PASAJES A LA INDIA

PASAJES A LA INDIA

por - Ensayos
25 Feb, 2009 01:20 | comentarios

A PROPÓSITO DE SLUMDOG MILLIONAIRE (SEGUNDA PARTE)

Por Nicolás Prividera

1.

Intentar una historia de la mirada occidental sobre Oriente sería una empresa ciclópea (el gran intelectual palestino Edward Said hizo un aporte importante en Orientalismo y en Imperialismo y cultura, donde analiza la literatura inglesa -sobre todo la de Kipling y Conrad- bajo el auge del colonialismo). Si la historia moderna del colonialismo podría escribirse en relación a un sólo gran Imperio (Gran Bretaña, hasta mediados del siglo XX), también podría decirse que la ambición colonialista (desde los antiguos tiempos del gran Alejandro) podría representarse en la historia de un sólo país: la India.

El cine, claro, es otro Imperialismo (tal vez el único Imperialismo aún victorioso) bajo la hegemonía norteamericana. Fue en Hollywood donde primero se reprodujo la imagen del orientalismo, reconvertido en cultura masiva a través de diversas adaptaciones de Kipling (y, sobre todo, con esa oda al colonialismo llamada Gunga Din). Pero la Inglaterra de posguerra (ya consciente de su inevitable decadencia imperial, cuyo cetro pasaba ahora al mundo bipolar) se entregaría también a una exploración constante de ese pasado, ya fuera con idealismo crepuscular o afán revisionista.

2.

Seguramente alguien ha estudiado ya el tema y hecho una lista completa y minuciosa de films (no puedo evitar hacer una mención de la remake de El ladrón de Bagdad firmada por Michael Powell, cuyas imágenes poblaron mi infancia: ese film fue el acercamiento más vital que el cine clásico pudo hacer a la imaginería de Las mil y una noches). Sólo voy a recordar, entonces, dos recordados films de inicios de los ’80: Gandhi de Richard Attenborough  y Pasaje a la India de David Lean. Ambos films ganaron sendos oscars, ya que reunían la doble condición de superproducciones basadas en una Gran Novela o una Gran Vida.

El Gandhi de Attenborough era como el Cristo de Zeffirelli: la santificación de una vida ejemplar (con la ventaja de no tener el protagonista ningún arranque de violencia contra los mercaderes en el templo…). Gandhi era representado mas como líder espiritual que político (cual Madre Teresa), sin poner en discusión sus métodos vista la justeza de sus fines. Un tradicional biopic era perfecto para un líder tradicionalista. Lean, en cambio, siempre se encontró más a gusto en la contradicción, tanto de su protagonista como de las fuerzas históricas en conflicto. Y, sobre todo, del hombre en conflicto con la Historia: ése es tal vez el gran tema de Lean (y él quien mejor supo aunar la épica con el retrato del héroe circunstancial, aunque a veces el resultado puede ser decepcionante, como en Dr. Zhivago, donde el protagonista queda literalmente al margen de la Historia).

El mejor ejemplo es la que para muchos es la gran película de Lean: Lawrence de Arabia (que gracias al guión de Robert Bolt logra transmitir algo de la complejidad del personaje y la Historia), aunque está atravesada por la inevitable mirada etnocéntrica (expresada ya desde el título dado al personaje). Pero tal vez la ética de Lean esté más presente en un film «menor» como El puente sobre el río Kwai, en la que el oficial encarnado por Alec Guiness convierte la construcción de un puente enemigo -que deberá ser destruido por su propio ejercito- en una secreta victoria (en lo que podría ser visto como una metáfora del propio rol de Lean como director). 

 

Pasaje a la India es su última película, una adaptación de la novela más famosa de E.M. Forster, habitualmente adaptado por James Ivory. Pero donde Ivory sólo encuentra excusas para una vetusta mezcla de espectáculo de qualité y nostalgia del pasado imperial, Lean encuentra el germen de la decadencia: en la propia visión del mundo impuesta por el colonialismo (en cierto modo, podría decirse que Pasaje a la India fue para él lo que El ocaso de los Cheyennes para Ford: un gran fresco revisionista, a modo de expiación y despedida).

3.

Veinticinco años después, Slumdog Millonaire retrocede a una versión posmoderna del colonialismo (que marca la persistente victoria del colonialismo cultural). Boyle apela a los peores lugares comunes, y logra reunirlos a todos: la estetización de la pobreza (en plan cool simil Ciudad de Dios), la mirada miserabilista (que no hay que confundir con la irreconciliada mirada de los miserables, como en Los olvidados), la imitada explotación de los niños (sin cercanía real a su mundo, como en Pixote), la apropiación sesgada de la cultura visitada (desde la idea de la «predestinación» al musical típico de Bollywood), y -last but not least- la fantasía como opio de los pueblos (muy distinta a la fantasía reparadora de un Powell).

Lo notable es que Boyle usa todos esos recursos poniéndolos explícitamente en escena. Por ejemplo: en un momento del film unos turistas -norteamericanos, por supuesto- le dan a uno de los niños unos dólares como culposa compensación, y esa es la esencia del film -y una metáfora del film mismo-: la (auto)indulgencia por unos dólares de entrada -al mismo costó que tuvieron que pagar los espectadores- o la entrada de dólares -del millonario negocio global que representa el film-). Pero el ejemplo mayor es cómo pone en el centro de esa fantasía compensatoria la gran fantasía compensatoria del capitalismo: la del programa televisivo global ¿Quieres ser millonario?, que representa la culminación del sueño americano (cualquiera puede ser millonario, basta un poco de suerte), cuya fetichización del azar (el reparto de la riqueza -y la pobreza- responde al azar y no a un plan) es la representación misma de la lógica del mercado (donde millones pierden para que unos pocos ganen).

Coda:

Quisiera terminar con una mirada menos extranjera y más cercana: la de Andrés Di Tella en Fotografías (cuyo primer título -más significativo- era Viaje al país de mi madre). La India revisitada por Di Tella es un misterio sin revelar (como la identidad -personal, nacional- que intenta develar, y que es el centro multiforme de la película). Di Tella va en busca de respuestas, pero trae más preguntas (cuya certeza, sin duda, no «está escrita»). Ese es el único sentido del cine (y -¿por qué no?- de la vida): no saber todas las respuestas, sino intentar atinar con las preguntas.

FOTOS: 1) fotograma de Gandhi; 2) fotograma de Pasaje a la India; 3) fotograma de Fotografías.

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