LAS PELÍCULAS DEL BAFICI 2017: PANORÁMICA FINAL

LAS PELÍCULAS DEL BAFICI 2017: PANORÁMICA FINAL

por - Festivales
30 Abr, 2017 11:34 | 1 comentario
En estos casos se habla de balance; preferiría no hacerlo. ¿De qué se trata entonces? De expresar un punto de vista sobre un festival al que se le considera una casa de estudios.

No deja de ser extraña la excitación que producen las premiaciones en los festivales de cine. El jurado se reúne en la noche, los organizadores del festival esperan que sea una velada cómoda y agradable, se delibera y se llega al veredicto. La prensa espera entonces la nómina de ganadores y, sin que se sepa muy bien la razón, eso termina siendo una noticia. ¿Qué hay detrás de los premios?

Si uno mira la historia del Bafici, sus películas ganadoras conforman un posible canon alternativo del que se desprende una idea de cine que no es la que prevalece. Lo que el festival pone a consideración no es otra cosa que un sentido de independencia, término bastante estropeado por su uso indiscreto. ¿Qué significa ser independiente para un cineasta? ¿Desestimar fondos públicos y hacer un film con nada? ¿Buscar una poética que esté alejada de las estéticas predominantes? Cineastas independientes pueden ser Orson Welles, Jonas Mekas, Raúl Perrone, Pedro Costa o Albert Serra; todos insisten en lo mismo: inventar formas y decir algo del mundo circundante; todos aspiran a algo similar: filmar con total libertad, una virtud innegociable.

De las películas recientes que han ganado un Bafici, Niñato, la ganadora de la competencia internacional, debe ser la más insignificante, pero de ningún modo indignante. El retrato de una familia de clase media venida a menos de España, que podría funcionar como un comentario social de la progresiva depresión económica de ese país, es apenas un esbozo de crítica social y por momentos de una película.

La amable trivialidad del film de Adrián Orr se disimula debido a la simpatía de los hermanos menores del protagonista, un cantante de hip-hop que asume el rol paterno del hogar mientras canta cada tanto y pasa algunos momentos con su novia. La cotidianidad poco revela, la interacción del grupo familiar respecto del contexto social es inexistente, la ciudad de Madrid luce casi como una transparencia y nada sucede que hienda la mera reproducción de una existencia desanimada. Una magnífica escena en la que un niño canta un rap en una ducha y un personaje bastante querible no bastan para que el film dé lo que se propone y ofrezca un poco más que su ternura humanista.

La habitual defensa que se le prodiga a un film como Niñato estriba en recordar que se trata de una ópera prima y que, teniendo eso en mente, hay varias secuencias destacables, además de su inmediata hermosura y autenticidad debido a la presencia de una “pandilla” de niños adorables. La autenticidad es innegable, no así la hermosura, virtud que varios creyeron ver en el film y de la que, al margen de fugaces segundos de algún que otro gesto de un niño en la mañana al despertar, el registro prescinde. El gran logro sin duda pasa por la intimidad entre Orr y el grupo familiar, pero aparte de esa conquista, que no es menor, el cineasta no va más allá de un registro correcto y algunos apuntes microsociológicos que hacen del film un cómodo fresco de las peripecias que una familia debe atravesar en España y en este tiempo para seguir adelante.

Con este premio se ha barajado el triunfo del “otro cine español”, una veta cinematográfica que el Estado y sus agencias cinematográficas ignoran. Sin duda es preferible Niñato a cualquier engendro industrial de esos que suelen parecer fotografiados por publicistas de bebidas y viajes turísticos que tanto abundan en el cine de España, pero no es el film de Orr la exposición más firme de esa legítima senda del cine español. Es probable que Orr sea un cineasta sensible y laborioso; habrá que esperar su título siguiente para constatar si se trata de un cineasta importante.

