GUIONISTA PARA TODOS

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por - Ensayos
01 May, 2014 03:44 | comentarios
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Shakespeare Must Die

Por Roger Koza

De todos los autores literarios, William Shakespeare es sin duda el preferido de los cineastas. Hamlet, Macbeth, La tempestad, Romeo y Julieta; la lista es inmensa y por cada obra de Shakespeare hay como mínimo una decena de películas, y no siempre son producciones británicas.

No deja de ser curioso que para filmar a Shakespeare no se necesite ser inglés, pese a que él es el escritor que agota prácticamente los límites de su propia lengua. Su estilo no podía desmarcarse enteramente de su tiempo, pero el alcance de su visión superaba a su propia época y territorio. Dice Harold Bloom: “Estudiantes y amigos me han contado sobre el Shakespeare que han visto en japonés, ruso, español, indonesio e italiano, y la impresión general ha sido que el público de todo el mundo percibía que Shakespeare los representaba a ellos en escena”. Misteriosa universalidad, verificable no sólo en las obras de teatro que se representan en geografías y tiempos diferentes, sino también por la apropiación de sus obras en distintas cinematografías.

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El rey Juan

Cada tanto Shakespeare ha tenido un apóstol. El último Pablo de este Cristo de la literatura es el ya mencionado Bloom. Para el crítico literario estadounidense, Shakespeare es mucho más que un escritor y el personaje conceptual por excelencia que organiza, según él, el canon occidental de la literatura. Para Bloom, el autor de Julio César es algo así como el inventor de la conciencia moderna, un relámpago de lucidez sobre el funcionamiento del psiquismo que se adelanta y va incluso más allá de Freud.

Entre las primeras obras literarias llevadas al cine se encuentra una de Shakespeare. El rey Juan fue el primer título. Siendo una película de 1899, la duración del film imponía una síntesis radical. Un único plano general de un minuto y algunos segundos se limitaba a seguir la muerte del rey. Unos años más tarde, se filmó Un sueño de una noche de verano, y desde entonces se hicieron más de 400 versiones cinematográficas y televisivas sobre las obras de Shakespeare.

Habría que decir que el encuentro temprano del cine con Shakespeare no es azaroso. Un arte en pleno nacimiento como el cine, todavía balbuceante en cuanto a su lenguaje y sus formas, se topaba con el exponente de la máxima sofisticación literaria. Llevaría un tiempo entender que el cine no era teatro fotografiado, ni tampoco una suerte de literatura ilustrada. Las obras de Shakespeare siempre fueron solidarias con el cine. De lo que está escrito no se predica una forma estricta de representación. Esta libertad extraña que no conlleva una imagen estipulada o una escenificación obligada ha funcionado siempre como una potencia de emancipación para el cine, una zona libre y un acicate para que los cineastas encuentren el lenguaje del cine a propósito de relatos o situaciones que desconocen su declive.

WILLIAM EN TIERRAS LEJANAS

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Trono de sangre

Una de las más extraordinarias versiones cinematográficas de Macbeth es Trono de sangre (1957), de Akira Kurosawa. El gran Toshiro Mifune es Washizu (o Macbeth), un guerrero que tras una victoria contundente en un enfrentamiento de clanes, cambiará su vida. El encuentro con un espíritu maligno en un bosque es el anuncio de lo que vendrá. En efecto, esa entidad pronostica su eminente ascenso como el gran señor de la Fortaleza del Bosque de las Telarañas, sustituyendo a Tsuzuki, a quien le debía obediencia.

El tema del film es el poder y la traición, pero como suele suceder con las obras de Shakespeare, su adaptabilidad a un contexto culturalmente exógeno es admirable. Kurosawa no solamente entrelaza el drama feudal europeo con la propia tradición de los samuráis, sino que yuxtapone una estética expresionista característica del cine silente occidental y elementos del teatro No japonés. Un texto de Shakespeare resiste cualquier influencia y mutación y a su vez es lo suficientemente amable como para devenir en algo nuevo. En este Macbeth trastocado y alucinatorio, las frecuentes cabalgatas en el bosque y acompañadas por lluvias torrenciales son inolvidables, una dimensión de la puesta en escena enteramente inconmensurable al teatro. El momento de mayor esplendor tiene lugar en el epílogo, cuando Washizu es traicionado por su propio ejército. Este Macbeth nipón queda, literalmente, atrapado en una telaraña formada por las flechas arrojadas contra su cuerpo, después enloquecer al corroborar el avance amenazante de un bosque-ejército. He aquí, justamente, algo que solamente puede ser concebido por el cine, pero a través de una sustancia que remite a Shakespeare.

