PLAYING MEN

PLAYING MEN

por - Críticas
06 Ago, 2021 11:58 | comentarios
Una hermosa película sobre hombres y reglas en clave popular y cinéfila.

Las reglas del juego

Llega un momento en que el aprendizaje de una regla se olvida porque la aplicación y su concomitante obediencia la inviste en el tiempo como hábito y así la desliga de su posible contingencia. Una evidencia: las reglas son heterogéneas. Las del método científico no son las mismas que las del fútbol, como ninguna de estas tienen que ver con las reglas monásticas de una congregación benedictina, las reglas del mercado de valores o las famosas reglas para la dirección del espíritu de René Descartes. De esta observación se puede advertir que la exigencia por cumplir con las reglas depende del contexto de su aplicación.

Entre los felices placeres que depara darle una hora de nuestro tiempo a Playing Men está la satisfacción de corroborar el empleo lúdico de las reglas. Los juegos no necesitan revestir las reglas que los ordenan como revelaciones que se imponen a la razón; tienen, misteriosamente, el mismo encanto que las comedias: permiten aceptar los errores y las contingencias, percibir el azar como una valencia de lo inesperado y tomar a la ligera las reprimendas. Cuando el juego es visto como juego el compromiso ante este no disminuye, pero sí deja entrever que en toda regla hay un trasfondo lúdico. Si algo de todo esto es posible de intuir en la segunda película de Matjaž Ivanišin, es porque los juegos competen a los adultos y no a los niños. En ese matiz etario reside el secreto.

Se podrá objetar que la película croata es en verdad algo más que un clarividente examen del juego en la vida de los hombres. Es indesmentible que el punto de vista elegido atañe al mundo masculino; es por eso que Playing Men reúne amablemente las reglas implícitas que erigen la masculinidad. El valor absoluto de la competencia es representado con la piedad necesaria para sugerir la limitación de ese paradigma y también su vigencia. Los luchadores de distintas categorías que se ven el inicio con sus cuerpos ungidos por un aceite pegajoso son capaces de llorar ocultando su desconsuelo cuando pierden la contienda; detrás de los forzudos anida un niño acongojado. Lo mismo puede advertirse cuando varios jóvenes demuestran velocidad física y alerta mental al participar del ancestral juego llamado “morra”, donde se combinan las operaciones matemáticas con los movimientos de las manos y los gritos nacidos de las entrañas. El deseo de vencer existe, nadie acepta perder, pero al mismo tiempo se reconoce que es solo un juego. Hay otros juegos tradicionales que se añaden al inventario de Ivanišin: algunos delirantes como aquel que tiene a un queso regional de Italia como elemento organizador; otros pocos atractivos, como el lanzamiento con piedra.

Cuando la película pasa más de la mitad de su duración, un personaje nocturno que está apoyado en el mostrador de un bar mira a cámara y avisa que el director no sabe cómo seguir con la película. A esa altura, Ivanišin ya ha demostrado un sentido magnífico del ritmo y la sorpresa, desparpajo para organizar su relato, un respeto ubicuo frente a las tradiciones populares que están asociadas al juego y un conocimiento de las reglas del cine con el cual puede tomar distancia de las convenciones poéticas sin extraviarse en ningún momento. Que el personaje confiese la zozobra del director es más bien una broma pertinente para prodigar una pausa cómica y preparar al espectador para la gloria de los últimos 15 minutos. 

El deporte elegido ahora es el tenis. Ivanišin y un amigo recuerdan en una cancha de ese deporte la proeza de un tenista croata en Wimbledon en 2001. El gran sacador Goran Ivanišević había llegado por invitación al torneo, pues no tenía el puntaje suficiente para participar. Nadie podía haber previsto que sería el campeón. Un nadie ante los consagrados. Los dos amigos comienzan a recordar el último partido y el último game que coronó a su compatriota. El procedimiento estético es notable: el mítico partido no se ve, pero sí se escucha la transmisión. El amigo de Ivanišin repasa el saque, una doble falta, la última jugada. La pausa del relato es extraordinaria, porque lo tiñe del mejor suspenso, y se apoya con gran inteligencia en el fuera de campo: la voz del personaje habla desde y en el presente, pero el sonido de aquel partido impregna lentamente la escena.

Esa evocación dialéctica entre el pasado y el presente establece un hilo secreto entre la memoria de los dos personajes con la de todo un pueblo. En el momento exacto, Ivanišin introduce imágenes de archivo de la llegada de Ivanišević a su país tras haber ganado el torneo. Lo que se devela en ese pasaje es la irrupción enigmática en la que todos los individuos de una nación, sin dejar de ser quienes son, sienten que el propio yo es un desprendimiento de un todo sin nombre. No faltará quien observe esa secuencia como una ilusión de felicidad colectiva. Sin embargo, los planos no mienten: el pueblo existe y festeja. Y todo esto culmina con una invocación al hermoso cine masculino de Howard Hawks.

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Playing Men, Croacia-Eslovenia 2017.

Escrita y dirigida por Matjaž Ivanišin.

*Publicado en Revista Ñ en el mes de julio de 2021

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