EL NIÑO CON EL PIJAMA DE RAYAS

EL NIÑO CON EL PIJAMA DE RAYAS

por - Críticas
31 Ene, 2009 03:35 | comentarios

**** Obra maestra  ***hay que verla  ** Válida de ver  * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor

Por Roger Alan Koza

EL NIÑO DE LA ESVÁSTICA

 El niño con el pijama de rayas / The Boy in the Striped Pyjamas,  EE.UU., 2008

Escrita y dirigida por Mark Herman

° Sin valor

Una película sobre el Holocausto, cuyo humanismo kitsch tiene sorpresas poco agradables.

El crítico judío de cine Stuart Klawans, quien solía pensar que el límite de películas sobre el Holocausto debía detenerse en los seis millones de títulos, tras la proliferación ostensible de los últimos años, propuso una moratoria. Decía en Nextbook: «Al reinterpretar, volver a encuadrar, y reinventar el pasado, estas películas están comenzando a ensombrecer la misma historia que pretenden conmemorar».

Si se tienen en mente películas con sed de Oscar como La vida es bella y Los falsificadores, Klawans parece ostentar un argumento convincente, aunque el reciente levantamiento de la excomunión al obispo Richard Williamson y compañía, quienes sostienen que el Holocausto jamás aconteció, puede ser una objeción atendible: siempre es bueno recordar e insistir sobre el espanto. Pero recordar a cualquier precio es otra cosa. Banalizar, infantilizar, despolitizar, es decir hollywoodizar la Shoah, más que rememorarla es naturalizarla y transformarla en espectáculo.

El niño con el pijama de rayas, basada en el exitoso libro homónimo de John Boyne, transcurre en tiempos de la deportación de judíos en Berlín. Un oficial nazi y padre de familia, en el nombre de la patria y en su debida obediencia, tiene que dirigir un campo de concentración (Auschwitz, en el libro). Mudarse de Berlín es un drama familiar. Ni su esposa ni sus dos hijos parecen felices con la vida en el «campo». Vileza obliga.

Así, comienza una nueva vida. Mientras papá sistematiza el exterminio y mamá se ocupa de la casa, Bruno, un niño de ocho años, se siente solo y aburrido. Su hermana mayor perfecciona su sensibilidad aria, y no está para entregar su imaginación a la aventura. Desde la ventana de su cuarto, Bruno descubrirá una «granja» en la que trabajan niños con pijamas. Aprenderá que los granjeros son judíos, y escuchará que éstos son una amenaza para el bienestar alemán. Pero nada impedirá que desarrolle una amistad con un niño de su edad, Shmuel, un granjero sin dientes que vive detrás de los alambres de púa y con quien jugará a la pelota.

Herman dirige su película sin sutilezas. El humo negro de un tren en la noche remite luego a una chimenea asesina. Un conjunto de muñecas apiladas en un sótano simboliza aniquilación en masa. Un pedazo de pan se devora. Ya en el inicio, Herman establece una perspectiva: en un plano subjetivo general en picado, Bruno mira una fiesta nazi en su casa. Su mirada supone una distancia, y le será correspondida por su abuela, quien critica el régimen. A partir de ese momento, comienza un ejercicio de manipulación sobre el espectador que, protegido por la supuesta inocencia de la infancia, culminará en un infame pasaje en donde la angustia del padre nazi y el destino de su hijo prevalecen sobre una multitud asesinada.

En una escena, el staff nazi ve una película de propaganda sobre la vida cotidiana en los campos. Parece un kibutz, una postal del paraíso. Bruno espía y así vuelve a creer en su padre. Lo que sucede con él es exactamente lo que pasa con la película: su fábula humanista nos protege y trastoca lo siniestro en un cuento de niños.

 Copyleft 2009 / Roger Alan Koza

Esta crítica fue publicada por el diario La Voz del Interior en el mes de enero, 2009