EL CUIDADO DE LOS OTROS

EL CUIDADO DE LOS OTROS

por - Críticas
01 Dic, 2019 01:05 | Sin comentarios
En la segunda película de Mariano González, del suspenso minimalista que organiza el relato se desprenden varias inquietudes.

LA PRUEBA DEL ACCIDENTE

El punto de partida es minúsculo: el olvido de una billetera. El novio de Luisa la dejó en el sofá del living; a Feli, el niño de una familia pudiente que ella cuida, tal vez le llamó la atención el color de una pequeña pastilla y la probó. Esto último no se ve, pero el argumento lo supone, porque la trama evoluciona sobre esa base. El color de la pastilla es también una posible conjetura, porque las cápsulas de venta pública tienden a ser blancas y a no llamar la atención. La droga sintética no se nombra, pero es sin duda la razón de la intoxicación del niño.

Sobre este evento desgraciado, Mariano González dinamiza el relato de su segunda película; con eso le alcanza para sostener el suspenso, esbozar el sentido de las diferencias de clase, indagar sobre la responsabilidad afectiva hacia otros y delinear también una especulación sobre el concepto de accidente. Todo en menos de 70 minutos; todo esto contenido en los gestos mínimos de una intérprete notable en la que se traslucen la desesperación, la templanza, el respeto y la diligencia. Sofía Gala Castiglione es una actriz increíble.

El cuidado de los otros, Argentina, 2019.

Escrita y dirigida por Mariano González

Ya en Los globos, una película más personal pero no menos visceral y angustiante, González empleaba una estética general regida por lo necesario: ningún plano parecía estar de más; cada secuencia se encadenaba a otra sin la displicencia de tantas películas que extienden sus escenas por capricho o inconsciencia. Del primer al último minuto, en El cuidado de los otros cada escena contribuye a darle vida a un universo de ficción. El plano inicial constituye un punto de vista; el mundo de González es de la una clase media trabajadora, y el trabajo manual es un signo inevitable. Por otro lado, el momento elegido para cerrar el film, con un magnífico juego de fuera de campo en el plano final, señala el crecimiento del cineasta. Darle final a un film no es fácil, menos aún cuando el plano escogido contiene una potencia anímica como este, del que se prefiere extraer solamente su expresión directa y sin atributos.

A partir de la anécdota referida más arriba, el film trabajará en torno a los posibles conflictos en ciernes: el de la pareja, el de la empleada con sus patrones y el de la consciencia de la propia protagonista respecto al cuidado de los otros. En esto González tampoco se equivoca. Previo a la situación ocasionada por el olvido de la billetera hay un preámbulo a la contingencia posterior, una situación menos riesgosa que la ya descripta, que sirve para introducir la lógica del accidente como también la posición ética de Luisa respecto de esto. Los accidentes, por definición, no pertenecen a la esfera de la voluntad, pero sí ponen a prueba a los involucrados. Las reacciones y las posiciones que se adoptan frente a los accidentes develan así la verdad de un sujeto, aquello que este no sabe del todo sobre sí y que despunta sin aviso frente a lo imponderable. La fuerza filosófica del film reside en ese striptease de la conciencia ante lo irreversible.

A este develamiento de la consciencia a secas González lo acompaña con matices materiales no menos necesarios y breves situaciones clave: el departamento de los ricos y sus objetos, la casa de Luisa y su novio, la fábrica, la marca de los automóviles, la indumentaria;  el descanso de los operarios de la fábrica, la actitud del portero del edificio de la familia adinerada o el tono de voz con el que el padre de Luisa se dirige a la empleadora de su hija prodigan las referencias exactas de este mundo microscópico en el que se refleja un orden social mayor. A todo esto se lo llama puesta en escena, y en ella se traduce una mirada del cine y del mundo.

Esta crítica fue publicada en otra versión por el diario La Voz del Interior en el mes de noviembre 2019.