LAS ENTREVISTAS DEL BAFICI 2014 (02): DE LA CONSOLACIÓN DE LA LITERATURA

LAS ENTREVISTAS DEL BAFICI 2014 (02): DE LA CONSOLACIÓN DE LA LITERATURA

por - Entrevistas, Festivales
06 Abr, 2014 06:41 | comentarios
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The Joycean Society

Por Roger Koza

The Joycean Society, la nueva película de Dora García, es una película experiencia. Su metraje no alcanza la hora de duración, pero en ese breve lapso de tiempo la directora consigue transmitir una práctica insólita: un grupo de personas leen hace décadas un libro. Sí, solamente un título, una obra singular y tal vez inacabable: Finnegans Wake de James Joyce, libro que pretende –como se dice en un pasaje del film- agotar la experiencia misma del lenguaje, como si su último objetivo consistiera en demostrar la agonía del verbo.

García jamás subraya, tan sólo registra una experiencia y eso basta para maravillarse. Leer no es aquí necesariamente interpretar. En Joyce, leer es asociar, adivinar y abandonar toda certeza. Se trata de una literatura de la indeterminación, y en este sentido, el film sugiere los beneficios de una aventura intelectual en la que no existe esperanza alguna de descifrar el último sentido de un texto.

Lo que sí es posible verificar en esta hermosa película es cómo un ejercicio sistemático y a la vez libre puede alterar la vida de los practicantes. Más allá de Joyce, la película de García identifica el valor de una práctica que se sostiene a lo largo de toda una vida. En tiempos en el que la distracción es la regla, los practicantes joyceanos constituyen una tribu a contramano de la obediencia de las multitudes; he aquí a un grupo de rebeldes anónimos y pacíficos que encuentran en la literatura una forma de vida, una consolación pragmática y secular.

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Dora García

Roger Koza: ¿Cómo conoció a este grupo de estudio y cómo fue que se le ocurrió hacer una película de esa práctica tan peculiar de leer solamente un libro de Joyce?

Dora García: Estaba en Trieste en el 2010 haciendo otra película, The Deviant Majority, en el ex-hospital psiquiátrico de Trieste. Me encontré en Trieste con una estatua de Joyce (de repente, en un puente), y con el museo Svevo-Joyce (que es a donde parece dirigirse la estatua). Me compré allí un libro, Ulisses nació en Trieste, de Svevo. En el siguiente viaje me puse en contacto con Joyce Summer School en Trieste y ellos me hablaron de Fritz Senn y del grupo de lectura en Zurich; les estaban esperando -pero yo me tenía que ir ya. En el primer viaje a Zurich que hice me fui a verlos; Fritz Senn me abrió la puerta y tras dejarme ver la biblioteca me preguntó si estaba interesada en los talleres de lectura. Cuando asistí a una de las sesiones de lectura del Finnegans Wake sentí por primera vez en mi vida que pertenecía a un grupo. De modo que tenía que hacer la película.

RK: Hay una decisión muy inteligente por parte suya de no dar demasiadas precisiones sobre quiénes son los lectores. Tampoco sabemos muy bien en dónde están. De a poco aprendemos que algunos miembros se reúnen hace años, mientras otros, más jóvenes, probablemente recién se han unido al grupo. ¿A qué obedece esta decisión de puesta en escena de retener información?

DG: Nunca pensé en hacerlo de otro modo. Creo que la explicación de esto es que yo no vengo del cine ni del documental, sino de las artes visuales, el arte contemporáneo -las películas a las que me he acostumbrado no dan ningún tipo de explicación: Warhol, John Smith, Jack Smith, Michael Snow, Babette Mangolte, Chantal Akerman… he crecido en un ambiente en el que nadie da explicaciones.

RK: ¿Por cuánto tiempo filmó las sesiones?

DG: Grabé el sonido de siete y filmé tres. Asistí a nueve.

RK: Algunos planos pueden resultar ligeramente “desprolijos”, al menos para cierta ortodoxia que espera de un film simetría y orden. Tengo la impresión de que la cámara en ciertas ocasiones se mimetiza con los propios movimientos de la escritura de Joyce.  ¿Los movimientos abruptos del registro son azarosos o fueron conscientemente planificados?

