FESTIVAL DE CANNES 2017 (13): PEQUEÑA REVELACIÓN RUSA

FESTIVAL DE CANNES 2017 (13): PEQUEÑA REVELACIÓN RUSA

por - Festivales
30 May, 2017 06:45 | Sin comentarios
Un debut extraordinario. El film que debería haber ganado la Cámara de Oro 2017 es ruso y su director tiene 26 años.

La teoría del shock: la mayoría de las películas del festival deben incomodar. A este efecto de shock se lo considera indispensable. Hay que afectar a la audiencia, incitarla por la vía del espanto a la clarividencia. No puede ser una casualidad que en la mayoría de las películas la recurrencia a la violencia y a actos impiadosos configuren la conducta transversal común a una mayoría de películas que han sido realizadas en geografías diversas. Si contáramos ya con todos los films exhibidos en archivos, una tarea reveladora consistiría en trabajar un montaje holográfico de la política y la poética del festival reuniendo todos los fragmentos de violaciones, asesinatos, perversiones y otros actos afines. Imagino que Adrian Martin y Cristina Álvarez podrían hacer ese ensayo metacrítico con las propias imágenes que dispensan las películas de Cannes. Sería una evidencia contundente e imbatible sobre una estética consagrada.

Un plan para este pequeño corto, dos escenas iniciales: oscuridad total, nada se ve, se oyen solamente los sonidos de la violación en A Gentle Creature. Se mantiene el fundido en negro y en dos canales separados se comienzan a percibir en paralelo los llantos de los respectivos bebés en Loveless y en Las hijas de Abril. A continuación, plano de un bebé llorando sin sonido. Fundido en negro, dos minutos de silencio absoluto y sin imagen que exprese su razón. De pronto, plano del otro bebé llorando. Fundido en negro breve, para matizar y desconcertar. Ambos bebés se pueden ver ahora y en pantalla dividida y sin sonido en ambos casos. Fundido en negro con regreso del sonido de los bebés llorando. Regreso inesperado al inicio de la violación; ahora sí se ve, pero no se oye nada. El ejemplo podría seguir, y el ensayo, si durara unos 35 minutos, terminaría siendo intolerable. Método y objetivo: conjurar la maldad desmontándola de su presunta justificación epistémica y sociológica. Describir no es analizar, repetir no es deconstruir, reproducir no es desmentir. He aquí la fórmula de la estética reaccionaria: inmovilizar en la representación las desgracias de mundo y los hombres.

La creencia de los realizadores es la siguiente: el shock despabila la conciencia y la visión sobre el sufrimiento es suficiente como elemento crítico. Error estético. Filmar lo que se sabe; la mera replica solamente confirma el espanto y lo perpetúa en su encadenamientos de causas. Describir o redescribir es fijar un estado de cosas. Un cineasta se apura cuando quiere, por el mero poder del impacto de una imagen, denunciar una práctica.

En el promisorio debut del joven realizador ruso de 26 años Kantemir Balagov, lo que sucede con sus personajes no es justamente una sucesión de momentos de felicidad. A fines de milenio, en 1998, la vida de los rusos ya era tan difícil como ahora y como ha sido casi siempre. “¡Fuera Yeltsin!”, dice el titular de un periódico.

En el centro del relato, una familia judía de Nalchik; la protagonista principal es una joven que trabaja con su padre en el taller mecánico que este, con esfuerzo, ha erigido. Su madre cuida la casa y su hermano está a punto de casarse. La comunidad judía es aquí una ostensible minoría y cada tanto hay indicios de que el antisemitismo está en plena vigencia.

El conflicto narrativo pasa por un secuestro que sucede en fuera de campo y solamente se enuncia a través de la nota de rescate. El dinero que piden por el hijo y su prometida es imposible de pagar. La comunidad judía reúne parte del dinero del rescate pero sigue siendo insuficiente, y para poder alcanzar el número final requerido se pondrá en juego el destino íntimo de la hermana del secuestrado: si la joven se casa con el hijo de un rabino, habrá dinero para pagar el rescate.

Lo extraordinario de Tesnota (o Closeness, su título internacional) es que Balagov jamás apela a la intensificación del sufrimiento y a una exposición de calamidades variopintas. No niega el malestar, pero no es cómplice de él. Es por eso que trabaja más bien observando los gestos y las relaciones familiares, y proponiendo en ese drama delictivo y familiar algunos indicios de cómo un desgraciado hecho aislado es un emergente de un orden social que ha cedido cualquier valor salvo el del capital. Esto no se dice, se muestra, y no solamente cuando la situación dramática obliga a que el dinero sea el centro simbólico del film.

Resulta instructivo comparar el film de Bagalov con Loveless o A Gentle Creature. La precisión del cineasta debutante consiste en singularizar en un espacio concreto y un tiempo específico su relato. La alegoría está destituida de plano, de tal forma que los personajes son tan importantes como la sustancia del relato. Sin ellos no hay relato, a diferencia de la poética alegórica en la que los personajes son instrumentos de un mensaje diferido en forma de cuento.

 Un buen ejemplo es cómo Bagalov introduce la Historia en la historia. En un pasaje importantísimo, la joven de 24 años Ilana va a visitar a su novio, que está con amigos. En cierto momento empiezan a ver un VHS con imágenes aberrantes de la reciente guerra en Chechenia. La crueldad en Rusia (y en su historia) es indesmentible, pero la distancia y el tipo de aproximación frente a lo que se ve en el televisor es exactamente la inversa a la perspectiva con la que observan los personajes, que es también la del director. También en esa escena el contexto de la guerra de Chechenia y el antisemitismo se cruzan inesperadamente, algo que se puede advertir en las reacciones de algunos de los presentes. Los mismos personajes hablan de un límite de lo que se puede hacer en un enfrentamiento bélico y las propias imágenes, difusas y carentes de nitidez, se dejan de apreciar. No hay goce en la enunciación, una clave de lectura frente a los estetas del pesimismo radical.

Habrá que prestar muchísima atención a Bagalov. También a su actriz principal, Darya Zhovner. El primero tiene un sentido riguroso del ritmo, una seguridad admirable sobre cómo filmar el espacio doméstico y público, un concepto complejo del sonido, concibe esmeradamente los encuadres y las distancias proporcionales del registro (la cena inicial es brillante al respecto, al igual que el viaje que emprende la familia en el final). Por su parte, la actriz tiene un magnetismo innegable y un semblante resplandeciente. Sin ella, la película sería imposible.

Roger Koza / Copyleft 2017