Samanrat Kanjanavanit, más conocida como Ing K, es una activista tailandesa, periodista y cineasta. Unos años atrás, se había hecho famosa por oponerse a que Danny Boyle filmara La playa (2000)en Maya Bay, y por sus documentales políticos como Tailandia en venta (1991)y Casino Cambodia (1994).

Recientemente, Ing K hizo una adaptación de Macbeth. La película es rarísima, en parte porque la obra de Shakespeare está atravesada por la estética y los signos del cine de terror tailandés. En Shakespeare debe morir (2012), Ing K yuxtapone dos historias que remiten directamente al contexto político actual de Tailandia: por un lado, el film gira en torno a un tirano y su mujer; el país que gobiernan es ficticio, pero bien podría ser Tailandia. Por otro lado, la película sitúa su relato en un teatro en el que se presenta Macbeth con fines políticos. La película fue prohibida en Tailandia.

SHAKESPEARE DEBE VIVIR

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Hamlet

Entre las recientes adaptaciones de Shakespeare al cine, una de las menos conocidas y más sólidas es Hamlet (2000) de Michael Almereyda. Todo lo que había intentado hacer Baz Luhrmann en Romeo y Julieta de William Shakespeare (1996) para demostrar la actualidad de las obras del escritor en un contexto contemporáneo, Almereyda logra plasmarlo con solvencia dramática y perspicacia política.

Este Hamlet es un film del siglo XXI en toda su plenitud. El imperio feudal inglés de la época de Shakespeare es reemplazado aquí por un orden global dominado por corporaciones transnacionales. Dinamarca es también Estados Unidos, y Nueva York es claramente el espacio en el que se mueven los personajes. A su vez, el malestar social tiene su correlato en la angustia de sus personajes, en especial Hamlet.

En efecto, el joven príncipe interpretado por Ethan Hawke, enamorado de Ofelia y doliente por la muerte de su padre, refleja cierta angustia generacional reconocible en cualquier joven más o menos sensible de nuestro tiempo. Lo interesante es ver cómo los versos de Hamlet, a pesar de pertenecer a un universo lingüístico pasado, tienen absoluta actualidad; como si se tratara del estribillo de un tema de Elliott Smith o Kurt Cobain. La conciencia epocal de Hamlet es perfecta: los dispositivos tecnológicos que proliferan en el film, los modos de registrar el espacio público, los contrapicados que capturan la arquitectura de Manhattan para darle al poder una forma estética, se cruzan con los textos de Shakespeare con total naturalidad (y con citas misteriosas de Thich Nhat Hanh). En este sentido, la forma cinematográfica elegida por Almereyda para presentar La ratonera, la obra que Hamlet ha escrito para denunciar ante todos el asesinato que cometió su tío contra su padre, es de una agudeza notable. Se trata de un video arte en el que varios signos de la cultura pop del siglo XX articulan el discurso de una denuncia. Shakespeare está entre nosotros. Es pop, es actual.

El otro rasgo distintivo de este Hamlet es el modo en que se escenifican sus famosos monólogos. Ver a Hawke desplazarse por los pasillos de un videoclub mientras recita para sí el famoso pasaje de “ser o no ser” evidencia el mayor alcance de la obra de Shakespeare: la invención de una experiencia dialógica del sujeto, o como dice Bloom: “Shakespeare, desde Falstaff en adelante, añade a la función de la escritura de imaginación, que era enseñarnos a hablar con los demás, la ahora dominante, aunque más melancólica, lección poética: cómo hablar con nosotros mismos”. Es eso lo que descubren los presos (reales) en César debe morir (2011), quienes interpretan a presos que interpretan a Shakespeare, en esa hermosa película tardía de los hermanos Taviani; es lo que descubre el joven director argentino Matías Piñeiro, cuando en Rosalinda (2009), Viola (2012) y La princesa de Francia (2014) sugiere a través de los personajes femeninos de Shakespeare una forma de interrogar la subjetividad de su propio tiempo. Shakespeare está vivo, y como siempre, no vive solamente en Inglaterra.

* Este texto fue publicado por Ciudad X en el mes de abril 2014

Roger Koza / Copyleft 2014