ESTRENOS EN DVD (7)

ESTRENOS EN DVD (7)

por - Críticas, Estrenos en DVD
09 Feb, 2010 05:01 | comentarios

**** Obra maestra  ***hay que verla  ** Válida de ver  * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor

Por Roger Alan Koza

En la luna / Moon, de Duncan Jones, EE.UU., 2009 (**)

Vencedora indiscutible del último festival de Sitges y uno de los hits en el reciente festival de cine de Mar del Plata, el debut cinematográfico de Duncan Jones, a quien es imposible no identificar como el hijo de David Bowie, es como mínimo promisorio. Si bien Bowie es un ícono central en el desarrollo musical de las últimas décadas del siglo pasado, su vínculo con el cine no es intrascendente. En la luna, podría llamarse “El hombre que cayó en la luna”, parafraseando aquel filme de Nicolas Roeg en el que el autor de “Space Oddity” fue el protagonista.

Según el prólogo con el que empieza la película, nuestra especie finalmente pudo resolver sus contrariedades acuciantes de energía. La vida en la biósfera, nos advierte una voz en off, ha vuelto a ser casi paradisíaca: la energía solar atrapada en las rocas, que se almacena en la luna, ha dado como resultado el helio 3, un combustible limpio, renovable y barato. La era del petróleo pertenece a la prehistoria industrial de los homo sapiens.

En esa esfera blancuzca que gira desde tiempos inmemoriales alrededor de la Tierra, vive un solo hombre, Sam Bell (Sam Rockwell). Lleva tres años en la luna y espera su regreso a casa, en donde lo esperan su mujer y su pequeña hija. Falta poco, y los periódicos encuentros por comunicación satelital ya no son suficientes. Menos aún satisface afectivamente la compañía de Gerty, un robot humanizado (con la voz de Kevin Spacey), cuyas tareas podrían ser equiparadas a las de un mayordomo y un androide de compañía, un técnico eficaz y un terapeuta limitado. Gerty remite a HAL de 2001: Odisea en el espacio, de Stanley Kubrick, aunque su función antropológica es similar a la de la pelota Wilson en Náufrago: un partenaire lingüístico, un Otro que sostiene quien soy. En efecto, Sam es un naufrago cósmico.

¿Podrá Sam regresar a la Tierra? A medida que el relato avance la respuesta será secundaria, pues primero habrá que resolver quién es aquel que desea regresar, al menos éste será el dilema cuando este héroe solitario encuentre a un sujeto idéntico a él.

Materialmente modesta y filosóficamente ambiciosa, En la luna es un ensayo sobre la constitución de la identidad humana y la soledad, sin ninguna apelación trascendental. El cielo estrellado y la superficie de la luna, más que ocasionar asombro, transmiten desolación. Jones concreta esta dimensión existencial de desamparo a través de una dialéctica del espacio: la base lunar es una diminuta cárcel disfrazada, el cosmos una prisión a cielo abierto, y Sam, además, quizás no sea otra cosa que el esclavo de una corporación, como se insinúa en el epílogo.

Cósmica y profundamente atea, En la luna postula la inexistencia del alma humana, sin por esto deshumanizar su trama (y su trauma). El filme de Jones puede perturbar a varias almas nobles, sobre todo a las que alguna vez se escandalizaron por la invención humana de una oveja llamada Dolly. En la luna confirma el secreto temor del creyente.

***

Cenizas del tiempo / Dung che sai duk, de Wong Kar wai, Hong Kong, China, Taiwán, 1994 (***)

En la era del argumento, enfrentar una película como Cenizas del tiempo es como mínimo una provocación para quienes equiparen el cine a seguir una historia en la cual se presenta un conjunto de personajes vinculado por un problema central que eventualmente habrá de ser resuelto a lo largo del filme. De allí, el famoso reduccionismo de definir las cualidades de un filme a partir de su epílogo. “Me gustó el final” (o la aseveración contraria) condensan un modo de ver cine.

