida es la materia de The Joycean Society, el magnífico film de Dora García. Lo que podría parecer una tara compartida se revela como una especie de terapia literaria, una ascesis secular por la que un grupo de personas comunes transita por la esfera pública de los libros. Conjura sistemática del aislamiento cotidiano: ellos saben que no están solos.

En menos de una hora, García sintetiza una experiencia colectiva constituida en una práctica (de lectura). No hay ninguna explicación introductoria, apenas habrá, al final, dos intervenciones precisas y pertinentes sobre el sentido de esos encuentros. Los lectores, hombres y mujeres de distintas edades, están en una pequeña sala de una biblioteca. No son más de 10 o 12 personas. Uno de los participantes cuenta que se sienta en el mismo lugar desde 1988. Nadie parece liderar la lectura. Simplemente leen, discuten, anotan.

En principio, la película se detiene y captura el signo por antonomasia de todo ejercicio, la repetición, que no debe confundirse con la monotonía. En un contexto donde la inflación de signos de todo tipo distrae a los hombres, observar a un grupo concentrado en una tarea estética es casi excepcional. Hay algo de subversivo en la propuesta, en la medida en que hoy la intimidad se dispersa en actos comunicacionales cotidianos de gratificación narcisista conjugados con un exhibicionismo pueril.

La dedicación de estos hombres a la lectura de un solo libro lleva a pensar qué efectos tiene una práctica semejante en la intimidad. No se trata aquí de una investigación institucional con fines académicos para organizar los anémicos resultados en un paper que será leído en un congreso y luego olvidado. La experiencia del grupo, antes que intelectual, es vital. El lenguaje se vive y la literatura ya no es solamente una distracción del intelecto sino una forma de vida, accesible a cualquier tipo de sujeto. Es la tesis que amablemente enunciará en el epílogo el propio Senn: “Quizás leer Finnegans Wake es un sustituto para las personas que normalmente no tiene mucho éxito en la vida… La cultura es una especie de sustituto de placeres que a algunos nos son negados por diversas razones”.

The Joycean Society empieza con la preparación de una sesión de lectura y discusión. Antes de que empiecen, García matiza el microcosmos del salón con un par de planos de una estatua de Joyce cubierta de nieve. Serán los únicos planos abiertos y al aire libre de la película, lo que funciona como un elegante contraste dialéctico entre el exterior y el interior, lo frío y lo cálido, la naturaleza y el espíritu. Es el único signo, aunque difuso, que remite a una geografía. Las sesiones tienen lugar en la Zurich James Joyce Foundation. El otro elemento exterior no se ve pero se escucha: el sonido de las campanas de la iglesia de San Pedro, que parece marcar el comienzo y el final de las jornadas de lectura.

La naturaleza de la lectura es obsesiva y lúdica. Hay varios pasajes humorísticos (uno incluye un chiste sobre el Papa argentino), pero el centro cómico del film pasa secretamente por detectar el carácter delirante de toda exégesis. Los intérpretes intentan descifrar el sentido de cada neologismo joyceano y surgen hipótesis que lanzan al lenguaje a una zona de inestabilidad semántica, vecina a la fuente de lo cómico. La risa es a veces la respuesta al constatar el envés del sentido. Joyce quiso agotar el vocabulario, extenuar su propia lengua para avizorar el instante en el que el lenguaje ya no es un código sino un acontecimiento: el paso por la paradoja, el absurdo y la aporía es tan inevitable como cómico.

El cine no es literatura por otros medios, tampoco teatro fotografiado o ilustración literaria. Por eso son importantes aquellas películas que proponen una relación inconmensurable entre la literatura y el cine, o simplemente muestran las diferencias. En Cornelia frente al espejo, Daniel Rosenfeld materializa tímidamente en imágenes la literatura como espacio subjetivo; Alain Resnais filma en Providence las asociaciones en el interior del cerebro de un escritor. García consigue retratar los efectos de un libro en la intimidad de un grupo. La cámara como testigo del paso de la literatura a la vida.

Esta crítica fue publicada en otra versión por la revista Ñ en el mes de mayo 2014

*Aquí se puede leer una entrevista con Dora García que tuvo lugar en abril de este año.

Roger Koza / Copyleft 2014