DG: Responden a las circunstancias del rodaje, mis propias decisiones, y al carácter del cámara, me temo. Las circunstancias del rodaje son: un lugar muy pequeño, sin espacio para colocar el trípode de la cámara, y relativamente muy poca luz- mi deseo de utilizar el mínimo aparato cinematográfico, mi decisión de que el cameraman se situase «entre» los lectores- y el carácter del cameraman Arturo Solís, especializado en guerrilla TV.

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The Joycean Society

RK: En un inicio, hay una trabajo dialéctico entre el exterior y el interior: una estatua de Joyce en la intemperie contrasta con la sala de lectura. El frío y la nieve por un lado, el interior acogedor entre libros por el otro. La película abandona en cierto momento el exterior y se concentra enteramente en lo que sucede en ese recinto. ¿Qué buscaba con este contraste, si es que buscaba algo?

DG: La muerte (La nieve, en The Dead, la nieve en el cementerio de Fluntern), la caída (Cómo probar que alguien está muerto, en la historia contada en Finnegans Wake, está muerto hasta que lo rocían con whisky), la supuesta consciencia de Joyce más allá de la muerte, su deseo de mantener una línea telefónica entre la tumba y sus estudiosos, por 300 años- la incredulidad de su hija Lucía, a la que iba a visitar cuando le sorprendió la muerte en 1940: «mi padre no está muerto, sigue vigilándonos bajo tierra», pero también el estudioso de Joyce que se niega a entrar en la comunión del grupo («You should not fall for it!») – todo esto es el «otro lugar exterior» que se opone al interior del Zurich James Joyce Centrum, donde llevan treinta años leyendo el libro, y donde se han convertido en ese personaje MAMALUJO del Finnegans Wake, los cuatro, los doce.  Las campanas unen los dos lugares.

RK: Hay una sola instancia donde uno de los miembros expresa con precisión a qué obedece el objetivo comunitario. Hombres y mujeres comunes pueden acceder a una obra extraordinaria de la literatura y a su vez resignificar sus propias vidas. El entrevistado cita a Freud. Es evidente que para usted es importante la secuencia por el lugar que ocupa en la totalidad del film. Es la conciencia de una práctica. ¿Lo ve así?

DG: En la película se cita dos veces a Freud- la primera, cuando se afirma la identidad del apellido Freude/ Joy – the slip of the tongue, tan Freudiano y tan Joyceano, Freud y Joyce como Jekyll y Mr Hyde, y la segunda la afirmación de que es la lectura del texto la que mantiene no solo el sentido del texto, sino también el sentido de la vida (de los lectores). Aunque no me gusta teorizar demasiado, para mí es muy clara en la película la idea de que «el subconsciente está estructurado como un lenguaje y este lenguaje nos es impuesto, es el lenguaje de otro».

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The Joycean Society

RK: Quería preguntarle por algo que cada vez que veo el film me conmueve profundamente: la campana que suena al final de la sección de lectura que a su vez clausura el film. Es un momento en el que se sugiere una dimensión ascética sin por ello abandonar el espíritu secular de ese estudio y de esa práctica. ¿La campaña es real? ¿De dónde proviene? Por otra parte, hay algo en lo que usted filma como si se tratara de dar cuenta de una suerte de resistencia por parte de esos lectores, que se desmarcan de una existencia definida solamente por una tarea laboral. Hay aquí una vía de ascesis secular, una invención de la identidad a través de la lectura. ¿Cómo ve este señalamiento?

DG: La campana es muy real -las campanas. El Zurich James Joyce Foundation está en Augustinergasse y las campanas vienen de la iglesia de San Pedro y de los cientos de iglesias que hay en Zurich, que dan la hora sin parar, cada quince minutos. Al inicio de cada sesión de lectura, abren la ventana y se escuchan las campanadas de las siete de la tarde, que duran una eternidad. Se comienza a leer una vez que se callan las campanas; se cierran las ventanas y con el cierre, el resto de los cuartos de hora se hace soportable. Es Suiza, todo está lleno de relojes. Pero esta medición maníaca del tiempo sirve de bien poco, deja de ser útil, de contribuir a la eficiencia, cuando las campanas son escuchadas por un grupo de personas que leen el mismo libro desde hace treinta años. Las alusiones al tiempo son continuas en la película “Estoy sentado en este lugar desde 1988”. «40 años es algo reciente para mí”. Como el MAMALUJO de Finnegans Wake, es muy posible que el mundo deje de existir si dejan de leer el libro. Y no olvidemos que «el libro» es también un personaje en Finnegans Wake.

Roger Koza / Copyleft 2014