Eso no significa que esta obra de 1994, casi resurgida de las cenizas gracias a una nueva versión digitalizada y musicalizada ahora por Yo-Yo Ma, que se vio en el festival de Cannes 2008, no posea un hilo narrativo. Cenizas del tiempo hilvana varias historias, yuxtapuestas y cruzadas, y en algún caso no ayuda que dos personajes estén interpretados por un mismo actor.

En algún perdido lugar de China, en un tiempo impreciso pero lejano, Ouyang Feng (Leslie Cheung), un asesino a sueldo, regentea una especie de posada casi monástica. Vive en soledad, aunque alguna vez amó profundamente a una mujer (la gran estrella del cine de Hong Kong Maggie Cheung) que se casó con su hermano. Allí suelen visitarlo asesinos y clientes en búsqueda de resoluciones extremas. Matan o piden que maten, casi siempre a propósito de disputas amorosas. Un amigo que viene del Este llamado Huang (Tony Leung Ka-fai) lo visita anualmente. En esta ocasión, le cuenta que una mujer que acaba de conocer le ha regalado un vino mágico, capaz de suprimir los recuerdos. Dice: “La raíz de los problemas del hombre son los recuerdos”. La totalidad del filme se predica de ese dictamen, aunque dialécticamente concluya con su antítesis, en un primer plano del rostro de Cheung que irradia una belleza perfecta: “Dicen que cuando uno no consigue lo que quiere lo mejor que puede es no olvidar”.

 Basándose ligeramente en una novela de Louis Cha, Wong se apropia en sus propios términos del género literario y cinematográfico conocido como wuxia (películas de caballería y artes marciales) y le impone sus obsesiones en torno al tiempo y la memoria como fetiche que revive el amor que no fue, tópicos explorados en varias de sus películas, pero que en Con ánimo de amar y 2046 alcanzan su mayor refinamiento.

 Pero lo que hace inolvidable Cenizas del tiempo es su textura y sus formas. La voz en off y algunas citas budistas pintadas en el plano remiten al origen literario y a cierta sensibilidad filosófica de Wong. Los planos generales de los paisajes son pinturas impresionistas en movimiento. Los ralentís característicos del director son un triunfo observacional sobre los objetos, los cuerpos y los rostros. La interacción entre la luz del mundo y el lente de Wong, asistido por su director de fotografía Christopher Doyle, no es menos que un milagro estético. La belleza rige el cine de Wong, y Cenizas del tiempo no solamente no es una excepción, sino que permanecerá en la memoria como una conquista del cine sobre la fealdad del mundo.

***

Sugar: carrera tras un sueño / Sugar, de Anna Boden y Ryan Fleck, EE.UU., 2009. (**)

“¿Hay que hablar como Hugo Chávez para ser considerados latinoamericanos? ¿Qué pasa cuando escuchamos el acento de un cordobés o de un porteño? ¿Nos parecen latinoamericanos? ¿Podemos decir que Mariano Grondona es latinoamericano? La identidad en nuestro continente, y la identificación con el mismo, siempre ha sido confusa. Por suerte, en nuestro tiempo MTV nos ha dado las pautas y los ejemplos necesarios para ser hoy considerados latinos”.

La extensa y necesaria cita pertenece a “Peter Capusotto y sus videos”, antes de la presentación del personaje Latino Solanas, una parodia a la codificación de latino en el marketing global. Así como existe un rapero y un cantautor latino, también existe una representación estereotipada del latino en el cine: el latino es pasional, propenso a la corrupción (y al narcotráfico), machista incorregible, dúctil con sus movimientos corporales, sencillo en todos los órdenes. A veces es el bárbaro; en otras ocasiones, el latino se presenta como reserva espiritual de la humanidad.

La proeza de Sugar: carrera tras un sueño, dirigida por dos jóvenes directores estadounidenses, reside, precisamente, en saber esquivar con inteligencia todos los clisés del latino e intentar entender uno de los fenómenos que ostensiblemente caracteriza la vida de miles de latinos en el siglo pasado y lo que va de éste: la migración forzosa a países desarrollados.

