DOCBSAS 2015 (01): EL ÚLTIMO CONVERSADOR: EDUARDO COUTINHO

DOCBSAS 2015 (01): EL ÚLTIMO CONVERSADOR: EDUARDO COUTINHO

por - Críticas, Festivales
15 Oct, 2015 10:58 | comentarios
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Últimas conversaciones

Por Nicolás Prividera

En el próximo DocBuenosAires podrán verse dos películas que se han transformado, involuntariamente, en un luminoso testamento: Eduardo Coutinho, 7 de octubre es una larga entrevista de Carlos Nader que intenta vampirizar el estilo de su homenajeado, y que se rinde con júbilo ante lo inimitable. También hay una lucha abierta en Últimas conversaciones, la película que Coutinho anunciaba en esa entrevista, y que terminó siendo montada por sus colaboradores de siempre, Jordana Berg y Joao Moreira Salles (editora y productor), quienes eligen rendir tributo sin tratar de imitar al maestro, mostrando amorosamente sus dudas y vacilaciones, que la película misma responde.

Así, el film-homenaje a un hombre entrando en sus 80 años, y el que ese mismo cineasta rodó con adolescentes y terminó montado por sus discípulos, son dos caras de la misma moneda, del mismo modo que de ambos se desprende la misma extraña relación entre la alegría de vivir y la sombra amenazante de la melancolía (o eso que intraduciblemente llamamos “saudade”). Lo que se desprende de ese retrato frontal (en que el cineasta se resiste) y de ese autorretrato lateral (que resume el que cineasta va esbozando de película en película) es la usual excepcionalidad de ese personaje llamado Eduardo Coutinho, reflejado en cada voz que contesta sus preguntas. Ese omnipresente fuera de campo es lo que el coro termina contando, en la misma medida en que el preguntador hace brillar lo que cada historia tiene de única.

Ahora que el fin se vuelve principio, podemos escuchar de otro modo la voz del propio Coutinho cuando le dice a alguien que lo inquiere por trabajo: “no lo encuentro ni para mi propio hijo”, ese que acabará con su vida poco después. Y descubrimos una vez más que esos momentos fugaces entrañan una verdad, no una excusa. Reviendo ese fragmento no casualmente retomado por Nader en su conversación, entendemos por qué Coutinho dice que encuentra en sus películas la esperanza que no halla en su propia vida. Cada conversación es un soporte vicario del diálogo imposible con el hijo, el Otro cercano que esconde la familiaridad que los entrevistados encuentran en ese padre sustituto. Pero ese motivo íntimo no termina en la mera catarsis (como en buena parte del documental subjetivo), sino en un contacto apasionado por expresar, más que comprender, al Otro.

Couthino no hace entrevistas, mantiene conversaciones. No desde la afinidad sino desde la diferencia, de aprender a escuchar lo que esa voz y ese cuerpo presentes tienen para decir. Por eso su curiosidad genuina por el Otro no condesciende al cándido humanismo. Cuando en Peones, luego de un largo silencio su entrevistado le pregunta “¿usted fue peón?”, el director conserva esa pausa y el inevitable “no” por respuesta. Es la lección que Moreira Salles recogerá en Santiago, cuando vislumbre que trataba a su protagonista como lo que había sido: su mayordomo. Pero ese film no podía evitar el barroquismo y la nostalgia (abismos simétricos), mientras que el mismo Salles reconoce en un reportaje reciente que de film a film Coutinho parecía buscar la depuración de su arte, encontrar “lo mínimo que el cine precisa para seguir siendo cine”.

Un rostro y un escenario, eso es todo. Contra la interdicción de los “bustos parlantes” (nombre que ya denota una pura negatividad), Coutinho demuestra que el problema nunca está en los recursos sino en su uso burocrático. Del mismo modo, no se trata de hacer un buen casting (como aun parecen creer muchos documentalistas), sino de saber preguntar. El resto es entregarse a esa relación fugaz que ambos sujetos establecen con la cámara, ese tercer vértice que define la relación y conserva esa gestualidad ruinosa para la eternidad fugaz de la pantalla. “Mi paisaje son los rostros”, podría haber dicho bergmanianamente Coutinho. Porque el espacio puede ser literal (Edificio Master, El fin y el principio) o puramente mental (Las canciones, Juego de escena), pero lo que finalmente cuenta (en todo sentido) es el retrato de una conciencia desplegándose.

Claro que Coutinho llegó a esa depuración después de muchas vacilaciones y recomienzos, que tienen la marca inicial (y final) de la tragedia. Cabra marcado para morir, su primer largometraje, es de algún modo el resumen de toda esa primera etapa, y a la vez su punto más alto. Después de ese fracaso devenido éxito, ¿cómo seguir? Lo que Coutinho halló fue, más que un objetivo, un método. La duda y la curiosidad como motor. ¿Cuál es la esencia del cine, es decir, del ser humano? Ese juego de escena llega a su conclusión (en todo sentido) en Últimas conversaciones, una película que tras su agridulce retrato de la adolescencia oculta un film sobre las despedidas. Resumido en la niña que sobre el final saluda y sale, dibujando el film que ya no vendrá, pero también la promesa abierta de un nuevo comienzo cada vez que volvamos a ver este o cualquier film de Eduardo Coutinho. Como dijo otro padre espejado en su descendencia (Arseni Tarkovski): “Me veré otra vez hecho niño / y entonces seré feliz / Al saber que todo me espera / que aún todo es posible”.

Nicolás Prividera / Copyleft 2015