EL TIEMPO PERDIDO

EL TIEMPO PERDIDO

por - Críticas
01 Abr, 2023 10:16 | Sin comentarios
Cuidadoso retrato de una comunidad de lectores, o prueba de lo que puede hacer la literatura con cualquier persona dispuesta a dedicarle parte de su vida.

LETRAS VIVAS

Varios años atrás, George Steiner sentenció en un simposio emitido por la televisión holandesa que En busca del tiempo perdido tenía efectos concretos en los lectores. No lo consideraba un libro entre otros, sino una invención en el interior de la literatura capaz de modificar y expandir la conciencia. Puede parecer una afirmación temeraria y excesiva, pero el insigne libro de Marcel Proust constituyó una singularidad literaria en la que se delineaba el funcionamiento de la memoria. Con Proust se verificaba en descripciones meticulosas una experiencia reconocible: los mecanismos microscópicos de asociación del Yo, los signos que lo determinan y lo mueven, los enlaces entre los objetos y las personas alcanzaban una representación tan perfecta como asequible.

En El tiempo perdido, uno de los participantes del grupo de lectores que se reúnen a leer el libro emblemático de Proust expresa una conjetura: no se trata de la vida del escritor, o al menos no es una homologación y transcripción de la vida del literato a una ficción, sino un ejercicio virtuoso que intenta plasmar “fenómenos de memoria”, más allá del correlato entre la biografía y la novela. Si ese hombre fuera un especialista, la hipótesis podría aplaudirse en un congreso. Al ser un hombre común que no pertenece a la academia, puede pasar solamente como una inesperada enunciación genial, y no percibirse en ese sintagma el resultado de una lectura en común con otros aficionados como él que ya llevan 17 años de sus vidas leyendo el libro. Cuando se termina, se vuelve a empezar. La lectura es infinita.

María Álvarez elige la discreción como método de registro. Se limita a acumular sesiones de lectura en el bar porteño Tribunales y elegir los instantes en los que algunos de sus miembros expresan hallazgos de lectura y niveles de entendimiento. En esos pasajes, el libro deja de ser un mero monumento de palabras y comienza a ser un instrumento de constatación discursiva de experiencia cercanas. El libro no es solo un libro; es un préstamo de una conciencia y su tiempo apresada en palabras que pueden ser misteriosamente propias. 

La cineasta se circunscribe a las sesiones de lectura, con breves y esporádicos intervalos visuales desde la calle y zonas aledañas al bar que establecen un elegante contrapunto espacial. No son planos librados al azar; hay un empeño en el encuadre y en la distancia, compromiso formal extensivo a los detalles introducidos por un primer plano de una cara, una fotografía, algún objeto del bar. Las arrugas de muchos son pruebas del tiempo vivido por los lectores, quienes ya tienen menos tiempo para vivir, pero que han elegido emplearlo en una lectura rigurosa movida por el placer.

Hay una película hermanada con la de Álvarez dirigida por Dora García llamada La sociedad joyceana. En aquella, como en El tiempo perdido, se constata que la literatura no es solamente para intelectuales declarados o especialistas en literatura. Basta el deseo de leer, es decir, de transgredir con los ojos los límites del propio mundo para que una página de Proust y otra de Joyce le pertenezca a cualquiera. Solamente los cínicos y los vencidos aceptan que los libros sean para unos pocos.

La lectura es una tecnología antigua de la intimidad que sobrevive sin ser objeto de mutaciones. Desde su origen y su consolidación, es una práctica que exige tiempo. Dado los hábitos de la época, dominados por la dispersión y la inatención, leer y estudiar son actos de desobediencia perceptivos y cognitivos. Que un grupo tan heterogéneo y de edad avanzada, sin ningún líder que aglutine a sus miembros, le dedique la vida a un libro es una práctica anómala y hermosa. También lo es que una cineasta le destine su tiempo a retratar tal aventura del pensamiento encarada por ignotos hombres y mujeres en el tramo final de sus vidas.

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El tiempo perdido, Argentina, 2020.

Escrita y dirigida por María Álvarez.

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*Publicada por La Voz del Interior en el mes de abril 2023