Después de Half Nelson, el dúo Boden y Fleck demuestra que todo lo bueno de su ópera prima puede ser superado. Sugar comienza en algún lugar de República Dominicana. Muchos jóvenes se entrenan día y noche en béisbol y en inglés. ¿Están en un campo de concentración? Se preparan para emigrar a los EE.UU. y jugar en alguna liga profesional. Es el sueño americano para latinos.

‘Sugar’ es el nombre del protagonista, que es descubierto y llevado al país de las oportunidades infinitas, aunque este dotado lanzador tratará al éxito y al fracaso como a dos impostores, como solía decir Mark Twain. En efecto, Sugar: carrera tras un sueño es mucho más que un filme de deportes y un drama de inmigrantes. Más bien se trata de un sutil estudio sobre la cultura estadounidense desde la perspectiva de un latino que apenas habla en inglés. Así, la cámara funciona como una prolongación de los ojos del beisbolista: un virtuoso plano secuencia en el que el protagonista sale de su cuarto y visita un casino sintetiza una cultura.

Los últimos 20 minutos son impredecibles, principalmente porque Boden y Fleck conciben que el verdadero desafío de su personaje pasa por la conquista de su autonomía y el desciframiento de su deseo. Deriva narrativa no exenta de emociones, Sugar: carrera tras un sueño excede la ficción y en su epílogo se convierte en una conmovedora revelación.

***

Batalla en Seattle / Battle in Seattle, de Stuart Townsend, EE.UU., Canadá, Alemania, 2007  (*)

Alfred Hitchcock solía sostener que un gran villano casi garantiza una gran película. Los villanos no son prerrogativa del cine: la historia posee notables degenerados y misántropos que han influido en el curso de los acontecimientos mundiales. Pero desde el siglo XX, y con mayor fuerza en los últimos 30 años, hay un nuevo villano fuera y dentro del cine: las corporaciones.

Batalla en Seattle es un docudrama pedagógico y entretenido sobre la primera protesta política organizada por Internet, un síntoma paradójico de la era de la globalización. El actor irlandés Stuart Townsend, convertido aquí en director, en menos de 5 minutos expone la genealogía de un villano, la Organización Mundial del Comercio (OMC), y las consecuencias de sus prácticas. Y presenta una tesis sobre el sentido del evento que tuvo lugar el 29 de noviembre de 1999: “Sólo significa destruir las fronteras de los países para que grandes corporaciones tengan la libertad de operar en cualquier lugar sin interferencias de los gobiernos o de los pueblos de estas naciones”.

A continuación, Townsend concentra sus fuerzas en la protesta que tuvo lugar en Seattle, en tiempos de Bill Clinton, antes del 11/9, lo que significó un cambio en las coordenadas políticas y económicas del mundo y un difuso revés contra el movimiento globalifóbico. En plena “Ronda del Milenio”, más de 40.000 personas pudieron detener la convención y su agenda, y hasta encontraron en el seno mismo de los participantes algunos aliados. Uno de los disidentes (interpretado por Isaach De Bankolé) representa al continente fantasma, África; su acusación es precisa: “La manipulación sobre los países del Tercer Mundo es sólo otra forma de colonialismo”.

Batalla en Seattle articula su agenda política con algunas historias de sus protagonistas: la tragedia de una mujer embarazada (Charlize Theron) cuyo esposo policía (Woddy Harrelson) está alistado para reprimir a los agitadores, algunos activistas no violentos (Michelle Rodriguez, André Benjamin “Outkast”, Martin Henderson) y sus anhelos políticos y amorosos, una periodista (Connie Nielsen) que redefine su concepción de periodismo en plena cobertura. El resultado no es del todo satisfactorio, pero la película sí consigue identificar al enemigo y sugerir que el poder es el de la multitud y no el de los individuos. En otras palabras, Townsend esboza un heroísmo colectivo y anónimo, correlato lógico para un adversario que se mueve en las sombras y que no posee un rostro reconocible.

* Todas las críticas fueron publicadas durante el 2009 y enero y febrero de 2010 por el diario La voz del interior.

Copyleft 2010 / Roger Alan Koza