LAS CRÓNICAS DE HAMBURGO 2

LAS CRÓNICAS DE HAMBURGO 2

por - Festivales
29 Sep, 2007 03:33 | comentarios

FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE HAMBURGO 28/09/07

Por Roger Alan Koza

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Metereológicamente perfecto para cualquier festival, no deja de llover en Hamburgo. Seducción climática para que las salas estén llenas. Y estuvieron repletas. Naturalmente, Eastern promises (Promesas del Este), el film de Cronenberg que abriera la semana pasada en San Sebastián, función acompanada aquí por un premio a su trayectoria y su contribución al arte cinematográfico, fue un sold out. No estuve presente en la entrega del Douglas Sirk Award, pues mientras que el evento ocurría estaba coordinando y traduciendo la sección de preguntas y respuestas de la primer película de mi sección, Vitrina: la honesta y arriesgada Páginas del diario de Mauricio, película de Manuel Pérez Paredes, quien resultó ser un moderado revolucionario crítico, muy simpático, viejo cineclubeísta, amigo de Jorge Denti, a quien conocí hace poco, ya que fuimos jurados de la competencia oficial en el 14 Festival Latinoamericano de Video de Rosario, a mitad de septiembre.

Y sin embargo fue un día Cronenbergiano. No sólamente porque al entrar al Mirabelle, el pequeno pero finísimo restaurant en el que cenamos todos los miembros del staff y los invitados internacionales, estaban Cronenberg junto con Armin Mueller-Stahl sentados en una mesa junto a otros amigos, sino porque el día en su conjunto, desde su inicio, tenía un toque Cronenberg.

En un reciente libro publicado lamamado David Cronenberg, Autor o Cineasta?, ensayo que intenta establecer una cierta continuidad entre la literatura y el cine, se sostiene que el autor de Spider problematiza la normalidad como categoría filosófica.

A diferencia de Lynch cuya obra bien podría ser examinada como la materialización audiovisual de la psicosis, en forma y contenido, el cine de Cronenberg viene explorando una veta alternativa: el delirio, el devenir demente de nuestras sociedades revestidos por ritos disímiles que sostienen el orden simbólico bajo la creencia rídicula pero operativa que se vive una vida normal. Así Cronenberg sería el observador analítico de los orificios proclives a dejar pasar el desorden, lo siniestro invadiendo. Esos pasajes son violentos, pero se condensan en situaciones específicas. De tal modo que el contraste entre la normalidad y la violencia transforme a esta última en el reverso siniestro de una normalidad solicitada como garantía colectiva de que el todo funciona, significa, ordena. Como sea, empecé el día con Eastern promises, y el resto del día no dejé de estar junto a ese film que, de un modo extrano, operaba como un sedante.

Detrás de los ritos típicos de los festivales se intuye un hueco, una farsa, una gran fantasía delirante cuya legitimidad está condonada por el ejercicio colectivo de sostener una anomalía trasvestida en su opuesto. De pronto, estoy sentado con una periodista japonesa y un crítico de cine iraní. A la primera le hablo de Ozu, Suzuki, Mizoguchi, Mikee, Imamura. Dice que sabe quien es Kitano pero no por sus películas. Dado que en los festivales se habla todo el tiempo y pocas veces hay una escucha atenta e interesada, los japoneses, en su milenaria correción, al menos hacen el intento de escuchar, aunque por momentos da la impresión que no entienden nada. El iraní apenas habla en inglés, y de la lengua de Sloterdijk no entiende nada. Me pregunto sobre qué escribe. Algunos dicen que es un agente encubierto. Uno lo observa y parece transportado a un limbo incomensurable. Sin embargo, me dice Kohlstede, la programadora general, que en el 2006 envió 4 artículos sobre el Filmfest. Un misterio. Aunque sí conoce a Kiarostami. Y le gusta, dice.

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En Cannes había visto una de las películas más bizarras del ano: Diario de una colegiala, de Jang, primer film en anos proveniente de Corea del norte que tiene distribución internacional. La película es un verdadero panfleto nacionalista, aunque quienes la distribuyen dicen lo contrario. Lo cierto es que parece un film ruso de los tiempos de Stalin, en donde la felicidad gobierna la totalidad de la vida cotidiana, y en donde el orden es una suplemento simbólico que se obtiene cuando se encolumna el deseo personal al mandato de un Estado que lo pide todo. La locura oficial, estatal, en un film en donde un padre de familia no hace otra cosa que sacrificar la totalidad de sus días en función de contribuir a la grandeza del Estado. Es un científico, y su hija lo admira, hasta que un día duda de él. Pero dialécticamente la sospecha sobre el padre se supera, y el reciente sospechado deviene en un héroe moral.

