DEREK JARMAN 1942-1994: ET IN ARCADIA EGO

DEREK JARMAN 1942-1994: ET IN ARCADIA EGO

por - Ensayos
23 Jul, 2021 09:17 | Sin comentarios
Jarman hizo planos y jardines inolvidables.

La decisión coincide con el diagnóstico. Una vez confirmado el VHI Jarman se lanza a dos tareas: escribir un diario y construir un jardín: precisamente ahí donde se mueven sin pausa el sexo y la muerte –los más naturales de los estados—levanta un jardín de piedras y otro de palabras. Las piedras parecen la partitura de una música olvidada. Las palabras también. Quién sabe, quizá aún sea posible convertir el terror en arte, hacer de la desdicha una ocasión florida. Después de todo, siempre hubo jardines en su peripatética vida, siempre hubo libros de jardinería como pequeñas biblias en su reducto infantil. Y hasta en su vida adulta eligió la guarida de un jardín underground, donde la juerga servía de antídoto contra la bazofia pasteurizada del hogar “normal” y, también, contra los bochornos del gobierno criminal de Margaret Thatcher. 

Ha comprado un cottage en Dungenness, al sur de Londres, a orillas de una costa ventosa y hostil. Al fondo, como telón de fondo, una siniestra planta nuclear.

Los límites de mi jardín son el horizonte, escribe.

Ahí consigue lo que siempre quiso: hacer cine, no películas.

El film Blue es su testamento.

Un testamento sin imágenes, despojado a extremos inauditos, que durante 90 minutos se niega a mostrar otra cosa que una pantalla azul. 

Sólo de vez en cuando, en off, los sonidos mínimos y escalofriantes del hospital. 

O su propia voz, desafiando al espectador: “No pienso protegerlos del silencio con notas falsas ni inventar para ustedes senderos a través del vacío. Quiero compartir esta desolación del fracaso. Les ofrezco un viaje incierto, sin dirección ni meta”. 

A esto se le llama: una figura de artista, alguien en profundo conflicto con su instrumento, que sospecha de las “imágenes” –la materia misma de su arte—en tanto “prisión del alma”.

Un cineasta como un ermitaño en la tierra salvaje de la enfermedad.

“Estoy harto del cine”, escribió, “de las obras amables pero espantosas, de los que hacen posgrados de autopromoción, de la codicia de los funcionarios del arte, de los villanos de todo tipo.

Del hospital al jardín, de Londres a Dungenness, la travesía, sin embargo, es unidireccional. Su única finalidad: habitar plenamente la conciencia, dirigirse hacia atrás por la espiral antigua.

Un jardinero sabe cómo hacerlo: siempre cava en otro tiempo, sin pasado ni futuro, sin principio ni fin. Wittgenstein, que llevó la vida de un neurótico, lo supo bien. 

Un jardín huele a niñez, también a apuesta a lo que está sucediendo siempre bajo “estos cielos impresionantes”.

Jarman lo construye con paciencia, como un réquiem.

Todavía no quiero morir, dice.

Y vuelve a unir las piedras a las palabras y las palabras a las piedras. Y agradece todo, hasta el aburrimiento que le permite contraponer, al próximo proyecto, la nada.

 Luz sobre cada brizna de pasto, sobre cada flor, cada arbusto.

Luz sobre el deseo de un niño díscolo. Sobre la timidez que es un regalo.

El jardín es una caja de sorpresas.

María Negroni / Copyleft 2021