FICIC 2023: QUINTETO CONTEMPORÁNEO

FICIC 2023: QUINTETO CONTEMPORÁNEO

por - Festivales
05 May, 2023 11:19 | Sin comentarios
Cinco párrafos sobre los cinco largometrajes de la competencia internacional.

Magdala, Damien Manivel, Francia, 2022

El inclasificable y siempre delicado Manivel detectó un gesto numinoso de Elsa Wolliaston, en el final de Los hijos de Isadora, y supo desde entonces que era la persona indicada para interpretar a María Magdalena durante sus últimos días de vida. La mujer más cercana a Cristo, la mujer que lo vio sufrir en la cruz y estuvo a su lado con devoción y lealtad, ya en su vejez espera por el reencuentro, ahora que presiente que su tiempo es escaso y su cuerpo pierde la vitalidad que la mantiene unida al mundo de los vivos. Como Manivel es un verdadero creyente del cine, puede filmar la aparición de un ángel, la ascensión al cielo de su protagonista, representar la sensualidad de una mañana compartida entre Cristo y Magdala y no fallar jamás en sus decisiones formales para hacerlo. La prescindencia casi absoluta de la palabra, la confianza innegociable en la transacción que se establece entre el cuerpo y la cámara y la fe puesta en el sonido del mundo constituyen la poética de Manivel, quien con el coraje de los místicos imaginó la última prueba de amor de Magdala, capaz de ofrendar literalmente su corazón al hijo del Altísimo. La película parece haberse filmado en otro milenio, en un período de tiempo en el que la música del mundo desconocía la sonoridad de las industrias y el acto de creer no precisaba de una operación compleja de la consciencia para permitírselo. Pocas películas se hacen en contra del tiempo al que se pertenece. Esta legítima rareza rodada en 16 mm, a contrapelo del régimen audiovisual del siglo XXI, es un desafío a los que no creen en nada ni en nadie.

Arturo a los 30, Martín Shanly, Argentina, 2023

En marzo de 2020, la mejor amiga de Arturo está por casarse con un hombre que él desestimó como su candidato; así empieza el relato, nunca lineal, siempre interrumpido eficazmente por algunas digresiones ocasionales que son entradas del diario de Arturo. El protagonista es un adulto aún demasiado joven que pertenece a una clase bastante acomodada, vive solo, no sabe muy bien qué hacer de su vida, puede enseñar inglés y está atravesando discretamente un duelo por un amor no correspondido, aunque todavía siente el desgarro de haber perdido a su hermano mayor. Lo que parece una canónica historia del cine independiente vernáculo es en verdad una lúcida meditación sobre la finitud y la soledad revestida por elementos de comedia, cuya inteligencia puede percibirse en el timing de los  gags y los chistes, algunos trabajados en el interior de la misma escena, otros construidos en la progresión de varias escenas y algunos también concebidos a través de pequeños detalles circunstanciales que dependen de un movimiento de cámara o de la entrada inesperada de un personaje a escena que trastoca lo previsible y provoca la risa. La delicadeza con la que se retrata a todos los personajes, jamás sometiéndolos al estereotipo propio de una clase, como también la meticulosidad manifiesta en algunas decisiones de encuadre, como las del inicio y el final, constituyen la evidencia de un cineasta que piensa integralmente su película, con lo difícil que puede serlo cuando es el propio Shanly quien interpreta al susodicho Arturo. 

La vida a oscuras, Enrique Bellande, Argentina, 2023

Fernando Martín Peña escribe una nota, clasifica una lata de película, revisa un fotograma, presenta un film noir en una sala universitaria o uno de Jean Rouch en la televisión pública, huele un rollo para detectar el síndrome del vinagre en una de sus copias, responde en inglés durante una entrevista realizada para el extranjero, corta la entrada en una sala, también proyecta, siempre, proyecta, va a buscar las películas que tiran las distribuidoras o recoge las que compró en una colección y toma un taxi o se sube a una camioneta con sus copias. Peña trabaja, trabaja y trabaja, o Peña simplemente ama aquello que descubrió a los tres años en el interior de una caja en la casa de sus padres, que no era otra cosa que un proyector casi de juguete con el que proyectó por primera vez una película sin saber que había descubierto una vocación. Bellande ha registrado con paciencia y tenacidad la cotidianidad de un hombre cuya vida está dedicada al cine, justo en un período de transición que afecta a la materia en sí del cine, la cual Peña se empeña a conservar porque entiende que la sustancia fotográfica define al cine del siglo XX, del que se ocupará de resguardar hasta el último día de su vida. Y el cineasta ha cumplido con su protagonista y con su misión: el amor de Peña por el cine se siente plano tras plano, y el objeto de su amor se dignifica en sus planos, hasta se vuelve por momentos táctil, como cuando los fotogramas de La infancia de Iván o El día que paralizaron la Tierra, entre otros, ocupan la totalidad del plano.

Self-Portrait: Fairy Tale in 47 KM, Zhang Mengqi, China, 2021.

La bailarina y cineasta Mengqi comenzó en el 2010 a retratar a los pobladores de una pequeña aldea llamada 47KM, en la provincia de Hubei. En las películas precedentes, dedicó atención a su madre, a su abuela y a mujeres mayores, personas que aún pueden recordar o evocar el triste y abyecto período conocido como la Gran Hambruna China, siguiendo los lineamientos del Proyecto de Memoria concebido por el cineasta Wu Wenguang, al que la película pertenece. El penúltimo retrato de Zhang no remite en nada al pasado, ni siquiera por omisión. En esta nueva visita invernal para filmar la vida en la aldea durante 2019, el propósito consiste en seguir la construcción de un espacio cultural llamado “La casa azul” y observar las reacciones que provoca en la imaginación de la población infantil y adolescente. El gran hallazgo de Zhang reside en descubrir lateralmente cómo la cámara portátil puede servir a sus protagonistas como instrumento de indagación de la realidad, transformando a dos niñas y una adolescente en coautoras de la película. Los últimos 20 minutos son contundentes por la composición lúdica de los planos, epílogo donde se advierte incluso una toma de conciencia de las protagonistas sobre la implicancia que tiene el cine en relación con la percepción del tiempo y la memoria.

Kristina, Nikola Spasic, Serbia, 2022.

Los planos iniciales anuncian un sistema geométrico en la composición que nunca se abandona. Si Kristina está en su casa, en una iglesia ortodoxa, en un museo en el que exhibe una colección de Sava Šumanović, en un picnic con sus amigos al lado de un río, en la casa de un pintor o en el living de su terapeuta, la distancia rige el encuadre y su figura retiene así el enigma. Como trabajadora sexual se distingue por su meticuloso sentido estético: la combinación cromática de sus atuendos y la decoración de su casa no coinciden con la sordidez y el kitsch característicos de los lugares en los que se prestan servicios ligados al erotismo; menos todavía los intereses teológicos de la protagonista, que adquieren otra significación tras el azaroso encuentro con un hombre que vive en un monasterio. Quizás pueda ser un signo de una nueva vida. Kristina no es simplemente el retrato de una mujer cuya personalidad es un misterio; preservarlo y a la vez examinar sus contornos es la tarea que se impuso el cineasta; por eso consiguió demostrar la hermosura interior del personaje y admirar la exterior, por eso no incurrió en la psicología para explicar sus decisiones y prescindió de otros atajos no menos perezosos para situar la determinación del deseo de la protagonista.

Roger Koza / Copyleft 2023