CANNES 2018 (07): LA VIDA RELIGIOSA

CANNES 2018 (07): LA VIDA RELIGIOSA

por - Festivales
15 May, 2018 05:27 | comentarios
Séptima entrega. Dos películas antitéticas, una inspiración en común y algunas cuestiones religiosas. Sobre el film de Wenders sobre el Papa Francisco y la mejor película de la competencia hasta hoy, Lazzaro felice, de Alice Rohrwacher

El cine obra milagros. Viendo una película, el más acérrimo de los ateos puede llegar a sentir la constitución de un mundo permeado por la gracia, ese acontecimiento inesperado y de otro orden que redefine en un microsegundo todos los actos en un nuevo sentido. En el cine, hasta el cuerpo místico de Cristo puede tener sentido, también su resurrección. El caso que se describirá en los próximos párrafos recala en ese imposible.

En los papeles, la película más religiosa en Cannes es Pope Francis: A Man of his Word, la película de Wim Wenders sobre Jorge Mario Bergoglio “interpretando” a Francisco. ¿Qué decir de este retrato tan apologético como inofensivo? Wenders cree estar frente a la reencarnación de aquel santo, un poco ecologista y también primitivamente comunista, entregado a la pobreza como virtud cristiana indiscutible. ¿Bergoglio de Asís? Por predicar la menesterosidad voluntaria, o al menos invocarla asiduamente en una retórica que pocas veces escapa del sentido común, el Papa argentino no es de inmediato un heredero de aquel hombre nacido en Asís. No se trata de adjudicarle al porteño santificado falsedad e impostura Todo lo que dice parece creerlo o expresarlo con convicción, y la extensa entrevista que articula el film hasta tiene algún que otro simpático momento de lucidez e incluso humor, virtud siempre sospechosa entre clérigos. El mejor ejemplo de lucidez es cuando el Pontífice se refiere a la Iglesia como una ONG, en la medida en que sucumba a las riquezas y no se identifique con los pobres.

Ya desde el inicio Wenders propone una lectura oficial del personaje. Unos cuadros antiguos que ilustran la vida de Francisco de Asís adquieren vida y una sintética representación de las revelaciones espirituales de Francisco permiten recordar el salto de fe de aquel hombre nacido en el año 1226. Dicho de otro modo, a Wenders no le interesa Bergoglio, al que se lo ve predicando en 1999 en la Plaza del Congreso, en una línea conservadora a la que hoy no adscribe, sino el mito; lo que importa es el religioso devenido en mediador privilegiado del Altísimo, su secretario exclusivo en la Tierra.

De Wenders ya poco podemos esperar como cineasta. ¿Es el mismo hombre que hizo Alicia en las ciudades? Es probable que el cineasta alemán haya vivido la misma crisálida que Bergoglio, pero como cineasta tal transformación no lo ha bendecido. Alguna vez fue un cineasta único, hoy es un predicador camuflado. Excepto por la escenificación reiterada de la vida de Francisco de Asís, como si se tratara de un film silente rodado en el siglo XIII, el resto del film es un compendio de decisiones formales más en sintonía con los documentales televisivos que pululan en la televisión paga. La renuncia a trabajar sobre la forma es siempre un signo de academicismo. Wenders pusilánime, Wenders mero ilustrador de ilusiones, Pope Francis: A Man of his Word apenas tiene dos panorámicas aéreas para destacar en las que se observa la multitud que esperó a Francisco en su visita a Río de Janeiro y un basural infinito en algún paraje del Tercer Mundo que es el contracampo del exceso al que el personaje se opone firmemente.

Lo más poderoso del film no pasa por lo que dice o no dice el Papa. Las declaraciones altisonantes y bonachonas están incluidas en la conveniente selección de Wenders. Francisco se expide sobre la condena a la pedofilia, otorga una discreta compasión a los homosexuales, defiende irrestrictamente a la Madre Tierra y lucha contra la inequidad. El término “neoliberalismo” brilla por su ausencia, o acaso oblicuamente se sugiere en una crítica a ese sistema revelado cuando Francisco se encuentra con Evo Morales y el presidente uruguayo Mujica. El peronismo no existe, ni siquiera como fuera de campo, de tal modo que los odiadores vernáculos del máximo representante de la fe católica no podrán reunir evidencias de que este, desde el Vaticano, interfiere en las políticas nacionales.