Viejo Calavera fue la película más poderosa de la competencia oficial. Kiro Russo elige un universo que bien podría ser el de Jorge Sanjinés, una mina situada en Huanumi, pero su aproximación a la comunidad dista de la ambición de representarla como un sujeto colectivo. En efecto, el relato se centra en un único personaje poco querible y afable llamado Elder, cuyo padre acaba de morir. Todos los mineros, por distintos motivos, desconfían de él, algo que tampoco parece preocuparle. La evolución dramática es lo de menos, porque la intensificación sensorial se acrecienta plano tras plano: Russo demuestra una gran inventiva formal, de lo que se predican varios placeres perceptivos. Sucede que gran parte del film transcurre en los interiores de una mina.. La percepción de la luz y su relación intrínseca con la oscuridad y la figura de los hombres trabajando en las entrañas de la tierra resultan un atractivo insoslayable.

Arábia, de Affonso Uchôa y João Dumans, fue otra de las sorpresas de la competencia. Por suerte, Uchôa y Dumans no padecieron con su segundo film la exclusión de los grandes festivales que fue el destino de su notable ópera prima A Vizinhança do Tigre. Como sucedía en el film precedente, en Arábia también el acto de escribir constituye una forma de cuidado de sí, aunque acá se trata de un diario y no de cartas. Justamente cuando un joven asista a un obrero accidentado que trabaja en la imponente fábrica que ve desde su casa, este encontrará entre sus pertenencias el diario. Ese es el preludio, porque la película es la honrosa ilustración de las memorias escritas de este operario, el que un buen día descubrió, tras su paso por la cárcel, la escritura. Este road movie proletario tiene un equilibrio cuidadoso entre el apunte sociológico y la delicadeza cinematográfica. Los textos son simples pero lo suficientemente persuasivos para permitir habitar la posición de ese hombre; a su vez, los laboriosos encuadres recogen la vastedad del territorio brasileño, y la difícil tarea para él de encontrar su lugar.

Si bien películas como Viejo Calavera, Esitu 1993 y Arábia tuvieron premios y menciones, la consagración de Niñato es un cariñoso despropósito, acaso un regalo demasiado grande para una película demasiado pequeña. (Sobre el otro film destacable de la competencia, Porto, de Gable Klinger, me referiré en los próximos días).

Justo resulta el premio a la mejor película de la competencia argentina para La vendedora de fósforos. Alejo Moguillansky es un cineasta lúdico y lucido, que tiene una obra que evoluciona siempre alrededor de universos culturales diversos, en los que orbitan sus historias mínimas. En esta ocasión, la música de Schubert, la visita de Helmut Lachenmann (otro músico) a la Argentina y un film de Bresson son los signos que tocan la vida de una niña y sus padres en el contexto de una huelga. En esta misma competencia recibió una mención Una ciudad de provincia, de Rodrigo Moreno, el hermoso y humilde retrato de Colón, la ciudad de Entre Ríos, que contrarresta la impiadosa y cínica tendencia en el cine argentino de burlarse de las formas de vida ajenas al universo de los porteños.

Que en la competencia Vanguardia y Género se haya soslayado a El ornitólogo y Correspondencias, ambos films portugueses, es una injusticia (in)comprensible en tanto que son películas que han cosechado elogios en festivales precedentes. Pero en esa sección se exhibió la gran sorpresa del cine argentino de este año, Toublanc, y no obtuvo reconocimiento alguno. La película de Iván Fund se apropia del universo policial de la literatura de Juan José Saer, además de la propensión descriptiva del escritor y su operación poética de transformar en misterio los detalles menores y autónomos de los actos cotidianos, algo que ya estaba en su cine precedente.

Los cineastas cordobeses volvieron con las manos vacías; ya tendrán oportunidades nuevas en otros festivales. En este sentido, es una pena que La película de Manuel haya sido ignorada en la competencia latinoamericana. Estaba por encima de las siete restantes, y más todavía de la película que resultó ganadora, la brasileña A Cidade do Futuro.

Después de la agitada inauguración, las declaraciones de los cineastas argentinos sobre la situación actual del cine argentino, antes de cada película en el festival, casi nunca dejaron de ser pronunciadas (aunque algunos espectadores me han hecho saber que hubo varias funciones en las que no se dijo nada; no fue lo que yo presencié, pero creo en mis interlocutores).

