Sinfon14 (Raúl Perrone)

La relación del cine con la vida onírica no es ninguna novedad, lo que no significa que la adhesión mayoritaria a un concepto de narración clásico haya corrido jamás riesgo alguno. La prescindencia consciente del último Perrone respecto del realismo poético de su primer cine es muy evidente en esta sinfonía en tres movimientos y centrada en una forma del deseo. El universo elegido es el del decadentismo europeo: los personajes usan pelucas y tienen empolvados los rostros. A veces están en el bosque, otras en carrozas, y las acciones se circunscriben a mirar y tocarse. Sobre esos motivos, Perrone inventa planos humeantes donde la figura humana pierde sus contornos, saca provecho de las sobreimpresiones con gran ingenio e intensifica el color rojo sobre el resto como emblema cromático de lo sensual. Pero algo sucede en el final que está más allá de la propia película: la aparición en el epílogo de Edgardo Cozarinsky interpretando al Marqués de Sade es el inicio de un pasaje a lo otro de la representación, al contracampo absoluto del cine, al instante en que cine y vida se confunden y es mejor callar y solamente mirar y escuchar. Esos últimos minutos pertenecen ya a la historia del cine argentino, fragmento al que se volverá una y otra vez como un breve episodio donde se devela algo del misterio del cine. 

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