CRÍTICA DEL PÚBLICO (2)

CRÍTICA DEL PÚBLICO (2)

por - Ensayos
10 May, 2009 02:59 | Sin comentarios

Por Nicolás Prividera

No hay verdades únicas, ni luchas finales, pero aún es posible orientarse mediante las verdades posibles contra las no verdades evidentes y luchar contra ellas. (Vázquez Montalbán)

1.

En un mundo dominado por una economía globalizada (que ni siquiera la actual crisis del sistema pone en entredicho) nada queda fuera de la fuerza centrípeta del mercado: en el caso del cine, que la abrumadora mayoría de las pantallas estén dominadas por el cine “mainstream” no significa que el espacio del cine “independiente” sea más libre. Por el contrario, cuanto más pequeño es el espacio (y es cada vez menor…), más dura es la lucha por establecer una hegemonía en su interior. Así, el espacio del cine “independiente” es rápidamente territorializado por los festivales y fondos (mayormente europeos), que imponen su visión unívoca al (tercer) mundo, determinando “descubrimientos” de nuevas cinematografías y un elenco estable de autores y estilos: porque saben que para pobres periféricos como nosotros siguen siendo el rayo de sol bajo el que todos quieren estar (como en Milagro en Milán), aunque para estar lo mejor es no discutir nada y entregarles lo que quieren (o sea: aferrarte a tu salvavidas y no patalear). Pero yo creo que eso sólo nos lleva a una muerte más lenta y dolorosa. Siempre es mejor rebelarse (y de verdad, no sólo como pose cool), esperando que se sume alguien al patear el tablero (y no te dejen sólo como Gary Cooper en High noon). Aunque lo más probable es que termines teniendo que dejar el pueblo (y sin nadie ante quien arrojar tu insignia…)

Habría que leer todo este sistema del cine independiente en los mismos términos en que Barthes leía “el sistema de la moda”.  Pues este sistema no hace más que reproducir la lógica del sistema mayor al que supuestamente se opone: todo el cine es, finalmente, “dependiente” de los dictados de la segmentación del mercado. Lo mismo pasa con un público concebido como consumidor (y no como ciudadano, para utilizar la dicotomía de García Canclini). La degradación del espacio público (como ámbito de debate de ideas) tiene que ver con la falta de cuestionamientos al sistema (aun cuando demuestre no sólo su inequidad, sino su “ineficacia”…). Por eso creo que no hay que temerle a las convicciones firmes, sobre todo si se prestan al debate y la confrontación,  mucho más productivos que la corrección política, aunque ya sabemos que la mayoría prefiere “cuidar las formas”: de ahí que la crítica sea tan condescendiente con el público, en vez de cuestionar sus prejuicios. No hay que olvidar que el “público” se constituye como tal (a través de los grandes medios) en oposición al “pueblo” (cfr. El ejército de las sombras, en este mismo blog): a esa “masa” sin vocación de cambio se la conoce hoy y aquí como “la gente”. Y “la gente” quiere lo mismo que “el público”: orden y seguridad. Y reprimir todo lo que lo perturbe, claro está. Porque el público (como la buena “gente” que sólo quiere “vivir tranquila”) no es más que esa masa siempre disponible para el fascismo (aunque ya no concrete esa movilización reaccionaria más que a través de facebook o starlets convertidas en módicos formadores de opinión). Y eso no suele suceder sólo con el público “popular” de los grandes programas de TV, sino también con el público letrado y “cool” del cine: finalmente, todos somos parte de la cultura pop impuesta por la posmodernidad.

 

2.

Se podría decir que nos hemos alejado de nuestro tema inicial: es lo que diría ese público, digamos, que sólo se asume como pueblo (paradójicamente) para negar la política. Tirémosle en la cara esta cita intempestiva y “fuera de lugar” (una de esas que al posmodernismo se le hacen difíciles de digerir): “Hemos dicho que es preciso infundir a nuestro pueblo movimiento, muchísimo más vasto y profundo que el de los años ‘70, con la misma decisión abnegada y la misma energía que entonces. En efecto, parece que nadie ha puesto en duda hasta ahora que la fuerza del movimiento contemporáneo reside en el despertar de las masas (y, principalmente, del proletariado industrial), y su debilidad, en la falta de conciencia y de espíritu de iniciativa de los dirigentes revolucionarios.” Esto decía Lenin en ¿Qué hacer? (1902), un texto cuyo título resume una de las dos grandes preguntas de la filosofía política. Pero esa pregunta es también la del artista verdadero, que sumergido en su tiempo se pregunta: ¿qué obra hacer, que sea verdadera, esto es, que no sólo refleje sino que contribuya al movimiento de la historia que me toca vivir? Se podría decir que esa pregunta ya no tiene sentido (y sabemos también quien diría esto (incluido un ejército de “quebrados”, progresistas desencantados que prefieren el pragmatismo de la realpolitik, dispuestos a defender su desmoralización como un modo más de justificar su propia inacción, su fatua comodidad, su módica complicidad con el sistema, para no sentirse interpelados por los que aún creen que es necesario luchar por algo más que un nicho en Palermo Hollywood). Otros preferimos decir (reivindicando viejos ideales, pero con nuevas prácticas): “Seamos idealistas, pidamos lo posible”.

Pues no podemos negar el “movimiento” de la Historia (eppur si muove!). Y aunque ya no responda a un sentido teleológico, ni a una vanguardia iluminada, siempre tendrá como horizonte un fin y nacerá de alguna vanguardia, si tiene alguna “masa” tras ella. (Es interesante notar que aun los manifiestos revolucionarios hablaban de “las” masas y no de “la” masa: como si aún en la creencia de su destino como sujeto histórico se escondiera una inocultable multiplicidad que pudiera disgregarla. Y a eso se refiere un filósofo del presente cuando prefiere hablar de “multitud”: de preservar el sujeto colectivo pese a su dispersión.) El problema no son tanto las condiciones “objetivas” como las “subjetivas”: nos han convencido de que no hay sujeto político. Solo existe “la gente”: esa reencarnación de la aséptica y maleable “opinión pública”, siempre dispuesta a sostener el statu-quo, aun cuando vaya contra sus propios intereses. Y llegamos así a la segunda cita. Dice Gilles Deleuze en El Anti-Edipo (1974): “El problema fundamental de la filosofía política sigue siendo el que Spinoza supo plantear (y que Reich redescubrió): “¿Por qué combaten los hombres por su servidumbre como si se tratase de su salvación?” Cómo es posible que se llegue a gritar: ¡queremos más policía y menos pan! Como dice Reich, lo sorprendente no es que la gente robe o haga huelgas: lo sorprendente es que los hambrientos no roben siempre y que los explotados no estén siempre en huelga. ¿Por qué soportan los hombres, desde hace siglos, la explotación, la humillación, la esclavitud, hasta el punto de quererlas, no sólo para los demás, sino para ellos mismos? Nunca Reich fue mejor pensador que cuando rehúsa invocar un desconocimiento o una ilusión de las masas para explicar el fascismo, y cuando pide una explicación a partir del deseo, en términos de deseo: no, las masas no fueron engañadas, ellas desearon el fascismo en determinado momento, en determinadas circunstancias, y esto es lo que precisa explicación: esta perversión del deseo gregario.” Si suena muy actual y argentino, no es pura coincidencia.

FOTOS: 1) Público en el cine; 2)Lenin retratado ; 3) Gilles Deleuze; 4) Reich y su familia.

COPYLEFT 2009 / NICOLÁS PRIVIDERA