LA PRIMERA HAZANA FUE EN EL BAFICI 2021

LA PRIMERA HAZANA FUE EN EL BAFICI 2021

por - Festivales
12 Abr, 2021 06:59 | comentarios
Los máximos ganadores del último Bafici, Ramiro Sonzini y Ezequiel Salinas, hablan sobre Mi última aventura.

Nadie filma, o nadie debería filmar esperando dólares y medallas. Un cineasta que se precie de tal desea hacer bien su trabajo y ponerlo a disposición de quien siempre completa su obra: la audiencia. Los éxitos de recaudación y los premios en festivales son, o deberían ser, fenómenos ajenos al corazón estético de una película. En estos puede cifrarse un reconocimiento, un asentimiento por parte de muchas personas de que han visto algo especial en una película, aunque los números nunca son un argumento.

Como sea, el jurado principal de la competencia internacional de la última edición del Bafici eligió Mi última aventura como el mejor en esa competencia, la que agrupaba por igual cortos y largos, con los mismos derechos a ser premiados. Un film cuya extensión no llega a los 20 minutos tiene que reunir algún mérito específico para sobresalir ante películas de mayor duración con otros valores de producción. ¿Qué habrá visto el jurado?

Si la historia de dos robos llamó la atención de cinco personas calificadas, se debe a que Mi última aventura no es solo su argumento, sino también su forma. La luz, los cortes, los movimientos de cámara, el empleo del espacio, las elipsis constituyen una película sólida. No hay suerte en estos casos, más bien un razonamiento compartido que vindica una película por lo que es: una pieza breve de auténtico cine.

***

Roger Koza: ¿Cómo fue el origen del proyecto?

Ezequiel Salinas y Ramiros Sonzini: El origen del proyecto está en un cortometraje anterior de Ezequiel llamado Adiós a la noche, en el que ya aparecía este joven atravesando la ciudad de noche en la Flecha, su llamativa moto amarilla. Había en ese corto una manera muy particular de mirar la ciudad, donde las intensas y coloridas luces de la calle, reflejadas en la lluvia, contrastando con la densa oscuridad, le daban a la ciudad un cariz mítico; de repente Córdoba se veía un poco como las ciudades legendarias del cine americano. Empezamos a pensar una posible trayectoria para ese personaje, basándonos en experiencias y anécdotas de amigos y conocidos. Queríamos que esa historia transcurriera por completo en la calle y de noche; que estuviera musicalizada con cuartetos de los 80 y los 90, época en la que el género, en una de sus tantas vertientes y variaciones, toma elementos del rock y da una serie de baladas extraordinarias, y que la historia que contáramos se contagiara del tono melodramático de las canciones. Por otra parte, nos propusimos trabajar sobre la base de un género cinematográfico clásico, contar una historia que se pudiera adaptar a ciertas convenciones de, en este caso, el policial.

La película se sostiene en dos ejes; uno de estos se circunscribe a la deliberación moral que define la posición subjetiva de uno de los personajes. El robo y la traición son decisivos. ¿Por qué les interesaron estos dos vectores de la conciencia que ocupan el monólogo interior del personaje?

En realidad, nuestra manera de pensar sobre esto difiere de la que presupone la pregunta, si bien es una lectura posible. Por una parte, porque para nosotros la deliberación moral en torno al robo y la traición no es tal. En sí mismo, el personaje no reflexiona sobre el carácter moral de su comportamiento. No nos propusimos hacer un cuento moral. Lo que de alguna manera la historia muestra es que Jandro siente una casi secreta admiración por el carácter determinado del Pelu, y esa admiración motoriza un deseo de ser como él, incluso a costa de tener que traicionarlo en el camino. Por otra parte, cuando hablamos del robo, es preciso explicitar cuál robo, porque en la película ocurren dos.  Uno, el del Pelu, que es audaz, programado y de alguna manera casi virtuoso. Y otro, el de Jandro, que es mucho más anodino, menos calculado y más ordinario.  El acto de robar en sí es diferente, quizás porque, en el primero, el robo supone más un escollo en aras de dar un salto de status que un problema moral, y el dinero es un camino al ascenso social y no un fin en sí mismo. A su vez, en el segundo robo, la deliberación moral es absolutamente contingente y fugaz, y su duración no alcanza para sopesar sus implicancias. Es un rapto en donde Jandro ve una oportunidad de parecerse a aquello que admira.

¿Por qué habría de ser el robo una aventura? 

Vale la pena una pequeña aclaración vinculada al nombre. Mientras trabajábamos en la película fuimos armando una gran lista de canciones, una especie de universo musical que habitaban los personajes, dentro del cual una llamada “Mi última aventura”, aunque finalmente no quedó dentro de la banda sonora, nos terminó sugiriendo el título. En la canción, la “última aventura” se refiere a una relación amorosa entre un hombre (que canta) y una mujer (que es el objeto de deseo); y si bien en la película la “última aventura” se refiere más o menos explícitamente al primer robo (el que planifica y ejecuta Pelu), en un plano más subyacente uno puede encontrar una suerte de paralelismo con la aventura de la canción, una especie de vínculo amoroso entre los personajes: Jandro relata (en vez de cantar) con admiración la historia de su amigo Pelu (que es el objeto del relato). Entonces, la “aventura” quizás no sea tanto el robo en sí sino la historia de amistad de los personajes. El final de una etapa, el final de la relación entre dos amigos de la infancia y, por qué no, el final de su relación con el espacio en que se criaron y que están abandonado un tanto despechados. Tironeando un poco más las metáforas, quizás el robo es una forma de pérdida de la inocencia. Un hecho que marca el paso irreversible a una etapa de la vida en que el vínculo con el mundo pierde romanticismo y donde las travesuras que los amigos hacían de niños ahora pueden tener consecuencias irreparables.

