HADEWIJCH: ENTRE LA FE Y LA PASIÓN

HADEWIJCH: ENTRE LA FE Y LA PASIÓN

por - Críticas
03 Jul, 2010 03:34 | comentarios

**** Obra maestra  ***Hay que verla  **Válida de ver  * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor

por Roger Alan Koza

LA PIEL Y EL ESPÍRITU

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Hadewijch: entre la pasión y la fe / Hadewijch, Francia, 2009.

Escrita y dirigida por Bruno Dumont.

*** Hay que verla

La misantropía característica del filósofo devenido en cineasta queda, al menos en esta ocasión, interceptada por un toque de piedad, a veces insinuado en sus películas precedentes, aunque aquí legítimamente subrayado.

La quinta película de Bruno Dumont carece de violaciones y de escenas de sexo desublimadas, y no transcurre en ningún pueblo rural perdido de Francia en el que el nihilismo acecha. Aquí, el escenario es París y sus suburbios, y si bien la violencia, una cualidad natural y un leitmotiv de sus filmes, está contenida y difuminada en todo el relato, Hadewijch es su filme más piadoso, tal vez porque en última instancia su tema intangible no es otro que el de la gracia divina.

La hija de un diplomático y aristócrata francés vive una experiencia extrema de abnegación religiosa. El Altísimo es su único varón, y su renuncia militante resulta sospechosa para una congregación de monjas en donde Céline parece sentirse más cómoda que en la mansión familiar situada al lado del Sena. En algún momento, la novicia impenitente será enviada al mundo secular para que encuentre allí, eventualmente, las señales del Señor. No es un destino deseado para quien se identifica con una poetisa y mística del siglo XIII, Hadewijch de Antuérpia.

Así conocerá a un joven árabe cuyo hermano mayor dedica parte de su tiempo a descifrar en el Corán uno de los misterios de las grandes religiones: la noción de lo invisible. Dios está presente en su ausencia, dice el exégeta (y secreto guerrero), aunque también la justicia está ausente, y es allí que Dios deviene en lanza o en dinamita divina. Una explosión inesperada no muy lejos del Arco de Triunfo, precedida de un viaje breve a Oriente, permite pensar que la angelical Céline es capaz de inmolarse, si Dios así lo dispone. Quien cree no cree que cree; su creencia es evidencia y un presupuesto inconsciente que orienta la percepción y la acción.

Perversamente ecuménica, Hadewijch no solamente funciona como un estudio del psiquismo religioso y su propensión al delirio, sino que además es un bellísimo retrato del sensualismo metafísico. El cuerpo es un receptáculo del alma, pero es también una superficie de deseo. La piel blancuzca de Céline es un objeto de deseo, aunque la máxima expresión de erotismo es fraternal.

Un personaje absolutamente secundario confirma con su aparición casi milagrosa en el desenlace que Dumont es un exponente actual de lo que Paul Schrader, el reconocido guionista (Taxi Driver, Toro salvaje, La última tentación de Cristo) y director de cine (Mishima, Aflicción), denominó estilo transcendental.

En 1972, Schrader escribió un libro extravagante sobre estética de cine y metafísica (en un sentido filosófico): El estilo transcendental en el cine. Intentaba hallar un patrón que conectaba el cine de Bresson, Ozu y, en menor medida, Dreyer. Sostenía que este tipo de filmes presentaba siempre un momento decisivo en el que se neutralizaba la austeridad en la puesta en escena para dar lugar a un instante sublime, en donde “un toque musical, un símbolo patente, y un llamado explícito a la emoción” tomaba el relato. En la escena inolvidable que cierra la película, dos cuerpos entrelazados y algunos pasajes de “La pasión según San Mateo” de Bach no sólo funcionan como un homenaje a Mouchette de Bresson, sino que parecen ser la materialización de la tesis de Schrader. Es un plano que trasciende a la película y que permanecerá en la retina por algún tiempo.

Esta crítica fue publicada en otra versión por el diario La voz del interior en el mes de julio.

Copyleft 2010/ Roger Alan Koza