EL RELATO SALVAJE

EL RELATO SALVAJE

por - Varios
15 Ago, 2014 04:07 | comentarios
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Relatos salvajes

Por Nicolás Prividera

“El sistema capitalista necesita pobres”. No lo dijo Altamira en un acto del PO sino Szifrón en la mesa de Mirtha, haciéndole atragantar las finas hierbas salvajes. “¿Vos querés decir que pobres habrá siempre?” replica la Señora, que no puede salir de esos cómodos lugares comunes: antes había atacado una vez más consomos rehenes de los delincuentes, Argentina es un país enrejado, la gente tiene miedo, vas por la calle mirando para los costados, te roban, te aniquilan, te matan”, y es entonces cuando Szifrón dice eso. Eso que no se puede decir en televisión, y menos entre gente bien. Es como escupir literalmente el asado. O morder la mano que le da de comer… Con poca sutileza se lo recordarán los indignados comentaristas los días posteriores: ¿por qué mejor no se calla y disfruta ser un ganador, en vez de nombrar la soga en casa del ahorcado? (la Señora se vio obligada a decir que ella cuidaba a “su” gente, faltaba más).

¿Y qué tiene todo esto que ver con Relatos salvajes, me dirán, tal vez con el mismo hartazgo que Feinmann el malo explicando que “no todos los pobres son delincuentes”? (a Dios gracias). Szifrón mismo lo explica: el sistema genera “una violencia contenida enorme” y sabemos que de eso habla su última película, aunque más que una lectura marxista (o “socialista”, como él mismo reivindica) no debe estar muy lejos del “relato salvaje” de la Señora sobre la Argentina actual (ese otro detestado Relato). Un amigo crítico –y en esto sin duda más crítico que el resto– me da una definición lapidaria: “es una película cacerolera”. Imagino que sí (que esa violencia contenida es volcada –con más gracia tarantinesca que ironía andersoniana– sobre el Estado antes que sobre el Mercado), pero aún así no me cabe duda de que será más interesante que Tiempo de valientes (esa revisión demasiado ingenua de los buenos policías y los prejuiciosos progresistas). Aquí ya no habla esa nostalgia por las películas de la infancia (que no puedo dejar de conectar con Comandos azules), sino el inconsciente de la época. En ese sentido, no hay muchos que quieran –y menos que puedan– escupir el asado, incluso entre los cineastas modernos que odian aristocráticamente ese cine industrial al que Szifrón viene a inyectar sangre: y es que –sea vanguardista o clásico– basta con hacer algo tan sencillo como conectar con la “realidad” (más que con un realismo tan agotado en sus certezas como la Señora). Y si es para contradecirla mejor, claro. Algo que el cine argentino, viejo o nuevo, suele hacer poco.

De hecho no puedo dejar de ver esa mesa dominguera como una especie de campanellismo (por “Los Campanelli”, eh) del cine argentino: a la cabecera la diva de la época de oro, aquella que era violada por los jóvenes del NCA de los sesenta en La patota, que ahora refilma Santiago Mitre, cuyo “estudiante” Esteban Lamothe es también parte de la escena aunque prefiera el silencio –¿haciéndose el sota como Roque?–. Entre ellos las generaciones intermedias: Oscar Martínez, con su adustez radical –en el sentido ochentista del término, claro–, mentando hasta la teoría de los dos demonios, y Ricardo Darín –cual personaje indefinido entre la oscuridad de Campanella y la ternura de Bielinsky– tirando bocadillos acercando posiciones… En ese contexto, tan parecido al del mainstream (industrial e independiente), es ciertamente curioso que la sorpresa venga por el lado de Szifrón, convertido de pronto en inesperado héroe de “Los simuladores” e invirtiendo los términos. De hecho también deben haber quedado atragantados los críticos que siempre se quejan del cine “ideologizado” (?), y que no esperaban esto de su gran esperanza blanca. Les tenemos malas noticias: todo discurso es ideológico, como ellos y la Señora misma demuestran (casi con el mismo desdén por todo lo que se les oponga).

Tampoco hay, por tanto, película que no exprese una visión del mundo: en esto Rejtman no es menos político que Campanella (y los nombro juntos porque son de la misma generación –de hecho se cruzaron en la Escuela Panamericana de Arte a inicios de los ochenta– aunque uno sea visto como lo más nuevo que puede dar lo viejo y otro como quien sigue señalando el camino del novísimo cine argentino), o Bielinsky y Burman o Llinás y Trapero (saquen ustedes sus propias relaciones). De Rapado a Relatos salvajes (de las historias mínimas a las historias extraordinarias), en veinte años el NCA parece haber recorrido todo el arco posible –de lo minimal a lo industrial, del autorismo al género–, y necesitar un nuevo sacudón (otra buena escupida al asado) que lo saque de esa falsa alternativa. Mientras tanto, parecemos asistir al éxito de farsas que no pueden asumirse como tragedias (¿no sería digno de una película de Rejtman, o del mismo Szifrón, que la “derecha moderna” –como diría Solanas– denuncie al exitoso cineasta por “incitación a la violencia”?)

Nicolás Prividera / Copyleft 2014