EL SILENCIO ES UN CUERPO QUE CAE

EL SILENCIO ES UN CUERPO QUE CAE

por - Críticas
18 Nov, 2018 02:53 | Sin comentarios
Un filme sobre el deseo, una notable ópera prima.

UNA HISTORIA DE DESEO

Una cierta tendencia verificable en los documentales argentinos es la obstinación por parte de los directores de creer que la propia historia familiar tiene una transcendencia que excede el amor personal por sus seres queridos y la eventual cuota terapéutica que a menudo estos films transmiten. Que un hombre o una mujer tome una cámara en vez de recostarse en un diván es una decisión legítima, pero no por eso un intento de esa naturaleza transforma la recolección de imágenes domésticas en una película. La inmediatez sensible que se tiene de la familia puede convencer fácilmente al cineasta de que el conocimiento directo que detenta sobre su materia lo posiciona en una situación inmejorable. No es fácil encontrar un tema para filmar, la cuestión familiar es un tópico posible y la mayoría de los cineastas suelen optar por filmar lo que conocen.

Sin duda, la institución familiar no carece de interés, porque ha sido desde tiempos inmemoriales el primer modo de hacer experiencia del mundo. En esa esfera afectiva y lingüística se aprende a describir, discriminar, aceptar y desdeñar; también se aprende a elegir y, lo que es todavía más decisivo, a desear. La extraordinaria ópera prima de Agustina Comedi es sobre todo un film sobre el deseo y su historia en coordenadas muy precisas: la vida de un hombre que vivió en Córdoba, fue militante, más tarde abogado, amó a un hombre, después tuvo una familia y murió en un accidente insólito. Ese hombre es el padre de la directora y, si bien El silencio es un cuerpo que caepuede haber sido espiritualmente edificante para Comedi, el film trasciende la novela familiar para devenir en un retrato de los límites de la imaginación moral de una sociedad específica.

El silencio es un cuerpo que cae, Argentina, 2017.

Escrita y dirigida por Agustina Comedi

El 10 de enero de 1999 Jaime tiene un accidente, que se ve en el propio film, porque tenía la costumbre de filmar todo el tiempo. Con su videograbadora registraba los onerosos viajes familiares por Europa, por Estados Unidos y algunos por África; también ponía especial atención a las fiestas familiares. La escena de su muerte es tan ordinaria como cualquier video familiar de la época: un día de campo, amigos y peones, un asado, música y baile, juegos propios de la vida rural conforman la escena. La trágica resolución es solo el puntapié de una genealogía de la moral familiar y epocal, pues aquí la historia familiar es la materia simbólica de algo mayor.

Ese momento es clave para Comedi, que ese mismo día, a los 12 años, había filmado por primera vez con la cámara de Jaime; un poco después, un hombre, uno de los tantos amigos que no conocía de su padre, le hizo saber que el día que ella había nacido su vida había cambiado para siempre. De 1999 a 2017, los años, inevitablemente, se han acumulado; Comedi trabajó sobre los silencios y las omisiones de la historia paterna dándole así una visibilidad y una sonoridad donde se despliegan los discursos pretéritos sobre los placeres posibles y las obligaciones sociales ineludibles, que aún hoy, sorpresivamente, tienen vigencia. Que algunos entrevistados hayan decidido no salir en el film y solo prestarse a dar testimonio con su voz es una indicación de que no confían aún en la presunta aceptación de la homosexualidad como una de las tantas formas de expresión del deseo. ¿Vergüenza? ¿Temor? Algunas noticias regionales recientes y algunas afirmaciones en la discusión pública en nuestro país justifican la cautela.

La memoria es una operación de montaje. Los recuerdos, como los planos, se asocian siguiendo una lógica inestable pero inevitable. Significar no es otra cosa que relacionar episodios o signos en un relato (contingente) que confiere sentido a lo que se recuerda y siente. Comedi trabaja de la siguiente manera: tras revisar lo filmado por su padre selecciona los desvíos del centro narrativo de cada video para rastrear la historia del deseo (del padre). Un buen ejemplo del procedimiento se observa en una visita al zoológico de Córdoba que Jaime ha registrado. Alguien explica a los niños la conducta del felino en cuanto a la relación de competencia entre los machos por las hembras. La escena pasa y luego se repite para extraer y retener el peso de la palabra como forma de normalización de las conductas sexuales. Lo mismo sucede con los fragmentos de una visita a Disney en los que Comedi detecta el refuerzo narrativo permanente del espectáculo para vindicar el mito del amor romántico. A los videos de su padre se suman testimonios de familiares y amigos, ya de su autoría, y también algunas recreaciones de situaciones que remiten a la juventud de Jaime y cuyas texturas son propias del 8mm, evocando así una época. Hay aquí una inteligencia formal ostensible, en tanto que se mantiene el aspecto dimensional de 4:3 entre los tres registros y se sugiere, además, una expresión material del archivo fílmico y de video, propios de las dos décadas que abarca el film.

En el epílogo, la voz en off de la directora, siempre bien dosificada y exacta, dice: “Un psicólogo le dijo a Jaime que su condición podía ser revertida. Porque él no era homosexual, homosexual. Era un poco homosexual. Tenía un porcentaje alto, pero no absoluto, de homosexualidad en sangre”. La temeraria afirmación del profesional resulta anacrónica, hasta que Comedi agrega una más reciente de una psicoanalista sobre su propio deseo sexual: “Bisexual: Usted nunca será feliz. Vivirá toda la vida dudando entre una cosa y la otra”. Ambas afirmaciones se escuchan mientras se ven varias secuencias de una doma de caballos. Los jinetes deben vencer la terca resistencia del instinto de los animales que luchan para no someterse a la acción de sujeción del amo. Este pasaje glosa la batalla simbólica del film, ceñida a exponer en un caso singular, el de Jaime, cómo el orden simbólico de una época delimita el deseo y produce tanto sus propias transgresiones como el irrevocable acatamiento de ciertas reglas del decoro.

Hay otro momento notable, magnífico por su poder de síntesis y por la infinita tristeza que encierra la verdad que se enuncia. Es cuando Comedi incluye la foto del casamiento de sus padres. Revelación contundente, porque allí se constata la ley y su excepción, y un régimen del discurso (sexual): en esa foto, entre todos los presentes, está Néstor, ese hombre misterioso, el obstetra, que murió un día antes que Freddie Mercury y por la misma enfermedad, ese hombre que amó a Jaime y que pudo comprender que para este el deseo de ser padre era acaso más vital que el de estar con otro hombre. Hoy, quizás, ambos deseos puedan coexistir abiertamente ante los ojos de los otros.

*Esta crítica fuer publicada por Revista Ñ en el mes de noviembre de 2018