EL SILENCIO DE LOS INOCENTES

EL SILENCIO DE LOS INOCENTES

por - Varios
25 Nov, 2018 11:28 | Sin comentarios
A propósito de la ceremonia de clausura de la última edición del Festival Internacional de Mar del Plata.

En el momento menos pensado, el diablo metió la cola. Como las tormentas que sus emisarios suelen invocar, presuntamente imprevisibles e indomables, sobre el anacrónico teatro Auditorium de Mar del Plata cayó, el pasado 17 de noviembre, un rayo de mezquindad antidemocrática que enmudeció a todos los ganadores en la ceremonia de premiación del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Los objetivos fueron evidentes: proscribir la palabra, despreciar la felicidad de muchos y mancillar el compromiso de quienes pusieron cuerpo y alma para que un importante número de personas pueda hacer una experiencia con el cine que la cartelera les niega. Así, después de una semana, tras una edición histórica y magnífica del festival, de lo que se discute en nuestro país e incluso en el extranjero es del flagrante acto de censura que se vivió en la clausura.

Todo empezó con silbatinas y abucheos. El exministro de Cultura de la Nación, Pablo Avelluto, ahora apenas secretario de esa cartera debido a la devaluación de su pretérito ministerio, dio un discurso extemporáneo sobre los presuntos logros del sector audiovisual. La razón por la cual los funcionarios eligen este evento y otros de la misma índole evidencia el poco sentido de ubicación que ostentan. Las tensiones que el gobierno actual y los directivos del INCAA tienen con distintos sectores de la comunidad cinematográfica han sido manifiestas desde que empezó la administración del presidente Macri y sus previsibles recortes a las actividades culturales. Era de esperar que un encuentro asimétrico y forzado en el inicio del festival no iba a incentivar el entendimiento.

En verdad, el clima de censura venía de antes. Las declaraciones de Benjamín Naishtat sobre la situación del cine argentino en septiembre de este año, cuando este recibió uno de los tres premios que cosechó Rojo en el Festival de San Sebastián, no había causado ninguna gracia en los despachos jerárquicos del INCAA. Unas pocas horas antes de que largara el Festival de Mar del Plata, Lorenzo Ferro tomó la estatuilla que recibió por su labor en El ángelen los premios Fénix y se pronunció contra los presidentes Trump y Macri, empleando la jerga lacónica que un reconocido periodista popularizó en su programa dominical. Frente a estos antecedentes, la retórica de la pluralidad de voces a la que se remiten muchos de los funcionarios actuales se transformó en un slogan mal aprendido de un viejo texto de Richard Rorty.

Quien haya asistido a cualquier festival internacional de cine habrá constatado que el lugar que tienen los funcionarios de los gobiernos de turno es menor en los protocolos de las ceremonias de apertura y que el discurso político está más orientado a identificar temas candentes y acuciantes; las exposiciones de inventario de logros de una administración no tienen ningún asidero, porque la madurez democrática de un gobierno se mide por la voluntad de permitir la existencia de un evento cultural sin apropiárselo y sin utilizarlo para fines ajenos a este.

La respuesta del secretario Avelluto ante la desaprobación de sus dichos en la ceremonia fue recordarle altivamente a la audiencia que en tiempos democráticos solíamos escucharnos unos a los otros.. Nadie sabe quién dio la orden de cerrar los micrófonos en la ceremonia de clausura de Mar del Plata, lo que enmudeció a todos los ganadores tanto para agradecer, como para decir lo que se les plazca. La carta abierta firmada por los cinco miembros del jurado (Andrei Ujica, Valerie Massadian, Luis Miñarro, María Alché y Maria Bonsanti) y publicada en Facebook deja entrever que la actual directora artística del festival, Cecilia Barrionuevo, como también todo su equipo de trabajo, no tuvieron nada que ver con la decisión, sino que estos, en cierta forma, también se vieron imposibilitados a cuestionar públicamente esta orden. A quien dio las instrucciones para que reine el silencio en el Auditorium es menester recordarle que la censura remite directamente a tiempos antidemocráticos, y que el disenso es la base de sustentabilidad simbólica de la conversación democrática.

En los festivales de cine de todo el mundo, incluso hasta en las fiestas suntuosas de la industria del cine, la libertad de expresión de los ganadores es una regla de oro. Basta recordar a Vanessa Redgrave y su discurso al recibir un Óscar por Julia en 1978,a Godard, Truffaut, Malle, Polanski y otros intervenir el Festival de Cannes en 1968, o al recientemente fallecido exdirector de la Viennale Hans Hurch, capaz de despotricar contra el gobierno de turno y sus patrocinadores en las ceremonias de apertura y clausura del festival de Viena, sabiendo que el ejercicio de su libertad de pensamiento no ponía en riesgo su puesto de trabajo.

Los enemigos de cualquier sociedad abierta gozan obscenamente con administrar los puntos de vista, apartar discretamente a los disidentes y en ocasiones apagar los micrófonos para que reine una paz conquistada por la fuerza. El silencio ubicuo de aquella anoche fue un síntoma de una posición política, no una mera tontería, como deslizó un histérico guardia de la república vinculado al mundo del cine. Lo que no sabemos de todo esto permanece en fuera de campo, allí donde el poder decide, entre otras cosas, quién y cuándo puede hablar.

Este texto fue comisionado por el diario La voz del interior y publicado en el mes de noviembre de 2018

Roger Koza / Copyleft 2018