Lo que sí les puede sorprender a los defensores y enemigos del pontífice es lo que produce este en todas las latitudes del mundo. He aquí un rasgo autónomo y mecánico, conquistado no por la pericia de Wenders, sino por la prepotencia de lo real que se filtra en la lente. En África, en Latinoamérica, en Italia o en Estados Unidos, donde esté, los más desposeídos sienten en el Papa la encarnación de una esperanza que la existencia cotidiana les niega. Es posible que esa irracional devoción investida en un hombre jamás detenga la fatiga de la existencia, pero ser irrespetuoso frente a ese paliativo resulta miserable. El pragmatismo de la fe no se cuestiona, sí las condiciones de posibilidad por las cuales millones de personas ven en él un signo de consolación y una comprobación de que la vida en otro mundo existe y supera la de este.

Sin embargo, la gran película religiosa del festival es una nueva maravilla de Alice Rohrwacher, un film que recoge una amplia tradición del cine italiano (clásico y moderno) sin por eso repetirla, y cuyo inefable sortilegio no es otro que el de materializar una experiencia numinosa por medios cinematográficos. El film se titula Lazzaro Felice, es extraordinario y sería un justo ganador de la Palma de Oro.

Los primeros minutos del tercer film de Rohrwacher están dedicados a la introducción de un mundo que no parece corresponderse con el tiempo del relato. En un pequeño paraje llamado Inviolata, un numeroso grupo de hombres y mujeres, casi todos miembros de una familia, están al servicio de los aristócratas dueños de la finca. La marquesa Alfonsina de Luna, la reina de los cigarrillos, maltrata y explota a todos sus súbditos, como si el relato transcurriera en el siglo XVI. Todo luce como un mundo feudal tardío, desmentido intermitentemente por algunos objetos, entre ellos un walkman. Tal situación inverosímil o insólita tiene su referente en un caso sucedido en Italia en 1982: más de 50 personas trabajaban bajo condiciones similares a las del film. En efecto, los campesinos desconocían sus derechos, la mayoría no sabían leer debido a que desconocían la escolaridad y profesaban a sus patrones un agradecimiento perverso. “La gran estafa”, así se lo conoció en los periódicos, y el film se encarga de citar la fuente con total eficiencia.

Una vez que el film presenta a todos los personajes, Lazzaro empieza a tomar mayor preponderancia. Este joven de cabello enrulado, de cierto vigor y torpeza corporales, transmite una nobleza y una bondad que puede confundirse con la templanza de un autista y el magnetismo de un santo. Lazzaro está siempre dispuesto a ayudar a otros y trabaja concentrado sin quejarse. Un buen día llega uno de los hijos de la Marquesa, un tal Tancredi, a quien le resulta inaceptable la forma de vida que practica su madre; impugna todo el sistema económico que sostiene y vindica la nobleza arcaica de su familia. En un diálogo revelador, la Marquesa expone su teoría sobre la inequidad y el derecho asimétrico entre quienes tienen y no. La ignorancia de estos últimos les evita el sufrimiento. Desconocer sus derechos les evita el padecimiento, y, lógicamente, previene cualquier atisbo de rebeldía.

Lo hermoso de la primera parte del film es la relación que se construye entre Tancredi y Lazzaro, dos personajes antitéticos, casi en la línea de la literatura espiritual de un Hermann Hesse. En cierto momento, Lazzaro le enseña a Tancredi un lugar en la montaña en donde se puede descansar. El joven rico queda encantado y en ese lugar idea un autosecuestro, con la ayuda del amable campesino. La carta enviada a la madre le importará un cazzo. La extorsión nunca es una sorpresa para quienes acumulan bienes y capital; el afecto es una variable de las riquezas.

Esa primera hora es tan solo una preparación para un cambio de naturaleza del registro. El naturalismo del relato, el agradable paso del tiempo en él, se interrumpe por un accidente. La elipsis es notable. Un poco después, el punto de vista se trastoca y se enuncia mediante una inesperada panorámica aérea un nuevo tiempo. He aquí una forma de enrarecer el decurso de un relato. Lo cierto es que nadie sabe qué pasó con Lazzaro, y sin aviso alguno la película habrá dado un salto en el tiempo y también en el espacio. Lo que sucede es que el descubrimiento de “la gran estafa” les cambiará la vida a todos los que estaban bajo la perversa égida de la Marquesa. Todos terminarán en la gran ciudad, lo que no significa ni progreso material ni simbólico. Los campesinos de ayer serán los excluidos de hoy.

