SIEMPRE GANA EL SISTEMA

SIEMPRE GANA EL SISTEMA

por - Ensayos
15 Jun, 2010 11:30 | comentarios

Haneke, Campanella, Trapero, y la moral(eja) del cine (negro)

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Por Nicolás Prividera

La moral(eja) del policial negro bien podría reunir a films recientes tan heterogéneos como La cinta blanca, El secreto de sus ojos y Carancho: Y no sólo por el notorio influjo temático del género (con su retrato ejemplar de sociedades ominosas regidas por una violencia asordinada), sino a su misma existencia como ejemplo modélico de un mundo (del cine) en que siempre triunfa el sistema (financiero internacional). Y el dilema no es tanto ese homogéneo condicionamiento (de “autores” regidos por esa “política”), como su negligente oposición (basada en una “diferencia” entre cine mainstream e independiente que también se ha convertido en parte del sistema, ya que está tan codificada como la de cualquier género y muchas veces no entraña más que una mera distinción de mercados…), lo que no deja de ser otra constante de la novela negra, que tiñe la realidad con la lógica de la conspiración y el secreto. Veamos:

1. SECRETO BLANCO

Tras la ceremonia de entrega de los Oscar, Haneke se acercó a saludar a Campanella y le dijo que había sido un honor competir con él. No sabemos que le sedujo de El secreto de sus ojos (aunque podemos intuir algo en esa crueldad final, tan propia de su cine), pero al menos podemos suponer -más allá de los elogios que el argentino le dedicó a su vez- qué le criticaría Campanella a La cinta blanca (esa fría deconstrucción del clasicismo). La Palma de Oro y el Oscar, dados a uno y otro (como representantes de órdenes diferentes, aunque Haneke haya sido postulado para el Oscar y Campanella esté excluido de aspirar a la Palma de Oro…) confirman ambas intuiciones, y ayudan a pensar en sus respectivos modelos, europeo y norteamericano (cuya base común es el cine clásico):

Podría decirse que tanto La cinta blanca como El secreto de sus ojos se basan en la forma clásica del policial (o el policial como modelo de la forma clásica), para revisarlo desde la modernidad (ya que ni Haneke ni Campanella –con todas sus diferencias- condescienden a la posmodernidad), aunque con estrategias divergentes (pero igualmente arteras): uno deconstruye y el otro reformula… Y si bien ambas propuestas son dos formas posibles de evitar la mera repetición, ambos films no dejan de caer en su propia trampa dramática (que la centralidad del enigma siempre deja abierta), ya que la paciente dosificación de pistas que llevan hacia la resolución termina siendo complaciente con el espectador, sea por catarsis o distanciamiento (igualados en el mecanismo culpable que es la coartada y condena del género: el autor es el acusado). El evidente centro de ambos films es el secreto, que afecta a toda una comunidad (y remite directamente al rol de los “espectadores”), pero en La cinta blanca la falsa irresolución del enigma (que encubre un juicio “historicista” sobre el origen del nazismo) es más tranquilizador que la falsa resolución de El secreto de sus ojos (cuyo final se abre hacia un futuro incierto más que cerrarse en un pasado resuelto).

En ese sentido (como lo demuestra la notable polémica que provocó), el film de Campanella resulta al fin y al cabo mucho más perturbador que el de Haneke (para incomodidad de muchos críticos que sólo detestan las divisiones tajantes entre buenos y malos en las películas, pero no en sus reseñas…), porque si ambos films remiten (en su indagación de los orígenes de la dictadura) al “huevo de la serpiente”, La cinta blanca encierra su sádica moraleja en la palmaria rigidez de un pastor autoritario (como si Haneke no pudiera evitar esa comunión con uno de los malos de la película), mientras que El secreto de sus ojos hace chocar sus irreconciliables finales a puerta cerrada (como si Campanella no pudiera evitar asumir que el final feliz no es más que una convención, atroz o banal).

Haneke juega con el enigma a través de una eficiente elisión (cuya forma privilegiada es el ya canónico uso del “fuera de campo”) que deja el final falsamente abierto para que el espectador lo complete y cierre desde la pura exterioridad de su buena conciencia (porque si en un film como Cache esa pregunta se volvía contra el espectador, en La cinta blanca se convierte en un mecanismo narrativo tan vacuo como la serialidad de Lost). Campanella, en cambio, al menos muestra las cartas desde el principio (como un mago confiado en su gran truco clásico): el relato tensa las cuerdas de los géneros en varios tonos, sin que su laboriosa construcción se pierda en la cita o la parodia (como en el neobarroco posmoderno), y al hacerlo se sobrepone al puro retro sin abjurar de la modernidad (aunque no sin nostalgia), a pesar de que el doble final parezca (y tal vez sea) otro modo de defección: algo que el personaje de Darín (construido de film en film, a pesar suyo) no deja de sugerir.

