COMO SI NADA HUBIERA SUCEDIDO

COMO SI NADA HUBIERA SUCEDIDO

por - Varios
15 Ago, 2017 08:40 | comentarios
Nicolás Prividera vuelve a leer un dato de la realidad actual de Argentina y la interroga a propósito de un film clave en su tiempo que vuelve a interpelar el presente, casi 30 años después.

Por Nicolás Prividera

“Mi ciudad sigue su vida de siempre, ha abandonado a su hijo desaparecido. (…) No teme que a sus próximos hijos les ocurra lo mismo”: Así concluía Juan, como si nada hubiera sucedido, el documental que Carlos Echeverría filmó en el profundo sur hace treinta años. La película misma fue abandonada durante años: contemporánea de las leyes de impunidad, reapareció de a poco, como su tema (y acaso no sea casual que la primera retrospectiva de Echeverría tuviera lugar en el Bafici casi al mismo tiempo que en el Congreso se declaraban nulas esas leyes impúdicas, veinte años después).

Yo mismo descubrí la película recién en 1997, en una función de la Filmoteca de Fernando Peña. Éramos tres o cuatro personas en la sala, literalmente underground, y acaso yo era el único que no salía de mi asombro: ¿Cómo es que no había sabido antes de esta película extraordinaria? Volví a verla completa un par de años después, esta vez en el Centro Cultural Recoleta, solo para poder decirle en la cara a su director lo que aún sigo pensando: Juan, como si nada hubiera sucedido es la mejor película que se hizo sobre la dictadura. O, mejor dicho, la película que mejor retrató la sociedad que hizo posible la dictadura.

Nadie superó esa aproximación, acaso porque fue realizada muy cerca de los hechos: los asesinos estaban entre nosotros, ensombrecidos pero aun ensoberbecidos, y su discurso también, amparado por el mismo Estado que primero los juzgó y luego los “perdonó”. No se trata de una paradoja, o cambiantes relaciones de poder, ni de efectos de discurso: El consenso que los 80 establecieron sobre los DDHH se constituyó a partir de un Nunca más que portaba en su interior -en su prólogo- la “teoría de los dos demonios” (no hay que olvidar que la dictadura misma jugaba a ser “el fiel de la balanza entre violencias de distinto signo”, como denunciaba Walsh en su carta abierta del 77). Esa concesión, mucho más que el fruto de una democracia amenazada, portaba en su seno la posibilidad de justificar la violencia represiva en el mismo momento en que se la condenaba (sortilegio que varios gobiernos posteriores ejercieron, ya con abierto cinismo).

Y es en ese momento bisagra, diez años después del golpe, entre el juicio a las juntas y la sanción de ley de Obediencia Debida, cuando Echeverría filma Juan, como si nada hubiera sucedido, una película que aprovechaba la intensidad dramática de la historia de un desaparecido para hacer un retrato oblicuo e implacable de su comunidad, en lo que era una asumida condena a la invisibilidad, a contrapelo de la La historia oficial, que representaba el punto de vista inocente con que buena parte de una sociedad “espectadora” quería identificarse. Porque el como si nada hubiera sucedido era una acusación directa a la vasta trama de complicidades que había sido necesaria para implantar la represión, el gran “pacto de silencio” que seguía dominando la Argentina. (Recordemos que recién en los últimos años empezó a hablarse de “dictadura cívico-militar”, explicitando ese gran fuera de campo, al que hasta La historia oficial se había animado antes de ser nuevamente elidido.)

Lo que Juan desnudaba era ese “procesismo” que persistía (y persiste) en la sociedad civil: vergonzante en los ‘80, negador en los ‘90, subterráneo tras el 2001, y vuelto a la luz en los últimos años (basta revisar los editoriales de La Nación). Un discurso reivindicatorio (aun cuando últimamente asume el elegíaco “revisionismo” de los vencidos) que partía de esa concesión a la “teoría de los dos demonios” enunciada hasta en el marco del Nunca más, para enarbolar el discurso setentista de la “guerra” necesaria (ante un enemigo interno que no dejaba de “camuflarse”…). Como sugería hace ya tiempo Eduardo Gruner, “nunca más” es una consigna que también puede ser leída como una amenaza.

Y algo de eso late en una de las escenas más recordadas de Juan, como si nada hubiera sucedido, en la que un militar se volvía amenazadoramente inquisitorial con el joven que lo cuestionaba (Esteban Buch, que por entonces tenía la misma edad que el estudiante desaparecido): “¿Quién me dice que no sos un subversivo?”, le espeta. Es ahí, en esos precisos momentos en que el poder deja de lado los buenos modales para mostrar su verdadero rostro, hablar su lenguaje y decir su verdad, donde reside la potencia desenmascaradora de una película como Juan, como si nada hubiera sucedido, que ausculta las palabras y los gestos para encontrar negaciones, complicidades e impunidad: todo aquello que la sigue haciendo inquietante.

No en vano esa vocación por hablar del presente es lo que la diferencia de muchas películas cuyo tema es la dictadura (y, por supuesto, de todas las películas que justifican su prescindencia de lo actual por miedo a quedar fechadas, o por simple cobardía… Tanto como los serviciales films o libros sobre los 70 debidos a quienes, nada curiosamente, reniegan del peso del pasado y se presentan libres de “anteojeras ideológicas”). Porque películas como Juan, como si nada hubiera sucedido, nos recuerdan no solo a los contemporáneos que entonces callaron, acompañaron o participaron, sino a los que siempre están dispuestos apañar la continuidad de los viejos males en su propio tiempo.

Pueden cambiar (un poco) las formulaciones, pero los “demonios” siguen entre nosotros. Incluso con más potencia que nunca desde el retorno democrático, usando esta vez el “setentismo” kirchnerista como excusa: la tragedia vuelve como farsa. Hay una línea directa entre burlarse del progresismo, manifestarse contra las penas en los juicios de lesa humanidad, relativizar el plan sistemático de exterminio, y finalmente volver al negacionismo inicial cuando desaparece un nuevo Felipe Vallese (¿dando reinicio al ciclo?). ¿Habrá al menos otro Echeverría que venga a filmar esta desesperanzadora remake?

Nicolás Prividera / Copyleft 2017