Lazzaro quedará en fuera de campo por un tiempo. ¿Murió? Una hermosa fábula sobre un lobo y Francisco es leída por Antonia, una de las tantas mujeres que trabajaban en Inviolata, a sus hermanas más pequeñas. Es una pieza antigua de la literatura que rememora a Francisco de Asís. El cuento se escucha, lo que se observa es la resurrección de Lazzaro. Un lobo lo busca y lo despierta. No será la última vez que este tenga una aparición. Sin duda, ha pasado muchísimo tiempo, pero su cuerpo desmiente lo irreversible: no ha envejecido. Así es, está igual, como si nada le hubiera sucedido y nada hubiera pasado. Al despertar, Lazzaro viajará a la ciudad. Quiere volver a encontrarse con Tancredi y también con la gente con la que vivía en la finca, que ha sido completamente abandonada.

No es necesario insistir en el argumento, pues el desafío es cómo lograr describir un acontecimiento en un sentido estricto, un acontecimiento que ni siquiera tiene un inicio preciso sino más bien una imperceptible incursión en la naturaleza del relato; un tono discreto que permea lentamente el todo. ¿Qué sucede? ¿Cómo se desplazó el espíritu del film de su naturalismo poético hacia su heterodoxa dimensión religiosa?

El procedimiento más visible es aquel por el cual Rohrwacher apuesta al sonido como un elemento de enrarecimiento y asimismo de propagación de una dimensión milagrosa. Después de ir a un fallido almuerzo todos los miembros de la comunidad, quienes ahora habitan juntos espacios abandonados y periféricos de la ciudad, visitan azarosamente una iglesia. Allí están los religiosos, la mayoría monjas, y están celebrando una ceremonia privada. El organista del recinto sagrado toca una pieza celestial; la contundencia de la obra es indesmentible. A los visitantes les gusta, pero no son bienvenidos en la iglesia. Los desposeídos, finalmente, tampoco tiene lugar en la casa del Altísimo.

Sin embargo, los acordes del órgano persisten, salen de la iglesia y prefieren acompañar a los visitantes. Antonia y su marido, las hermanas y los hermanos, también los abuelos y otros miembros de la comunidad se dan cuenta de que la música los acompaña. Los sorprende sin hacer de ese fenómeno misterioso un milagro. Reparan que algo ha sucedido y siguen caminando. Todo el film trabaja con este tipo de disociaciones secretas entre imagen y sonido (y también con modificaciones breves del punto de vista), pero es aquí donde se puede verificar más fácilmente el desenvolvimiento de una forma cinematográfica elegida y destinada a estimular una sensibilidad adormecida. Nadie sabe muy bien qué puede ser un milagro, pero hay aquí una conjetura estética al respecto.

El cine obra milagros. Y el milagro de este film se siente en toda su dimensión, amablemente y sin juzgar a nadie, en una escena que tiene lugar en una entidad bancaria. Toda la vileza de un sistema se condensa en ese pasaje y la conducta de quienes han sucumbido a este. Ese sistema general de la vida material perfecciona el egoísmo y el desprecio de sus fieles, dispuestos tanto a salvar su pellejo como también a castigar al extraño. Sin duda, la inconsciente benevolencia de Lazzaro es de otro mundo, o más bien quizás fue parte del nuestro, pero es hoy una posibilidad humana casi extinta y burlada por la mayoría. El milagro consiste en que Rohrwacher pueda materializar sin efectos especiales y sin efectos de discursos una condición humana que frente a nuestro imperativo cínico es cosa de deidades. Desde ya que la cineasta no ejerce como un primitivo mistagogo femenino dispuesto a explicar lo que la razón no puede por sí sola. La joven cineasta hace en verdad otra cosa: libera el fenómeno religioso de las ataduras del dogma y lo restaura como una fábula. Bien dicho, bien visto, bien oído, bien filmado, un milagro en el cine pertenece entonces al orden de lo posible.

Fotos y fotogramas: Alice Rohrwacher en la conferencia de prensa (encabezado); 2) Lazzaro felice; 3) Pope Francis: A Man of his Word; 4): Lazzaro felice

Roger Koza / Copyleft 2018

Cannes 2018

6. Monstruos y asesinos del sur (leer aquí)

5. Cine con mujeres (leer aquí)

4. Un ardiente esperanza (leer aquí)

3. Cuestión de estilo (leer aquí)

2. El mensaje predilecto (leer aquí)

1. Cannes en el ojo de la tormenta (leer aquí)