Por momentos no se sabe si se trata de un sketch de Capusoto contratado por los Monthy Python. La saturación de los colores, el kitsch como estética y política, y dos números musicales desopilantes, hacen del film un verdadero ovni.

Como los japoneses desconfían de los norcoreanos, una canal de televisión nipón solicitó una entrevista con Kohlstede y conmigo; después de todo, era yo quien había programado el film. La preparación del set de filmación me remitía a Perdidos en Tokio. Sentirse Bill Murray por unos minutos no fue, precisamente, una pesadilla. Por eso intenté contestar, explicar y justificar por qué ese film valía la pena. Y dije entonces que sobre Corea del norte no sabemos nada; que obtener imágenes de ese país era una ocasión maravillosa para desmarcarse de la demonización mediática que se ejerce respecto de este país, y que el film dejaba ver con claridad los modos de subjetivación propias de un sistema en el que el Estado es la fuente exclusiva de la conformación de la identidad colectiva. Todos contentos aunque uno nunca sabe bien por qué. Otro momento cronenbergiano.

En un viaje que duró 38 horas, hice escala en Madrid y Londres. En la primera ciudad compré los Cahiers du cinema versión espanola. Todavía no me convence, aunque parece ser una revista en plena etapa de constitución. En Londres, adquirí por 3 libras el número de Sight and Sound. Algunos artículos son excelentes, y trae una crítica mordaz de Tony Rayns al último film de Tarantino, el que no vi, pero que muchos críticos que respeto la han calificado de obra maestra. Lo dudo, y ahora, tras leer a TR, más todavía. Si es como dice TR, Tarantino se comporta como un adicto al crack que intenta superar su último vuelo inexorablemente perdido en su discriminación respecto de qué debe combinar de sus propios recursos. Habrá que verla. Pero en los Cahiers hay una propaganda en la que se trata de vender un DVD sobre un film mongól bajo el lema: “Aprendé Tarantino”.

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Aprendé Tarantino podría ser el título de una crítica acerca de Eastern promises. En efecto, a diferencia de Quentin, que desconoce el tempo del clasicismo, la violencia en Cronenberg jamás es gratuita, y mucho menos se naturaliza en la percepción gracias a una operación estética. Sus filmes, a veces, son violentos, pero en función de comprender y conjurar. Cronenberg es el ojo que ve los descontentos de una civilización a al deriva.

A veces confunde que sus películas pueden ser interpretadas como exponentes de un género x. Así, en apariencia, Eastern promises es un thriller sobre la mafia rusa en Londres, pero esta mixtura entre Una historia violenta y Spider, no hace más que proseguir con su estudio sobre las anomalías de la normalidad.

Todo empieza con un bebé y una prostituta de 14 anos que al dar a luz muere. La enfermera que asiste el parto encuentra un diario. A veces se esucha fragmentos del diario. Luego tanto la víctima como la enfermera están vinculados con la organización vory v zakone, una comunidad mafiosa rusia no exenta de misticismo, difuso si se quiere, pero constatable. La identidad de los miembros, la biografía de éstos se escribe en el cuerpo. El tatuaje es un código secreto, una escritura esencial que explica una vida.

El trabajo de Mortensen es magistral; asesino y chofer, aunque quizás mucho más que eso, pero sin duda su personalidad fragmentada es un síntoma y un paradigma de un psiquismo colectivo que traspasa la cuestión rusa. Vicent Cassel, un actor con cierta tendencia a la sobreactuación, es el hijo del gran jefe ruso, una decepción quizás pero hijo al fin, y por un hijo sea todo lo posible. A veces todos hablan en ruso, como si fueran legítimos hijos lingüísticos del país de Tolstoy.

Eastern promises es un film que parece líneal y sencillo, pero que una mirada atenta habrá de hallar en su composición una compleja red semántica en la que se entreve una riqueza conceptual admirable. El erotismo atraviesa la totalidad de la trama, y ello implica aquí una homosexualidad dispersa.

 

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Si bien hay una escena en la que Mortensen copula con una prostituta mientras que Cassel observa, la verdadera escena sexual transcurre en un bano publico. Desnudo, completamente desnudo, dos mafiosos atacan a Mortensen. La concepción sonora de la escena penetra en la carne de Mortensen. Revolcándose por el suelo, la lucha cuerpo a cuerpo es pura supervivencia pero también líbido en su máxima expresión. Aquí se yuxtaponen los pasajes de sexo y violencia de Una historia violenta en un solo momento. Son 5 minutos de cine que le llevaron a Cronenberg 3 días de trabajo. Y son 5 minutos que justifican cualquier festival.

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