Se trató de una señal tenue que el festival no capitalizó para discutir a fondo en alguna asamblea en defensa de la independencia del cine. Hubiera sido muy interesante organizar un tipo de debate maduro, con puntos de vistas distintos en juego y con la perspectiva de la independencia como eje simbólico de la discusión. Se prefirió la calma, priorizar el cine (desligado de la política) y dejar la palabra a los directores que quisieran tomarla y expresar individualmente (y en nombre de un colectivo impreciso) la preocupación de una situación que siempre necesita de mayor esclarecimiento y una práctica dialógica que nunca se establece. La sospecha, la desconfianza y la descalificación siguen siendo los ejes de la lábil racionalidad con la que se participa en la esfera pública.

De todos modos, las competencias son el rostro visible de un festival, pero no necesariamente su corazón. Quienes hayan seguido la retrospectivas de António Reis, Franciso Requeiro y Nanni Moretti (cuya presencia será memorable), quienes hayan visto Dawson City: Frozen Time, No Intenso Agora, Suspiria, Mudar de vida, El otro lado de la esperanza y varios títulos más deben haber intuido que el término “independencia” es bastante más que una dócil nomenclatura para la venta y la distribución. En esos títulos y algunos otros resplandeció la libertad del cine, algo que el Bafici ha defendido desde sus inicios y en lo que aún persiste.

Mi placer mayor de este Bafici fue haber tenido el privilegio de conversar con João Moreira Salles en el marco del Talent Campus. Mi admiración por Santiago, su film precedente, es absoluta; de aquí en más también incluiré No Intenso Agora entre mis preferencias latinoamericanas. Que este portentoso ensayo personal e histórico, una de las películas más hermosas y conmovedoras que se vio en el Bafici, termine con el primer film de la historia –Obreros saliendo de una fábrica– no es otra cosa que prodigarle a su título un comentario indirecto que supone su relato: ¿no es el cine la aprehensión de un ahora cuya intensidad consiste en su eterna repetición? Sin embargo, la intensidad aludida aquí es otra, acaso una experiencia ontológicamente inconmensurable: la certeza consciente del revolucionario o el irracional convencimiento de que la historia en 1968 estaba girando hacia una reconfiguración total, lo que el propio film dolorosamente desmiente.

Un viaje familiar a la China de Mao filmado de forma amateur por la madre del realizador es lo que precipita también la inquietud de revisar el Mayo francés, y en menor medida la Primavera de Praga, la China maoísta y algunos pocos eventos similares que tuvieron lugar en Brasil. El trabajo de montaje con materiales provenientes de varias películas de la época y la aguda deconstrucción de lo que se puede ver en una imagen son tan admirables como didácticos, matizados además por el tono nostálgico del relato familiar de Salles, que permite sentir un tiempo y a su vez pensarlo. La primera escena es la revelación de un sistema de lectura y una posición del cineasta, similar a lo que el director descubría en el final extraordinario de Santiago, su filme precedente: el plano es siempre la (in)consciencia del cineasta.

Cuando el domingo pasado se proyectó Trás-os-Montes, de Reis, el público tuvo una epifanía de lo que el cine podría haber sido si no hubiese vencido su línea más trivial, la que celebra acríticamente el espectáculo. El film de Reis debe ser uno de los más conmovedores retratos de la vida colectiva de una comunidad, una película desde y del pueblo. La amalgama entre la sensibilidad poética, la meditación política, el mito y los sueños es un prodigio. Como dijo el crítico cordobés Fernando Pujato: “Todos los planos, absolutamente todos, son cuadros que se mueven. Como la vida”. Cuando se exhibe un film de esta naturaleza, un festival se justifica. Y no fue el único.

Este texto tiene algunos fragmentos que fueron publicados en Revista Ñ y en el diario La voz del interior en el mes de abril 2017; también hay algunos párrafos que solamente han sido publicados en esta ocasión

*  Fotograma en el encabezado: Trás-os-Montes; en texto: 1) Dawson City: Frozen Times; 2) Niñato; 3) Toublanc; 4) No Intenso Agora

Roger Koza / Copyleft 2017