EL RETRATO DE DORIAN GRAY

EL RETRATO DE DORIAN GRAY

por - Críticas
21 Ene, 2011 12:38 | comentarios

**** Obra maestra  ***Hay que verla  **Válida de ver  * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor

Por Roger Alan Koza

WILDE DESCAFEINADO

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El retrato de Dorian Gray / Dorian Gray, Reino Unido, 2009

Drigida por Oliver Parker. Escrita por Toby Finlay

° Sin valor

Extraña versión de la gran novela de Wilde, un film sin sustancia y por momentos ridículo.

El cine es un arte impuro. Sus fuentes pueden ser la literatura y un videogame, su concepción estética de la luz puede remitir a Rembrandt y Friedrich o a la mera publicidad, y la interpretación puede ser heredera de los viejos maestros del teatro. Su impureza no es debilidad, simplemente su condición. Por eso la vieja afirmación de que un libro es mejor que su adaptación cinematográfica es inconsistente. Son dos órdenes inconmensurables, lo que no implica que el traspaso del universo papel al de la imagen sea imposible. Los Straub, Welles y Haneke lo demostraron con Kafka.

Pero no es lo que sucede con El retrato de Dorian Gray. En su nueva incursión en el territorio de quien escribió “De profundis”, Parker, que ya había trabajado sobre textos de Wilde, aquí consigue solamente un bosquejo pictórico matizado con aforismos del irlandés, en un filme que está más cerca de la simbología y estética de los libros de Stephenie Meyer y sus vampiros de la saga Crepúsculo.

La historia es conocida: el joven Dorian hereda una mansión y regresa a Londres. Allí conocerá a Lord Wotton, cuyo estilo de vida lo desorienta tanto como lo deslumbra. El bien supremo es el placer, y la juventud es la mejor edad para practicar los placeres de la carne. Un pintor (enamorado) de Dorian lo retratará, de lo que se deriva un extraño conjuro: la pintura envejecerá, Dorian, el de carne y hueso, vencerá al tiempo. Y así, siguiendo las enseñanzas de Lord Wotton, dejará a su prometida y se entregará a un paraíso dionisíaco y orgiástico en el que poco importa si la concupiscencia se experimenta con candidatos femeninos o masculinos. Finalmente, Dorian experimentará una conversión amorosa; quizás sea tarde.

Mientras que el joven Ben Barnes confía en su monocorde gestualidad para expresar la intensidad de sus emociones, la sabiduría cínica de Wotton queda a cargo de Colin Firth, cuya dicción perfecta le parece ideal a Parker para que recite esporádicamente alguna línea de Wilde. Lamentablemente, el hedonismo de Wotton y su dandismo no tienen matices y se confunden con el narcisismo cruel de Dorian. El carácter ambiguo de la novela se reduce aquí a un secreto camino de arrepentimiento.

¿Cómo filmar una novela lúcida en donde el estilo es consustancial con sus argumentos? Seguramente, evitando flashbacks espantosos y una banda de sonido impersonal y omnipresente, y no sustituyendo una meditación sobre la identidad por efectos especiales y un psicodrama adolescente.

Esta crítica fue publicada por el diario La voz del interior en el mes de enero 2011

Roger Alan Koza / Copyleft 2011