2. CRIA CARANCHOS Y TE COMERÁN LOS OJOS

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Campanella creó con Darín (a partir de la trilogía previa a El secreto de sus ojos) una suerte de Doinel argento al que otros directores le suman apuntes y reversiones (sobre todo Bielinsky, quien en sus dos films dejó de lado la ambigüedad para sacar a relucir lo más oscuro del actor-personaje). Algo de eso sucede con Carancho (inevitablemente contaminada por la intensa visión previa de El secreto de sus ojos y la sombra del cine de Bielinsky), donde la bifronte máscara de Darín se hace más lóbrega, al dejar de lado la simpatía del antihéroe ocasional para sumergirse en la biliosa aspereza del culpable sin retorno (es decir, al sumergirse en lo más negro del policial). Trapero retoma esa deriva oscura del personaje propia de Bielinsky, pero devolviéndole a la vez la redención de Campanella (lo que puede verse, ante todo, en el modo en que Carancho y El secreto de sus ojos piensan el amor como último refugio).

Lo que separa a ambos films son más bien las tácticas: Campanella tiene como modelo al Hollywood clásico (aunque en la visión agridulce de Wilder), mientras que Trapero recurre al noir a través del eclectismo del “international style” (en su modelo más cercano al mainstream: planos a lo Scorsese en Bringing out the dead, uso del digital nocturno a lo Mann en Colateral, planos secuencia a lo Cuaron en Children of men). Pero más allá de estas visibles diferencias, ambas tácticas confluyen en una estrategia convergente: la persecución de una mayor popularidad, sea a través de un “cine popular de calidad” (más cercano al mainstream) o un “cine de calidad popular” (más cercano al cine independiente). Esa búsqueda no implica en ningún caso una renuncia a lo “independiente” (cuando no se lo usa como mera excusa diferenciadora de un mainstream ante el que sin embargo se rinde sin pelear), sino una aceptación de que el cine independiente (sobre todo el de producción industrial) no puede sostenerse por fuera del mercado (y si lo hace, aun así no lograría sobrevivir fuera del sistema de fondos y festivales).

En última instancia, cineastas como Trapero y Campanella (y Haneke) logran ser “independientes” en tanto encuentran el modo de pactar con el sistema. La diferencia es que a Campanella se le critica lo mismo que se le elogia a Trapero (una vez más: aplicando el doble estándar), cuando ambos son igualmente “cerebrales” en sus estrategias (a pesar de que los críticos suelan reservar ese calificativo para cineastas como Martel, o el mismo Haneke). Una visión menos maniquea sería capaz de ver, entonces, que las diferencias son mucho más complejas que la facilista división entre cine “industrial” e “independiente”: Campanella es independiente en Hollywood e industrial en Argentina, y lo mismo podría decirse de Trapero… Por tanto, el cine “independiente” es una categoría difusa (a la que se puede aspirar en tanto no se adapte completamente la narrativa hollywoodense) y básicamente inestable (siempre amenazada por el sistema, sea por asfixia o por cooptación).

Porque el problema de fondo es el mercado globalizado (del que Cannes es un ejemplo mucho mejor que Hollywood, con su mezcla milagrosa de mainstream, auteur de qualité, y «vanguardia»): Mientras que en USA siempre mandó el mercado y los directores aprendieron pronto a hacer su «política» en las sombras, en Europa y el resto del mundo ni siquiera el llamado cine independiente puede hacer la diferencia y prescindir de toda financiación (salvo en casos excepcionales, que muchas veces -claro- ni siquiera llegan a los festivales, no digamos ya a las pantallas…).

Pero más allá de esta falsa dicotomía, tal vez el futuro del cine esté siendo resguardado fuera de ese sistema de financiación y exhibición, a través de muchas películas (literalmente “independientes”) que ni siquiera conocemos y que quizá -solo quizá- alguien descubra tras largo tiempo, como un tesoro perdido (aunque para entonces su lugar sea, definitivamente, el museo…). Esa ética del perdedor también es propia de la novela negra: Siempre gana el sistema, pero los héroes anónimos demuestran su valor dando lo que para otros no es más que una batalla perdida.

Fotos:1) Haneke y Campanella; 2) Trapero

Nicolás Prividera / Copyleft 2010