El otro eje de la película tiene una dimensión casi documental: el retrato de Córdoba. ¿A qué se debe la predilección de la noche para situar el relato?

Fundamentalmente, la elección de la noche responde a la mirada sobre la ciudad que queríamos establecer y a las convenciones del cine negro americano de los años 40. Esta es una historia que funciona mejor en las penumbras y en un espacio público cerrado y vaciado de gente. 

La ciudad tenía que ser un protagonista más. Queríamos que la historia de los personajes esté atravesada por el espacio y sus particularidades y a su vez que los personajes aporten una mirada sobre la ciudad que la volviera especial. Que Córdoba fuera Córdoba pero no necesariamente se viera como la vemos todos los días, y para eso había que desnaturalizar esa visión desde un acento que tiene que ver con lo que la película propone en su tránsito por la noche. ¿Por qué la gente, aunque nunca haya viajado a EE. UU., se imagina el Bronx como un lugar oscuro y peligroso? Porque hay una construcción mítica a su alrededor como barrio bajo y peligroso, aunque ya no sea tan así. Entonces, puestos a retratar la ciudad de Córdoba, intentamos hacerlo pensando en esa construcción mítica, que tiene que ver con darle características muy concretas a ese mito. Uno elige algunos espacios y juega a imaginar/inventarles cierta épica, como intentamos hacerlo con la escalinata del Parque Sarmiento en donde comienza la película. Por otro lado, hay ciertos lugares que en el andar cotidiano se pierden de vista y son extraordinarios, pequeñas maravillas que están escondidas de la mirada ordinaria. Esos espacios contienen en sí mismos una historia y elegirlos y destacarlos es una manera de sumarlos a ese mito. Por ejemplo, el mural homenaje al Cordobazo que Jandro observa como extasiado mientras espera a su amigo, y que es un comentario muy concreto de la Historia de la ciudad.

Por último, en la forma del retrato que uno intenta construir están contenidas ciertas opiniones sobre la ciudad. Filmar el centro de noche, cuando no hay movimiento, con los negocios cerrados es una forma de señalar cierta decadencia y precariedad que nosotros percibimos, de filmar cierta hostilidad del espacio para con sus habitantes. Pero, al mismo tiempo, no se trata de resaltar su fealdad como denunciándola, sino de encontrar una forma que dé cuenta del amor que nuestra propia biografía en ella irremediablemente ha forjado. Esa forma de representar una relación sentimentalmente ambigua con el espacio es lo que llamamos mito.

Sobre esto último, hay un trabajo laborioso en la textura del registro, como si hubiera por parte de ustedes un esfuerzo estético destinado a doblegar la típica nitidez de la imagen digital. ¿Qué buscaban?

Independientemente de las cuestiones técnicas inherentes a cada soporte y los desafíos que cada uno de estos impone a la realización, no hubo una búsqueda a priori o un concepto fundante que determinara los pasos a seguir para darle forma a la imagen. Por un lado, hay referencias previas concretas, como el cortometraje de Ezequiel que te mencionamos antes, y por otro hay decisiones que se vinculan a una respuesta intuitiva a nuestro propio dispositivo de rodaje.  Y en esa respuesta intuitiva confluye haber visto películas como Raw deal de Anthony Mann, Thief de Michael Mann o Millenium Mambo de Hou Hsiao Hsien y tratar de hacerlas convivir en un mismo ecosistema. De alguna manera, filmando tratamos de vincularnos con las películas que vimos y la ciudad en la que vivimos. Nuestro imaginario sobre la ciudad está muy influenciado por haber visto las brumas nocturnas y las luces de otras ciudades en otras películas. Ahí se trabaja sobre algo interesante. Qué se puede trasladar y qué no. Por otro lado, nos propusimos contar la ciudad como una manera de poner Córdoba al mismo nivel que Nueva York en The Warriors de Walter Hill. 

¿Cómo piensan Mi última aventura en el contexto del cine contemporáneo de Córdoba? 

Como realizadores tenemos dos trayectorias diferentes, Ramiro como crítico y montajista y Ezequiel como director de fotografía; pero a pesar de eso tenemos un punto de partida bastante común. Aunque estudiamos en la UNC, nuestro punto de vista cinematográfico se forjó en los cineclubes de Córdoba, de hecho, así nos conocimos. Ezequiel en el cineclub La Quimera y Ramiro en el Cinéfilo. Cada cineclub tiene una perspectiva propia que inevitablemente modeló la manera de ver el cine y entender su historia para cada uno. En algún punto esa confluencia alimentó a Mi última aventura de fuentes diversas. Tratábamos de imaginar una película que quisiéramos ver en uno de esos cineclubes, que nos permitiera interrogar el lugar y el tiempo en que vivimos y que nos habilitara un diálogo con las películas que nos interpelan y nos emocionan. A su vez, ver una película en un cineclub es un ejercicio de discusión permanente, casi como una sala de montaje. 

Más allá del valor simbólico que implica el premio de Bafici, situarnos a partir de eso sería falso. Al fin y al cabo, hicimos una primera película, no escribimos una genealogía. Necesitamos trabajar mucho más, nosotros en particular y el cine hecho en Córdoba en general. El cine cordobés sigue debiendo muchas películas para considerarse a sí mismo contemporáneo, no solamente en términos históricos sino cinematográficos.

Esta entrevista fue publicada en otra versión por el diario La Voz del Interior en el mes de marzo 2021.

Roger Koza / Con los ojos abiertos 2021